Libro Tres
La biblioteca III
Es peligroso dejar escrito lo
que está mal escrito.
Una palabra al azar en el papel, podría destruir el mundo. Observa
con cuidado y borra, mientras tengas el poder, me digo a
mí
mismo, porque todo lo que se escribe, una vez que sale, podría
podrir
en su camino a miles de mentes, el choclo convertirse en una
negra obscenidad, y
todas las bibliotecas, por necesidad, serían íntegramente
quemadas como resulta-
do.
Solo una
respuesta: escribe con descuido para que nada que aun no esté
maduro sobreviva.
Hay un repiqueteo
de máquinas
sumergidas, un batir de hélices.
Los oídos son agua. Los pies
escuchan. Peces huesudos con luces
sumergidas, un batir de hélices.
Los oídos son agua. Los pies
escuchan. Peces huesudos con luces
asedian
los ojos — que flotan por ahí,
indiferentes. Un sabor a yodo
anquilosado en la ley de porcen-
tajes: gruesos tablones perforados
por gusanos cuya piel calcinada
nos corta los dedos, que sangran •
Caminamos hacia un sueño, de
la certeza a o incierto,
a tiempo para ver • desde el pasado rosa •
una
cola rayada se despliega
Tra la la la la la la la
la
La tra tra tra tra tra tra
En
el que se interpone
un amargo tufo a brasas. Así sea. La lluvia
cae y satura las partes más altas del río,
amontonándose lentas. Así sea. Se unen,
arroyo con arroyo. Así sea. Un remo roto
encontrado en las aguas minuciosas. Suelto,
comienza a moverse. Así sea. Viejas maderas
suspiran —y ceden. El pozo que daba agua dulce
se mancha. Así sea. Y los lirios que flotaban
serenos en los bajos, anclados, tiran como
un pez en la tanza. Así sea. Y son arrastrados
por
sus tallos hacia abajo, ahogados en el flujo del fango.
La
cigüeña blanca vuela hacia el bosque.
Así
sea. Los hombres permanecen en el puente, callados,
observando.
Así sea. Así sea.
Y
allí se levanta
un
equivalente, de la lectura, despacio, abrumando
la mente; lo ancla a la silla. Así
sea. Se da vuelta
• ¡O Paradiso! El
arroyo
se vuelve pesado en su interior, sus lirios arrastran.
Así
sea. Los textos aumentan y se compli-
can,
llevando a otros textos y estos
a
sinopsis, resúmenes y correcciones. Así sea.
Hasta que las palabras se liberen o —tristemente
se resistan, impasibles. Se reúnen
en el puente y miran hacia abajo, impasibles.
Así sea. Así sea. Así sea.
La lúgubre, plomiza inundación, la
sedosa inundación
—hasta los dientes
hasta los ojos mismos
(gris
claro)
Henry es el nombre. Solo Henry,
Todos
me conocen por acá: sombrero
hacia abajo apretado contra el cráneo, de pecho ancho,
cincuentón
•
Yo
cargaré al bebé.
Ese era tu pequeño perro que me mordió el año
pasado.
Sí, e hiciste que lo mataran por mí.
(los
ojos)
No sabía que lo habían matado.
Lo
denunciaste y
vinieron y se lo llevaron. Nunca lastimó
a
nadie.
Me mordió tres veces.
Vinieron
y
se
lo llevaron y lo mataron.
Lo
siento pero tenía
que
denunciarlo • •
Un perro, la cabeza hacía atrás, debajo del agua,
patas
en
posición de defensa :
una
piel
estirada con el vino de la muerte
corriente
abajo
en
la corriente vertiginosa :
Por
encima del silencio
un
silbido imperceptible, un bullir difícil de percibir
al
principio
—¡precipitado!
¡Velocidad!
—marcado
como
rayas en una pizarra, manchado por insignificantes
remolinos
(hasta los dientes, hasta
los ojos mismos)
una
progresión formal
Los restos —un hombre de altura gigantesca—fueron transportados en
los hombros de los luchadores
más famosos del país cercano • viajaron durante
muchas horas sin descanso.
