jueves, marzo 08, 2018

William Carlos Williams / Paterson, 34


Libro Tres  
La biblioteca III

            











Es peligroso dejar escrito lo que está mal escrito.
Una palabra al azar en el papel, podría destruir el mundo. Observa
con cuidado y borra, mientras tengas el poder, me digo a mí
mismo, porque todo lo que se escribe, una vez que sale, podría podrir
en su camino a miles de mentes, el choclo convertirse en una negra obscenidad, y
todas las bibliotecas, por necesidad, serían íntegramente quemadas como resulta-
do.

            Solo una respuesta: escribe con descuido para que nada que aun no esté
maduro sobreviva.     
                       
                       Hay un repiqueteo de máquinas
                       sumergidas, un batir de hélices.
                       Los oídos son agua. Los pies
                       escuchan. Peces huesudos con luces
                          asedian los ojos — que flotan por ahí,
                          indiferentes. Un sabor a yodo
                          anquilosado en la ley de porcen-
                          tajes: gruesos tablones perforados
                          por gusanos cuya piel calcinada
                          nos corta los dedos, que sangran          

Caminamos hacia un sueño, de la certeza a o incierto,
a tiempo para ver                desde el pasado rosa             una
cola rayada se despliega

                        Tra la la la la la la la la
                        La tra tra tra tra tra tra

                                               En el que se interpone
            un amargo tufo a brasas. Así sea. La lluvia
            cae y satura las partes más altas del río,
            amontonándose lentas. Así sea. Se unen,
            arroyo con arroyo. Así sea. Un remo roto
            encontrado en las aguas minuciosas. Suelto,
            comienza a moverse. Así sea. Viejas maderas
            suspiran —y ceden. El pozo que daba agua dulce
            se mancha. Así sea. Y los lirios que flotaban
            serenos en los bajos, anclados, tiran como
            un pez en la tanza. Así sea. Y son arrastrados
            por sus tallos hacia abajo, ahogados en el flujo del fango.
La cigüeña blanca vuela hacia el bosque.
Así sea. Los hombres permanecen en el puente, callados,
observando. Así sea. Así sea.
                                               Y allí se levanta
un equivalente, de la lectura, despacio, abrumando
            la mente; lo ancla a la silla. Así
            sea. Se da vuelta             ¡O Paradiso! El arroyo
            se vuelve pesado en su interior, sus lirios arrastran. Así
            sea. Los textos aumentan y se compli-
can, llevando a otros textos y estos
a sinopsis, resúmenes y correcciones. Así sea.
            Hasta que las palabras se liberen o —tristemente
            se resistan, impasibles. Se reúnen
            en el puente y miran hacia abajo, impasibles.
            Así sea. Así sea. Así sea.

            La lúgubre, plomiza inundación, la sedosa inundación
            —hasta los dientes

                                   hasta los ojos mismos
                                                                       (gris claro)
            Henry es el nombre. Solo Henry,
                                                                       Todos
            me conocen por acá: sombrero
            hacia abajo apretado contra el cráneo, de pecho ancho,
            cincuentón            

                                                                       Yo cargaré al bebé.  
            Ese era tu pequeño perro que me mordió el año pasado.     
            Sí, e hiciste que lo mataran por mí.

                                                                       (los ojos)
           
            No sabía que lo habían matado.

                                               Lo denunciaste y
            vinieron y se lo llevaron. Nunca lastimó
a nadie.          
            Me mordió tres veces.
                                               Vinieron y
se lo llevaron y lo mataron.
                                               Lo siento pero tenía
que denunciarlo                         

Un perro, la cabeza hacía atrás, debajo del agua, patas
en posición de defensa   :
                                               una piel
            estirada con el vino de la muerte

                                                           corriente abajo
en la corriente vertiginosa       :

                                               Por encima del silencio
un silbido imperceptible, un bullir difícil de percibir
al principio

                        —¡precipitado!
           
                                               ¡Velocidad!

