viernes, julio 19, 2019

Adélia Prado / Linaje















Mi árbol ginecológico
me trasmitió hidalguías:
gestos marmorizables:
mi padre, en el día de su casamiento,
dejó sola a mi madre y se fue al baile.
¡Mi madre tenía un vestido solo, pero
qué porte, qué piernas, qué medias de seda mereció!
Mi abuelo paterno negociaba con tomates verdes,
no le fue bien. Taló el bosque para hacer carbón,
hasta el final de su vida, los poros negros de ceniza:
"No me entierren en Jaguara, en Jaguara, no."
Mi abuelo materno tuvo un pequeño almacén,
una piedra en el riñón,
sintió cólicos y demasiado frío,
en un cofre de madera guardaba queso y monedas.
Jamás pensaron en escribir un libro.
Todos extremadamente pecadores, arrepentidos
hasta la pública confesión de sus pecados
que uno de ellos pronunció como si fuese todos:
"Todo hombre se equivoca. No sirve decir yo
porque yo. Todo hombre se equivoca."
Esta sentencia sin pulir, cargada
de los sollozos propios de la hora en que fue llorada,
permaneció inédita hasta que yo,
cuya madre y abuelos murieron temprano,
de parto, sin discursos,
la trasmitiera a mis futuros,
enormemente admirada
de un dolor tan alto,
de un dolor tan hondo,
de un dolor tan bello,
entre tomates verdes y carbón,
moho de queso y cólicos.

Adélia Prado (Divinópolis, Brasil, 1935), "El corazón disparado", 1978, Poemas reunidos, Griselda García Editora, Buenos Aires, 2019
Versiones de José Ioskin

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Foto: Adélia Prado en Facebook

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