miércoles, junio 04, 2014

José Antonio Ramos Sucre / Dos poemas











La cábala

El caballero, de rostro famélico y de barba salvaje, cruzaba el viejo puente suspendido por medio de cadenas.

Dejó caer un clavel, flor apasionada, en el agua malsana del arroyo

Me sorprendí al verlo solo. Un jinete de visera fiel le precedía antes, tremolando un jirón en el vértice de su lanza.

 Discutían a cada momento, sin embargo de la amistad segura. El señor se había sumergido en la ciencia de los rabinos desde su visita a la secular Toledo. Iluminaba su aposento con el candelabro de los siete brazos, sustraído de la sinagoga, y lo había recibido de su amante, una beldad judía sentada sobre un tapiz de Esmirna.

El criado resuelve salvar al caballero de la seducción permanente y lo persuade a recorrer un mar lejano, en donde suenan los nombres de los almirantes de Italia y las Cícladas, las islas refulgentes de Horacio, imitan el coro vocal de las oceánidas.

Cervantes me refirió el suceso del caballero devuelto a la salud. Se restableció al discernir en una muchedumbre de paseantes la única doncella morena de Venecia.

El cielo de esmalte (1929)


 El castigo

El visionario me enseñaba la numeración valiéndose de un árbol de hojas incalculables. Pasó a iniciarme en las figuras y volúmenes señalándome el ejemplo del cristal y la proporción guardada entre las piezas de una flor. Descubría en el cuerpo más oscuro un átomo de la luz insinuante.

El visionario desaparecía al caer la tarde en un esquife de cabida superficial. Creaba la ilusión de zozobrar en una lejanía ambigua, en medio de un tumulto de olas. Yo miraba flotar las reliquias de su veste y de su corona de ciprés.

Volvía el día siguiente a escondidas de mí, usando el mismo vestido solemne de un sacerdote hebreo, conforme el ritual de Moisés.

Comentaba en ese momento el pasaje de un rollo de pergamino, escrito sin vocales. La portada mostraba la imagen del licaón, el lobo del África. Terminaba citando el nombre de los profetas vengativos y soltaba a la faz de la mañana un himno grandioso donde se agotaba el torrente de su voz.

Dejé de verlo cuando se puso al habla temerariamente, a través del espacio libre, con un astro magnético.

La rotonda, en donde se había acogido, vino súbitamente al suelo, rodeada de llamas soberbias.

Las formas del fuego (1929)


José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, Venezuela, 1890-Ginebra, Suiza, 1930) Obra poética, Colección Archivos, n° 52, Barcelona, 2001

1 comentario:

  1. Alicia Silva Rey05 junio, 2014 00:05

    El luto le sienta bien a José Antonio -tal como "El luto le sienta bien a Electra", de Eugene O'Neill-. Los esmaltes, la ciudad de Toledo, los tapices de Esmirna, la Kabala, la numerología, la videncia, el licaón, las coronas de ciprés, los fuegos como oráculo. Gracias. Jamás lo había leído.

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