                                                           —marcado
como rayas en una pizarra, manchado por insignificantes
remolinos

                       (hasta los dientes, hasta los ojos mismos)

                                                           una progresión formal


Los restos un hombre de altura gigantescafueron transportados en
los hombros de los luchadores más famosos del país cercano           viajaron durante
muchas horas sin descanso. Pero a mitad de viaje los portadores debieron abandonar a
causa del cansanciohabían caminado muchas horas y Pogatticut era pesado. Entonces,
al costado del camino, en un lugar llamado “Whooping Boys Hollow”, ahuecaron un pozo
poco profundo y apoyaron allí al jefe muerto mientras descansaban. Al hacerlo, el sitio se
convirtió en sagrado, venerado por los indios.
            Cuando llegaron al lugar de entierro la procesión funeral fue recibida por los
hermanos de Pogatticut y sus seguidores. Hubo grandes lamentaciones y el Kinte Kaye se realizó
con tristeza.
            Wyandach, el hermano más ilustre, llevó a cabo el sacrificio fúnebre. Trajeron a su perro
favorito, un animal amado, al frente, lo mataron y lo dejaron –después de pintar su hocico de rojo-
al lado de su hermano. Durante tres días y tres noches las tribus estuvieron de luto         

            Perseguidos por las bocas de los remolinos, el perro
            desciende hacia el Aqueronte               Le Néant
                     la cloaca

                                   un perro muerto
                                                                       revolviéndose
            en el agua:

                        ¡Ven, sí, Chi Chi!
                                                                       revolviéndose
            mientras pasa               

            Es una especie de canto, una especie de alabanza, una
            paz que proviene de la destrucción:
                                                                       hasta los dientes,
            hasta los ojos mismos

                                               (plomo cortado)

                                               Fui mordisqueado
            cientos de veces. Nunca le hizo mal a
            nadie            
                                   indefenso           

                                               hiciste que lo mataran por mí.

Merselis Van Giesen es una curiosa historia que ilustra la superstición de la época: su esposa
estuvo largo tiempo enferma, postrada en su cama. Mientras estuvo allí, un gato negro la visitaba
noche tras noche, y observándola a través de la ventana, con ojos malvados e implacables. La realidad es que en esta visita nadie más podía ver al gato. Todo el vecindario estaba convencido de que Jane había sido embrujada. Además, la bruja que ejercía su magia, y que hacía estas extrañas visitas a la sufriente, disfrazada de gato, invisible a cualquiera que no fuera la hechizada, era la Sra. B que vivía en el desfiladero en una colina cercana.

            ¡Felices almas! cuyos demonios vivían tan cerca.

Hablando del tema con sus vecinos, le dijeron a Merselis (lo llamaban “Sale”) que si le disparaba al espectral gato con una bala de plata, la criatura moriría, y detendría los hechizos ejercidos
sobre su esposa. No tenía una bala de plata, pero tenía un par de gemelos de plata.

            ¿Quién de nosotros piensa tan rápido como para cambiar la categoría
            de nuestros amores y odios?

            Cargando su pistola con uno de esos gemelos, se sentó en la cama al lado de su esposa, y dijo de su intención de disparar al espectral gato. ¿Pero cómo podría dispararle a una criatura que no podía ver?

            ¿Estamos mejor así?

            “Cuando el gato aparezca”, le dijo a su mujer, “señala a dónde está, y le dispararé de inmediato”. Así que esperaron, ella estremecida de esperanza y de temor deseando que los hechizos que la aquejaban terminaran pronto; temía que le sobreviniera un nuevo tormento a causa del temerario intento de su marido; él, en nefasta disposición de terminar para siempre con el poder impío ejercido sobre su mujer por la Sra. B, bajo la apariencia de un invisible felino. Esperaron larga y silenciosamente.

            —¡qué cuadro de fidelidad matrimonial! soñando como si fueran uno.

