lunes, octubre 15, 2007
Siempre se puede saber
(nada es incalculable)
Siempre se puede saber cuántas nubes, cuántos nogales, cuántos pájaros
se necesita para que exista esta abertura
donde machos y hembras multiplican todo lo que se ve.
Hay
conexiones: la curiosidad que une a los contrarios, la tentación inacabable,
y en medio de eso
la naturaleza con sus plazos: un buen pagador que respeta acuerdos;
porque incluso en lo que tiene de atolondrada
cumple su palabra torrencial: la que desborda ríos, atruena o incendia con hipérbole.
Y en este juego, cada uno
para el otro
es el mundo exterior: la trama problemática que comenzó en el
agua nos hizo reptar unos cuantos milenios, hasta que
levantamos la cerviz y ya nunca volvimos al origen: un
hombre se ha hecho para caminar, para nacer y morir en
todas partes con el trenzado del ADN: ramificaciones y
sorpresas.
Todo cabe y resiste
en esta corriente que no termina,
este largo viaje en el que plantas, días nublados, palomas
y fracasos
cantan a coro:
vos con tu suave armonía,
yo con mi voz desigual.
Santiago Sylvester (Salta, 1942), El reloj biológico. Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2007
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