domingo, febrero 28, 2010

Joaquín Giannuzzi, violín


de archivo


VIOLIN OBLIGADO,
De JOAQUIN GIANNUZZI.
Libros de Tierra Firme,
Buenos Aires, 1984

“Hay un millón de ventanas y cada una padece/ su teólogo fracasado ante la única realidad posible”.
En estos dos versos del poeta Joaquín Giannuzzi se cifran algunas claves para una posible interpretación de una obra que creció verdaderamente sin estridencias, no ya ante el público sino en el propio ambiente literario porteño, donde las glorias no serán masivas, pero son.
Hombre frente a una ventana, hombre asomado a la “única realidad posible”. “Teólogo fracasado”. Una imagen y, a la vez, un epíteto. Es sospechable que un hombre frente a una ventana sea un teólogo fracasado. Giannuzzi, no obstante, lo subraya. Es que estos versos, se lo haya propuesto o no, funcionan como una poética. Pero, además, son “millones de ventanas” y cada una “padece” este tipo de observador. Con lo cual, la poesía de Giannuzzi ingresa en la historia.
Giannuzzi ha publicado –con éste- seis libros de poesías. Cada uno de ellos da testimonio, desde su título, de la misma sed de absoluto –un absoluto que debe refrendarse en la realidad cotidiana- y de las mismas incertidumbres: Nuestros días mortales (que fue publicado por Sur en 1958), Contemporáneo del mundo (1963), Las condiciones de la época (1968), Señales de una causa personal (1977), Principios de incertidumbre (1981) y Violín obligado, que aunque parezca no alude de entrada al lirismo obligado, sino a esa porción del concierto que corre por cuenta exclusiva de un solo instrumento. Ese tramo que solo un instrumento –y ningún otro- puede ejecutar.
De esto se trata: el sentimiento ético que inspira la poesía de Joaquín Giannuzzi es existencial. Solo, en tanto nadie puede acompañarlo hasta más allá de la muerte, el hombre se define por todo aquello que dice a la luz de la muerte.
Entonces, el violín que ejecuta esa parte única y exclusiva se vale nada más que de su música y la de ningún otro. Que Giannuzzi haya elegido el violín, que su libro no se haya llamado “Saxo obligado” o “Fagot obligado” también habla de algo. Por supuesto, el violín es un instrumento con enorme prestigio lírico, es casi el instrumento por excelencia, en tanto se entienda –por metonimia obligada- el instrumento como música y ésta, a la vez, por otra obligada metonimia, como el arte por excelencia. Y al arte como belleza pura y así.
Pero la época, incesantemente mencionada por Giannuzzi, es el límite. Allí es donde está el caos, la imposibilidad de que sea uno realmente único e irrepetible. De allí la ventana como lugar recurrente que serviría para revelar gran parte de la significación de la poesía de Giannuzzi. Lugar por excelencia donde comercian el adentro tenso y el exterior abrumado.
Pero desde luego la poesía no se agota en el campo de la significación. Nunca fue un juego malabar, un código descrifrable: no se trata de que las interpretaciones alumbren un derrotero que deliberadamente elude una decodificación precisa. La poesía, en ese caso, no serviría realmente para nada. La aventura está en la lengua misma, en el uso de la lengua y, tratándose de Giannuzzi, en el hábil desplazamiento que permite convertir una realidad concreta, sensorialmente plena e inconfundible, en una abstracción intelectual que, sin embargo, no pierde el sabor –la atmósfera- de la anécdota, llámese hombre de la ventana, hombre deambulando por el jardín, “poeta enroscado en su silla”.
De allí las dalias “inclinadas hacia este oscuro planeta” o este poeta que dice: “Pongo mi amarga cabeza a circular por el jardín./ Busco un rumor terrenal/ a un costado de la escritura consciente”. Estos juegos en los que se complace Joaquín Giannuzzi –el traslado de una significación realista al plano de la especulación- son el sitio de la belleza, único y fugaz.
Un enrarecido aliento sobre la profundidad de la existencia recorre esta poesía, pero se da –como debe ser, tratándose justamente de poesía- en el trabajo sutil con las palabras.
La eternidad no está, y es su busca la que define a este poeta de cabo a rabo, desde su soporte narrativo hasta la instrumentación misma de las palabras. Pide piedad para nosotros ese “hombre confeso, diluido, cardíaco/ esperando justicia con agua muerta en las arterias”.
Pero con él se llega a uno de los más altos logros de la poesía argentina contemporánea. Poesía trágica, poesía urbana, poesía donde la cuestión personal dialoga definitiva –e infinitamente- con el tiempo sin salida.

Jorge Aulicino

Clarín Cultura y Nación, 13 de diciembre de 1984

2 comentarios:

  1. Es verdad, nunca pidió piedad para sí mismo. De ahí el padecimiento. Grandes alumnos tiene; empezando por este editor. Y hasta se podría cambiar las citas y aplicar casi las mismas palabras. Es una humilde opinión, Irene

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  2. Eduardo Alvarez Tuñón dijo: Bellisimo el poema de Joaquin Gianuzzi y las palabras de Jorge. Coincido con lo que dice Irene. Disfruto mucho el blog. Gracias y un abrazo

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