            Por fin, cuando sus sentimientos se agotaron, por el suspenso llevado al extremo, Jane exclamó, “¡Ahí está el gato negro!” “¿Dónde?” “¡En la ventana, está caminando por el alféizar, está abjo en el rincón izquierdo!” Rápido como un rayo “Sale” levantó la pistola y disparó la bala de plata
contra el gato negro que no podía ver. Con un gruñido que fue un grito la misteriosa criatura desapareció para siempre de la vista de la Sra. Van Giesen, que a partir de ese momento comenzó a recuperarse.
            Al día siguiente, “Sale” salió de cacería por lo que ahora es conocido como Parque Cedar Cliff. En el camino se encontró con el marido de la supuesta bruja. Hubo el acostumbrado intercambio de preguntas entre vecinos sobre la salud de sus respectivas familias.  El Sr. B dijo que su esposa estaba preocupada por un dolor en la pierna desde hacía un tiempo. “Me gustaría ver esa pierna dolorida”, dijo “Sale”. Después de algunas objeciones fue conducido a la casa, y con una excusa u otra le fue permitido al fin, examinar la herida. Pero lo que le llamó la atención en particular fue que la herida era reciente, justo donde su gemelo de plata había impactado a la desafortunada criatura cuando visitó a su mujer la última vez en forma de ¡un espectral gato negro! Demás está decir que la Sra. B. no volvió a hacer esas extrañas visitas. Tal vez fue por el sentido de gratitud por su milagrosa liberación que la Sra. Van Giesen se unió a la Primera Iglesia Presbiteriana de Confesión, el 26 de septiembre, 1823. Merselis Van Giesen fue gravado en 1807 con 62 acres de tierra sin trabajar, dos caballos y cinco cabezas de ganado.

    62 acres de tierra sin trabajar, dos caballos
y cinco cabezas de ganado  

                       (eso cura la imaginación)

                                   El Libro de Plomo,
del que no puede levantar las páginas

                                   (¿Por qué me molesto con esta
basura?)

                                                           Trenzas pesadas
cayendo en masa, amarillas en la grieta,
vociferando

                        —dando paso a la expansión
de la inundación mientras emerge al reconocimiento en un
cerebro raquítico

            (el agua dos pies ahora en la autopista
y todavía creciendo)

                       No hay descanso.
                       Cerramos nuestros ojos,
                       Tomamos lo que usamos
                       y pagamos. Él debe
                       quién no, el doble.
                       Usa. ¿No preguntas por qué?
                       Nadie quiere tus quejas.

Pero de algún modo un hombre debe levantarse
otra vez—

                       otra vez es la palabra mágica             
                                               convirtiendo el dentro en afuera   :
Velocidad contra inundación

El siente que debería hacer más. Tenía
una chica joven allí. La madre le dijo a ella,
Ve y salta a las cataratas, ¿a quién le importa?
Tenía solo quince años. Él se siente tan frustrado.
Le digo, ¿Qué esperas, tu
solo tienes dos manos           ?

Era un lugar para ver, dijo ella, White Shutters. Él dijo que estaría
perfectamente a salvo con él. Pero nunca fui. Quería hacerlo, no tenía miedo
pero solo que nunca sucedió. Él tenía una pequeña orquesta que tocaba allí, The
Clipper Crew la llamaba como en todos los tugurios de esos días. Pero una noche
bajaron saltando por las escaleras desde el salón, arrancándose la ropa, las mujeres lanzando sus faldas a sus cabezas y se unieron al baile, desnudas, con el resto en el piso principal. Echó un vistazo y luego salió por la ventana trasera adelantándose a la policía, con sus zapatos de vestir metidos en el barro a lo largo del río.

                        Déjame ver, Puerto Plata es
                        el puerto de Santo Domingo.

                        Hubo un tiempo en que
                        no querían que ningún blanco
tuviera nada —poseyera nada—que dijera, Esto
es mío             


William Carlos Williams (Rutherford, Estados Unidos, 1883-1963), Paterson,  New Directions, New York, 1963
Versión © Silvia Camerotto 



Book Three

The library III

It is dangerous to leave written that which is badly written.
A chance word, upon paper, may destroy the world. Watch
carefully and erase, while the power is still yours, I say to
myself, for all that is put down, once it escapes, may rot its
way into a thousand minds, the corn become a black smut, and
all libraries, of necessity, be burned to the ground as a con-
sequence.

Only one answer: write carelessly so that nothing that is
not green will survive.

