En un poema no importa
si la casa está sucia. El polvo
avanzando sobre las fotos como un amor
sofocante. La arena volcada de la zapatilla de un chico,
los granos facetados que se diseminan
por la alfombra esmeralda
como las estrellas y los planetas de un pequeño
sistema solar. El Monopoly
apretado contra Dostoyevsky.
Un sticker brillante que dice “the ceiling”,
etiquetando el techo
que quedó de un verano en el que un sobrino
estudió inglés.
El moho en el pan de la heladera
es tan interesante como el liquen en un roble
sus cabellos minúsculos como la pelusa
en la cabeza de un bebé, sus azules
delicados y sus verdes primaverales,
su plétora de esporas,
continentes repletos de criaturas
deslumbrando nuestras palmas.
En un poema, la vida y la muerte son iguales.
Aceptamos a una niña, aplastada
como piedritas debajo de una rueda.
Y a su abuelo frente a la tumba abierta
estrujando su remerita azul contra la cara.
Le damos la bienvenida al bebé nacido al alba,
la madre desnuda, en cuclillas,
pujando frente al ventanal
justo cuando ruge el camión de basura
y los hombres bajan de un salto, vaciando ruidosamente
los tachos metálicos dentro de sus fauces.
En un poema, no nos importa si te contrataron
o te despidieron, si perdiste o encontraste el amor,
si seguís tomando o dejaste.
No tenés que ejercitarte
o perdonar. Estamos hambrientos.
Vamos a pedir todos los platos del menú.
En los poemas la alegría y el dolor son amigos.
Se acuestan juntos, se
manosean, los dedos
hinchados dentro de las bocas,
los pezones irritados prendidos fuego, sus sexos
encastrados perfectamente como el día y la noche.
Se arquean sobre nosotros, relucen y corcovean,
son las puertas por donde entramos a nuestras vidas.
Ellen Bass (Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947), Todos los platos del menú, Gog y Magog, Buenos Aires, 2022
Versión de Daniela Ema Aguinsky y Valentino Cappelloni
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Foto: Lunch Ticket
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