Durante una temporada en Monterrey, Garbeld analizó --fríamente, como era su costumbre-- el poema Piedra de Sol, de Octavio Paz. Comprendía el castellano, aunque no podía hablarlo ni escribirlo. No sabía nada sobre su fonética pero percibía con claridad extraña su estructura. "Osbserve que Paz habla de las ramas de un durazno", me dijo cuando volvía de procurarle, a alto precio, tabaco puro de Virginia en un lejano estanco. "Suena, en realidad, extraño", dije. "No por cierto si pensamos, y seguramente Paz lo pensaba, que el durazno engendra el duraznero". "Me temo --dije-- que se equivoca, suele el pueblo llamar al árbol por su fruto". "Precisamente", repuso Garbeld. "¿Y cree usted que esa sinécdoque es casual, producto de una comodidad o simplificación del lenguaje?". "Estoy casi seguro", dije. "Apunte para una filosofía de la gramática popular: resumen en la abundancia; percepción instintiva de la verdad platónica". "No intente confundirme", dije. "Está tan claro como el agua, joven. El durazno antecede al duraznero, pero no en la mera filosofía del lenguaje, y no sólo en la más profunda del pensamiento, sino en la realidad específica". "De modo --dije-- que usted supone que el fruto permanece invisible hasta que el árbol entero crece a su alrededor como una obertura". "Lo ha dicho usted bastante bien", concluyó Garbeld (por así decirlo).
Gustav Who, Charlas en los trópicos, Oldenburg, Baja Sajonia, 1958
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