There is a drumming of submerged
engines, a beat of propellers.
The ears are water. The feet
listen. Boney fish bearing lights
stalk the eyes — which float about,
indifferent. A taste of iodine
stagnates upon the law of percent-
ages: thick boards bored through
by worms whose calcined husks
cut our fingers, which bleed

We walk into a dream, from certainty to the unascertained,
in time to see                from the roseate past               a
ribbed tail deploying

Tra la la la la la la la la
La tra tra tra tra tra tra

Upon which there intervenes
a sour stench of embers. So be it. Rain
falls and surfeits the river's upper reaches,
gathering slowly. So be it. Draws together,
runnel by runnel. So be it. A broken oar
is found by the searching waters. Loosened
it begins to move. So be it. Old timbers
sigh — and yield. The well that gave sweet water
is sullied. So be it. And lilies that floated
quiet in the shallows, anchored, tug as
fish at a line. So be it. And are by their
stems pulled under, drowned in the muddy flux.
The white crane flies into the wood.
So be it. Men stand at the bridge, silent,
watching. So be it. So be it.
And there rises
a counterpart, of reading, slowly, overwhelming
the mind; anchors him in his chair. So be
it. He turns    O Paradiso! The stream
grows leaden within him, his lilies drag. So
be it. Texts mount and complicate them-
selves, lead to further texts and those
to synopses, digests and emendations. So be it.
Until the words break loose or — sadly
hold, unshaken. Unshaken! So be it. For
the made-arch holds, the water piles up debris
against it but it is unshaken. They gather
upon the bridge and look down, unshaken.
So be it. So be it. So be it.

The sullen, leaden flood, the silken flood
— to the teeth
to the very eyes
(light grey)

Henry's the name. Just Henry,
ever'body
knows me around here: hat
pulled down hard on his skull, thick chested,
fiftyish    

I’ll hold the baby.

That was your little dog bit me last year.
Yeah, and you had him killed on me.
(the eyes)

I didn't know he'd been killed.

You reported him and
they come and took him. He never hurt
anybody.
He bit me three times.
They had come and
took him and killed him.
I’m sorry but I had
to report him            

A dog, head dropped back, under water, legs
sticking up : .
a skin
tense with the wine of death
downstream
on the swift current       :
Above the silence
a faint hissing, a seething hardly at first
to be noticed

— headlong!

Speed!

— marked
as by the lines on slate, mottled by petty
whirlpools

(to the teeth, to the very eyes)

a formal progression

The remains— a man of gigantic stature— were transported on
the shoulders of the most renowned warriors of the surrounding
country      for many hours they travelled without rest. But half
way on the journey the carriers had to quit overcome by fatigue —
they had walked many hours and Pogatticut was heavy. So by the
side of the trail, at a place called "Whooping Boys Hollow," they
scooped out a shallow hole and laid the dead chieftain down in it
while they rested. By so doing, the spot became sacred, held in
veneration by the Indians.

Arrived at the burial place the funeral procession was met by
Pogatticut's brothers and their followers. There was great lamenta-
tion and the Kinte Kaye was performed in sadness.
Wyandach, the most illustrious brother, performed the burial
sacrifice. Having his favorite dog, a much loved animal, brought
forth, he killed him, and laid him, after painting his muzzle red,
beside his brother. For three days and three nights the tribes
mourned        

Pursued by the whirlpool-mouths, the dog
descends toward Acheron      Le Neant
        the sewer
a dead dog
turning
upon the water:

Come yeah, Chi Chi!
turning
as he passes      

It is a sort of chant, a sort of praise, a
peace that comes of destruction:
to the teeth,
to the very eyes

(cut lead)
I bin nipped
hundreds of times. He never done anybody any
harm              
helpless      

You had him killed on me.

About Merselis Van Giesen a curious story illustrative of the
superstition of the day is to this effect: His wife was ill for a long
time, confined to her bed. As she lay there, a black cat would come,
night after night, and stare at her through the window, with wicked,
blazing eyes. An uncanny fact about this visitation was that no one
else could see the cat. That Jane was bewitched was the belief of the
whole neighborhood. Moreover, the witch who exercised this spell,
and who made these weird visits to the sufferer, in the guise of a cat
invisible to everybody but the bewitched, was believed to be Mrs. B.
who lived in the gorge in the hill beyond.