Pero a mitad de viaje los portadores debieron abandonar a
causa del cansancio—habían caminado muchas horas y Pogatticut era pesado. Entonces,
al costado del camino, en un
lugar llamado “Whooping Boys Hollow”, ahuecaron un pozo
poco profundo y apoyaron allí
al jefe muerto mientras descansaban. Al hacerlo, el sitio se
convirtió en sagrado, venerado
por los indios.
Cuando llegaron al lugar de entierro la procesión funeral
fue recibida por los
hermanos de Pogatticut y sus
seguidores. Hubo grandes lamentaciones y el Kinte Kaye se realizó
con tristeza.
Wyandach, el hermano más ilustre, llevó a cabo el
sacrificio fúnebre. Trajeron a su perro
favorito, un animal amado, al
frente, lo mataron y lo dejaron –después de pintar su hocico de rojo-
al lado de su hermano. Durante
tres días y tres noches las tribus estuvieron de luto •
Perseguidos por las bocas de los remolinos,
el perro
desciende hacia el Aqueronte •
Le Néant
• la cloaca
un perro muerto
revolviéndose
en el agua:
¡Ven, sí, Chi Chi!
revolviéndose
mientras pasa
•
Es una especie de canto, una especie
de alabanza, una
paz que proviene de la destrucción:
hasta
los dientes,
hasta los ojos mismos
(plomo cortado)
Fui mordisqueado
cientos de veces. Nunca le hizo mal a
nadie •
indefenso •
hiciste que lo mataran
por mí.
Merselis Van Giesen es una curiosa historia que ilustra la superstición
de la época: su esposa
estuvo largo tiempo enferma, postrada
en su cama. Mientras estuvo allí, un gato negro la visitaba
noche tras noche, y observándola
a través de la ventana, con ojos malvados e implacables. La realidad es que en esta
visita nadie más podía ver al gato. Todo el vecindario estaba convencido
de que Jane había sido embrujada. Además, la bruja que ejercía su magia, y que
hacía estas extrañas visitas a la sufriente, disfrazada de gato, invisible a
cualquiera que no fuera la hechizada, era la Sra. B que vivía en el desfiladero
en una colina cercana.
¡Felices almas! cuyos demonios vivían tan cerca.
Hablando del tema con sus vecinos, le dijeron a Merselis (lo llamaban
“Sale”) que si le disparaba al espectral gato con una bala de plata, la
criatura moriría, y detendría los hechizos ejercidos
sobre su esposa. No tenía una
bala de plata, pero tenía un par de gemelos de plata.
¿Quién de nosotros piensa tan
rápido como para cambiar la categoría
de nuestros amores y odios?
Cargando su pistola con uno de esos gemelos, se sentó en
la cama al lado de su esposa, y dijo de su intención de disparar al espectral gato.
¿Pero cómo podría dispararle a una criatura que no podía ver?
¿Estamos mejor así?
“Cuando el gato aparezca”, le dijo a su mujer, “señala a
dónde está, y le dispararé de inmediato”. Así que esperaron, ella estremecida
de esperanza y de temor —deseando que los hechizos que la aquejaban
terminaran pronto; temía que le sobreviniera un nuevo tormento a causa del
temerario intento de su marido; él, en nefasta disposición de terminar para
siempre con el poder impío ejercido sobre su mujer por la Sra. B, bajo la
apariencia de un invisible felino. Esperaron larga y silenciosamente.
—¡qué cuadro de fidelidad
matrimonial! soñando como si fueran uno.
Por fin,
cuando sus sentimientos se agotaron, por el suspenso llevado al extremo, Jane
exclamó, “¡Ahí está el gato negro!” “¿Dónde?” “¡En la ventana, está caminando por
el alféizar, está abjo en el rincón izquierdo!” Rápido como un rayo “Sale”
levantó la pistola y disparó la bala de plata
contra el gato negro que no
podía ver. Con un gruñido que fue un grito la misteriosa criatura desapareció
para siempre de la vista de la Sra. Van Giesen, que a partir de ese momento
comenzó a recuperarse.
