jueves, mayo 19, 2022

Cesare Pavese / Una generación



Un muchacho venía a jugar en los prados
adonde ahora llegan las avenidas. Encontraba en los prados
muchachones descalzos, y saltaba de alegría.
Era lindo descalzarse en el pasto con ellos.
Un atardecer de luces lejanas, resonaban disparos,
en la ciudad, y sobre el viento llegaba temeroso
un clamor interrumpido. Callaban todos.
Las colinas desgranaban puntos de luz
sobre las laderas, y el viento los avivaba. La noche
que caía terminaba por apagarlo todo,
y en el sueño quedaban sólo frescuras de viento.

(A la mañana, los muchachos vuelven a pasear
y ninguno recuerda el clamor. En la prisión
hay obreros silenciosos y alguno está ya muerto.
En las calles han cubierto las manchas de sangre.
La ciudad lejana se despierta en el sol
y la gente sale. Se mira en la cara).
Los muchachos imaginaban la oscuridad de los prados
y miraban a las mujeres a la cara. Hasta las mujeres
no decían nada y dejaban hacer.
Los muchachos pensaban en la oscuridad de los prados
adonde iba alguna chica. Era lindo hacer llorar
a las chicas en la oscuridad. Éramos los muchachos.
La ciudad nos gustaba de día: a la noche, callar
y mirar las luces en la distancia y escuchar los clamores.
Vienen aún los muchachos a jugar en los prados
adonde llegan las avenidas. Y la noche es la misma.
Al pasar se siente el olor de la hierba.
En prisión están los mismos. Y están las mujeres,
como antes, que hacen chicos y no dicen nada.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908-Turín, Italia, 1950), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino

Foto: Cesare Pavese probablemente en el Piamonte, años 40 RAI

Una generazione

Un ragazzo veniva a giocare nei prati
dove adesso s'allungano i corsi. Trovava nei prati
ragazzotti anche scalzi e saltava di gioia.
Era bello scalzarsi nell'erba con loro.
Una sera di luci lontane echeggiavano spari,
in città, e sopra il vento giungeva pauroso
un clamore interrotto. Tacevano tutti.
Le colline sgranavano punti di luce
sulle coste, avvivati dal vento. La notte
che oscurava finiva per spegnere tutto
e nel sonno duravano solo freschezze di vento.

(Domattina i ragazzi ritornano in giro
e nessuno ricorda il clamore. In prigione
c'è operai silenziosi e qualcuno e già morto.
Nelle strade han coperto le macchie di sangue.
La città di lontano si sveglia nel sole
e la gente esce fuori. Si guardano in faccia).
I ragazzi pensavano al buio dei prati
e guardavano in faccia le donne. Perfino le donne
non dicevano nulla e lasciavano fare.
I ragazzi pensavano al buio dei prati
dove qualche bambina veniva. Era bello far piangere
le bambine nel buio. Eravamo i ragazzi.
La città si piaceva di giorno: la sera, tacere
e guardare le luci in distanza e ascoltare i clamori. 
Vanno ancora ragazzi a giocare nei prati
dove giungono i corsi. E la notte è la stessa.
A passarci si sente l'odore dell'erba.
In prigione ci sono gli stessi. E ci sono le donne
come allora, che fano bambini e non dicono nulla.

Poesie, Mondadori, 1969

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