Happy souls! whose devils lived so near.

Talking the matter 4 over with his neighbors, Merselis (he was
called "Sale") was told that if he could shoot the spectral cat with
a silver bullet he would kill the creature, and put a stop to the spells
exercised over his wife. He did not have a silver bullet, but he had
a pair of silver sleeve buttons.

Who of us thinks so fast to switch the category
of our loves and hatreds?

Loading his gun with one of these buttons, he seated himself
on the bed beside his wife, and declared his intention of shooting
the witch cat. But how could he shoot a creature he could not see?

Are we any better off?

"When the cat comes," said he to his wife, "do you point out
just where it is, and I will shoot at that spot." So they waited, she
in a tremor of hope and dread — hope that the spells afflicting her
would soon be ended; dread that some new torment might come to
her from this daring attempt of her husband; he, in grim determina-
tion to forever end the unholy power exercised over his wife by
Mrs. B., in the guise of the invisible feline. Long and silently they
waited.

—what a picture of marital fidelity! dreaming as one.

At last, when their feelings had been wrought up, by the suspense
to the highest pitch, Jane exclaimed "There is the black cat!"
"Where?" "At the window, it's walking on the sill, it is in the
lower left-hand corner!" Quick as a flash "Sale" raised his gun and
fired the silver bullet at the black cat which he could not see. With
a snarl that was a scream the mysterious creature vanished forever
from the gaze of Mrs. Van Giesen, who from that hour began to
recover her health.
The next day "Sale" started out on a hunt through what is now
known as Cedar Cliff Park. On the way he met the husband of the
suspected witch. There was the usual exchange of courteous
neighborly inquiries regarding the health of their respective fam-
ilies. Mr. B. said his wife was troubled with a sore on her leg for
some time. "I would like to see that sore leg," said "Sale." After
some demur he was taken to the house, and on one plea or another
was finally permitted to examine the sore. But what particularly
attracted his notice was a fresh wdurid, just where his silver sleeve
button had struck the unfortunate creature when she had last
visited his wife in the form of the spectral black witch cat! Needless
to say Mrs. B. never mpre made those weird visitations. Perhaps it
was from a sense of thanksgiving for her miraculous deliverance
that Mrs. Van Giesen joined the First Presbyterian Church on
Confession, Sept. 26, 1823. Merselis Van Giesen was assessed in 1807
for 62 acres of unimproved land, two horses and five cattle.

— 62 acres of unimproved land, two horses
and five cattle  

(that cures the fantasy)

The Book of Lead,
he cannot lift the pages

(Why do I bother with this    
rubbish?)
Heavy plaits
tumbling massive, yellow into the cleft,
bellowing

— giving way to the spread
of the flood as it lifts to recognition in a
rachitic brain

(the water two feet now on the turnpike
and still rising)

There is no ease.
We close our eyes,
get what we use
and pay. He owes
who cannot, double.
Use. Ask no whys?
1 None wants our ayes.

But somehow a man must lift himself
again —
again is the magic word     
turning the in out    :
Speed against the inundation

He feels he ought to do more. He had
a young girl there. Her mother told her,
Go jump off the falls, who cares? —
She was only fifteen. He feels so frustrated.
I tell him, What do you expect, you
have only two hands                  ?

It was a place to see, she said, The White Shutters. He said I’d
be perfectly safe there with him. But I never went. I wanted to, 1
wasn't afraid but it just never happened. He had a small orchestra
that played there, The Clipper Crew he called it— like in all the
speakeasies of those days. But one night they came leaping down-
stairs from the banquet hall tearing their clothes" off, the women
throwing their skirts over their heads, and joined in the dancing,
naked, with the others on the main floor. He took one look and
then went out the back window just ahead of the police, in his
dress shoes into the mud along the river bank.

Let me see, Puerto Plata is
the port of Santo Domingo.

There was a time when
they didn't want any whites
to own anything — to
hold anything — to say, This
is mine     

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