Al día siguiente, “Sale” salió de cacería por lo que
ahora es conocido como Parque Cedar Cliff. En el camino se encontró con el
marido de la supuesta bruja. Hubo el acostumbrado intercambio de preguntas
entre vecinos sobre la salud de sus respectivas familias. El Sr. B dijo que su esposa estaba preocupada
por un dolor en la pierna desde hacía un tiempo. “Me gustaría ver esa pierna
dolorida”, dijo “Sale”. Después de algunas objeciones fue conducido a la casa,
y con una excusa u otra le fue permitido al fin, examinar la herida. Pero lo
que le llamó la atención en particular fue que la herida era reciente, justo
donde su gemelo de plata había impactado a la desafortunada criatura cuando
visitó a su mujer la última vez en forma de ¡un espectral gato negro! Demás
está decir que la Sra. B. no volvió a hacer esas extrañas visitas. Tal vez fue
por el sentido de gratitud por su milagrosa liberación que la Sra. Van Giesen
se unió a la Primera Iglesia Presbiteriana de Confesión, el 26 de septiembre,
1823. Merselis Van Giesen fue gravado en 1807 con 62 acres de tierra sin
trabajar, dos caballos y cinco cabezas de ganado.
—
62 acres de tierra sin
trabajar, dos caballos
y
cinco cabezas de ganado —
(eso cura la imaginación)
El Libro de
Plomo,
del
que no puede levantar las páginas
(¿Por qué me
molesto con esta
basura?)
Trenzas
pesadas
cayendo
en masa, amarillas en la grieta,
vociferando
—dando paso a la expansión
de
la inundación mientras emerge al reconocimiento en un
cerebro
raquítico
(el agua dos pies ahora en la
autopista
y
todavía creciendo)
No hay descanso.
Cerramos nuestros ojos,
Tomamos lo que usamos
y pagamos. Él debe
quién no, el doble.
Usa. ¿No preguntas por
qué?
Nadie quiere tus quejas.
Pero
de algún modo un hombre debe levantarse
otra
vez—
otra vez es la palabra
mágica •
convirtiendo
el dentro en afuera :
Velocidad
contra inundación
El
siente que debería hacer más. Tenía
una
chica joven allí. La madre le dijo a ella,
Ve y
salta a las cataratas, ¿a quién le importa?
Tenía
solo quince años. Él se siente tan frustrado.
Le
digo, ¿Qué esperas, tu
solo
tienes dos manos • ?
Era un lugar para ver, dijo ella, White Shutters. Él dijo que estaría
perfectamente a salvo con él.
Pero nunca fui. Quería hacerlo, no tenía miedo
pero solo que nunca sucedió.
Él tenía una pequeña orquesta que tocaba allí, The
Clipper Crew la llamaba —como en todos los tugurios de esos días. Pero una noche
bajaron saltando por las
escaleras desde el salón, arrancándose la ropa, las mujeres lanzando sus faldas
a sus cabezas y se unieron al baile, desnudas, con el resto en el piso
principal. Echó un vistazo y luego salió por la ventana trasera adelantándose a
la policía, con sus zapatos de vestir metidos en el barro a lo largo del río.
Déjame ver, Puerto Plata es
el puerto de Santo Domingo.
Hubo un tiempo en que
no querían que ningún blanco
tuviera nada —poseyera nada—que dijera, Esto
es mío •
William Carlos Williams (Rutherford, Estados Unidos, 1883-1963), Paterson, New Directions, New York, 1963
Versión © Silvia Camerotto
Foto: A History of Paterson
Book Three
The library III
It is dangerous to
leave written that which is badly written.
A chance word, upon
paper, may destroy the world. Watch
carefully and erase, while the
power is still yours, I say to
myself, for all that is put down,
once it escapes, may rot its
way into a thousand minds, the
corn become a black smut, and
all libraries, of necessity, be
burned to the ground as a con-
sequence.
Only one
answer: write carelessly so that nothing that is
not green will survive.
There is a
drumming of submerged
engines, a beat of
propellers.
The ears are water.
