Un hombre tiene un olor personal característico, que su esposa, sus hijos y su perro pueden reconocer. Una multitud tiene un mal olor generalizado. El público es inodoro.
Antes de que se conociera el fenómeno del público, existía un arte ingenuo y un arte sofisticado, que eran diferentes, pero sólo como pueden serlo dos hermanos.
Todos los poetas adoran las explosiones, las tormentas, los huracanes, las conflagraciones, las ruinas, las carnicerías espectaculares. La imaginación poética no es algo deseable para un estadista.
En una guerra o revolución, un poeta puede ser un buen guerrillero o un espía, pero es improbable que resulte un buen militar. O en tiempos de paz, un miembro sensato de una comisión parlamentaria.
W. H. Auden, El poeta y la ciudad, en La mano del teñidor, Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 1999
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