Batalla de San Romano. Paolo Uccello
Para alcanzar una sola de las naranjas
que mudas, que cuelgan, que redondas
ofrecen en medio de la muerte
su perfecta geometría,
su dulce peso específico,
su más desconcertante inocencia,
que como un telón de fondo de la contienda
seducen por su prohibición
y su belleza, como aquel fruto del árbol
del conocimiento,
es necesario descalzarse, esquivar
en primer término al condotiero Niccolo da Tolentino,
rodear los robustos caballos, admirar sus armaduras,
tocar el labrado de sus estribos,
seguir avanzando en medio de un bosque de lanzas
de las huestes florentinas
teniendo el cuidado de no pisar
ninguno de los cuerpos caídos,
deformes ya
más que por la herida mortal
o el pavor de la batalla,
por la drástica ley de la perspectiva,
para saber que esos frutos
que tanto hemos perseguido
no se encuentran en el lugar
donde nuestro ojo y deseo suponían,
pues son un reflejo de otras naranjas
más lejanas y que jamás mano alguna
podrá alcanzar.
Así lo quiso Paolo Uccello,
maestro de la ilusión óptica.
Y de la melancolía
Jardín de Villa Medici. Velázquez
Para Álvaro Mutis
Ya no soy ese joven que llegara a Italia
para aprender en sus talleres y claustros y palacios
los codiciados secretos de la pintura.
Ahora ocupo el cargo de pintor de cámara de la corte
y he venido nuevamente a Roma
con el único propósito de adquirir obras de arte
para la colección de su majestad Felipe IV.
Esta tibia tarde de septiembre
regreso como entonces al Jardín de Villa Medici
y mientras repaso en mi memoria
los nombres de algunos pintores ilustres
—Tiziano, Veronés, Correggio, Caravaggio—
observo a un par de hombres cancelar con unas tablas
una noble puerta de piedra que se alza delante de unos pinos.
Al respirar en el jardín el dulce aroma del azahar
que me hace revivir de repente mi infancia en Sevilla,
una voz me pide que abandone por un momento mis funciones,
que me olvide de mi dedicación y entrega a los demás
y guarde sólo para deleite mío testimonio de estas horas.
Entonces cierro los ojos y suplico al cielo
que sea capaz de repetir más tarde en la tela
esta efímera felicidad que ahora me acompaña,
antes de que mi propia memoria,
como la puerta de piedra que están cubriendo,
no me reconozca y me impida la entrada.
Al verme contemplar la pintura desde lejos
el rey me pregunta qué singular acontecimiento allí se refleja,
qué oculta alegoría pretendo enunciar,
pero solamente acierto a responder que es la tarde, majestad,
solamente la tarde romana que pasa.
Ramón Cote Baraibar (Cúcuta, Colombia, 1963), "Colección privada" (2003)
Fondo de Cultura Económica,
Bogotá, 2021
Otra Iglesia Es Imposible - Fondo de Cultura Económica - Valparaíso Ediciones - Biblioteca Piloto del Caribe - La Raíz Invertida - La Otra - Aurora Boreal - Vallejo & Co. - Prodavinci
Foto: Ramon Cote © Joaquín Puga/RFI/Libros & Letras
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