The feet
listen. Boney fish
bearing lights
stalk the eyes — which
float about,
indifferent. A taste
of iodine
stagnates upon the law
of percent-
ages: thick boards
bored through
by worms whose
calcined husks
cut our fingers, which
bleed
We walk into a dream, from
certainty to the unascertained,
in time to see •
from the roseate past • a
ribbed tail deploying
Tra la la la la la la la la
La
tra tra tra tra tra tra
Upon
which there intervenes
a sour stench of
embers. So be it. Rain
falls and surfeits the
river's upper reaches,
gathering slowly. So
be it. Draws together,
runnel by runnel. So
be it. A broken oar
is found by the
searching waters. Loosened
it begins to move. So
be it. Old timbers
sigh — and yield. The
well that gave sweet water
is sullied. So be it.
And lilies that floated
quiet in the shallows,
anchored, tug as
fish at a line. So be
it. And are by their
stems pulled under,
drowned in the muddy flux.
The white crane flies
into the wood.
So be it. Men stand at
the bridge, silent,
watching. So be it. So
be it.
And there rises
a counterpart, of
reading, slowly, overwhelming
the mind; anchors him
in his chair. So be
it. He turns • O Paradiso! The stream
grows leaden within
him, his lilies drag. So
be it. Texts mount and
complicate them-
selves, lead to
further texts and those
to synopses, digests
and emendations. So be it.
Until the words break
loose or — sadly
hold, unshaken.
Unshaken! So be it. For
the made-arch holds,
the water piles up debris
against it but it is
unshaken. They gather
upon the bridge and
look down, unshaken.
So be it. So be it. So
be it.
The
sullen, leaden flood, the silken flood
— to the teeth
to the
very eyes
(light
grey)
Henry's the name. Just
Henry,
ever'body
knows me around here:
hat
pulled down hard on
his skull, thick chested,
fiftyish •
I’ll
hold the baby.
That was your little
dog bit me last year.
Yeah, and you had him
killed on me.
(the
eyes)
I didn't
know he'd been killed.
You
reported him and
they come and took
him. He never hurt
anybody.
He bit
me three times.
They
had come and
took him and killed
him.
I’m
sorry but I had
to report him • •
A dog, head dropped
back, under water, legs
sticking up : .
a skin
tense with the wine of
death
downstream
on the swift current :
Above
the silence
a faint hissing, a
seething hardly at first
to be noticed
— headlong!
Speed!
— marked
as by the lines on
slate, mottled by petty
whirlpools
(to the
teeth, to the very eyes)
a
formal progression
The
remains— a man of gigantic stature— were transported on
the
shoulders of the most renowned warriors of the surrounding
country • for
many hours they travelled without rest. But half
way
on the journey the carriers had to quit overcome by fatigue —
they
had walked many hours and Pogatticut was heavy. So by the
side
of the trail, at a place called "Whooping Boys Hollow," they
scooped
out a shallow hole and laid the dead chieftain down in it
while
they rested. By so doing, the spot became sacred, held in
veneration
by the Indians.
Arrived
at the burial place the funeral procession was met by
Pogatticut's
brothers and their followers. There was great lamenta-
tion
and the Kinte Kaye was performed in sadness.
Wyandach,
the most illustrious brother, performed the burial
sacrifice.
Having his favorite dog, a much loved animal, brought
forth,
he killed him, and laid him, after painting his muzzle red,
beside
his brother. For three days and three nights the tribes
mourned
•
Pursued by the
whirlpool-mouths, the dog
descends toward
Acheron • Le
Neant
• the sewer
a dead
dog
turning
upon the water:
Come
yeah, Chi Chi!
turning
as he passes •
It is a
sort of chant, a sort of praise, a
peace that comes of
destruction:
to the
teeth,
to the very eyes
(cut
lead)
I
bin nipped
hundreds of times. He
never done anybody any
harm •
helpless
•
You
had him killed on me.
About
Merselis Van Giesen a curious story illustrative of the
superstition
of the day is to this effect: His wife was ill for a long
time,
confined to her bed. As she lay there, a black cat would come,
night
after night, and stare at her through the window, with wicked,
blazing
eyes. An uncanny fact about this visitation was that no one
else
could see the cat. That Jane was bewitched was the belief of the
whole
neighborhood. Moreover, the witch who exercised this spell,
and
who made these weird visits to the sufferer, in the guise of a cat
invisible
to everybody but the bewitched, was believed to be Mrs. B.
who
lived in the gorge in the hill beyond.
Happy
souls! whose devils lived so near.
Talking
the matter 4 over with his neighbors, Merselis (he was
called
"Sale") was told that if he could shoot the spectral cat with
a
silver bullet he would kill the creature, and put a stop to the spells
exercised
over his wife. He did not have a silver bullet, but he had
a
pair of silver sleeve buttons.
Who of us
thinks so fast to switch the category
of our loves and
hatreds?
Loading
his gun with one of these buttons, he seated himself
on
the bed beside his wife, and declared his intention of shooting
the
witch cat. But how could he shoot a creature he could not see?
Are we any
better off?
"When
the cat comes," said he to his wife, "do you point out
just
where it is, and I will shoot at that spot." So they waited, she
in
a tremor of hope and dread — hope that the spells afflicting her
would
soon be ended; dread that some new torment might come to
her
from this daring attempt of her husband; he, in grim determina-
tion
to forever end the unholy power exercised over his wife by
Mrs.
B., in the guise of the invisible feline. Long and silently they
waited.
—what a picture of
marital fidelity! dreaming as one.
At
last, when their feelings had been wrought up, by the suspense
to
the highest pitch, Jane exclaimed "There is the black cat!"
"Where?"
"At the window, it's walking on the sill, it is in the
lower
left-hand corner!" Quick as a flash "Sale" raised his gun and
fired
the silver bullet at the black cat which he could not see. With
a
snarl that was a scream the mysterious creature vanished forever
from
the gaze of Mrs. Van Giesen, who from that hour began to
recover
her health.
The
next day "Sale" started out on a hunt through what is now
known
as Cedar Cliff Park. On the way he met the husband of the
suspected
witch. There was the usual exchange of courteous
neighborly
inquiries regarding the health of their respective fam-
ilies.
Mr. B. said his wife was troubled with a sore on her leg for
some
time. "I would like to see that sore leg," said "Sale."
After
some
demur he was taken to the house, and on one plea or another
was
finally permitted to examine the sore. But what particularly
attracted
his notice was a fresh wdurid, just where his silver sleeve
button
had struck the unfortunate creature when she had last
visited
his wife in the form of the spectral black witch cat! Needless
to
say Mrs. B. never mpre made those weird visitations. Perhaps it
was
from a sense of thanksgiving for her miraculous deliverance
that
Mrs. Van Giesen joined the First Presbyterian Church on
Confession,
Sept. 26, 1823. Merselis Van Giesen was assessed in 1807
for
62 acres of unimproved land, two horses and five cattle.
— 62 acres of
unimproved land, two horses
and five cattle —
(that
cures the fantasy)
The
Book of Lead,
he cannot lift the
pages
(Why do
I bother with this
rubbish?)
Heavy
plaits
tumbling massive,
yellow into the cleft,
bellowing
—
giving way to the spread
of the flood as it
lifts to recognition in a
rachitic brain
(the
water two feet now on the turnpike
and still rising)
There is no ease.
We close our eyes,
get what we use
and pay. He owes
who cannot, double.
Use. Ask no whys?
1 None wants our ayes.
But
somehow a man must lift himself
again —
again is the magic
word •
turning
the in out :
Speed against the
inundation
He feels
he ought to do more. He had
a young girl there.
Her mother told her,
Go jump off the falls,
who cares? —
She was only fifteen.
He feels so frustrated.
I tell him, What do
you expect, you
have only two hands • ?
It
was a place to see, she said, The White Shutters. He said I’d
be
perfectly safe there with him. But I never went. I wanted to, 1
wasn't
afraid but it just never happened. He had a small orchestra
that
played there, The Clipper Crew he called it— like in all the
speakeasies
of those days. But one night they came leaping down-
stairs
from the banquet hall tearing their clothes" off, the women
throwing
their skirts over their heads, and joined in the dancing,
naked,
with the others on the main floor. He took one look and
then
went out the back window just ahead of the police, in his
dress
shoes into the mud along the river bank.
Let me
see, Puerto Plata is
the port of Santo
Domingo.
There was
a time when
they didn't want any
whites
to own anything — to
hold anything — to
say, This
is mine •
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