Era aquel un escritor de la contracultura de California, paraje que ustedes tienen derecho a ignorar, en la costa Oeste de los Estados Unidos. Garbeld lo conoció en una fiesta de snob a la que se había empeñado en asistir, durante su estadía en San Francisco, en los tiempos del estudio de las grandes regresiones. "Es un tipo que no tiene en absoluto empacho en hacer creer que es áspero y refractario al contacto social, un ser dispuesto a envenenar el agua de un jardín de infantes, aunque tranquilo y correcto en el trato personal -pontificó Garbeld--. Por esta razón lo llaman a las fiestas y saraos, presentaciones de libros y vernissages, a lo que acude con actitud acre; luego, ante quienes lo tratan, se muestra afable y tímido. Y este ritual, me imagino, de llamarlo con miedo, de aliviarse más tarde ante sus modales delicados, se repite ad aeternum, sin que se agote su eficacia, como un rito. Hay sin embargo un pacto tácito entre él y los animadores culturales. También ellos fingen, aunque lo ignoren. Fingen creer en su aspereza pues así pueden lucir más tarde como un triunfo que el escritor contracultural haya aceptado el convite. Ahí tiene usted al animador de esta velada. ¿Por qué cree que está orondo y luce esa sonrisa de oreja a oreja? Pues porque el Gran Outsider resplandece en medio de su fiestita, él y sólo él logró esta noche sacarlo de su madriguera, una cabaña llena de residuos en un acantilado. Esta cultura del Oeste ha de propagarse, responde a un latido de la época. Cuando el Gran Contestador, el desdeñoso escritor muera, se harán de él numerosas biografías. Todas tendrán fotos de reuniones como esta. Y nadie estará dispuesto a romper, con sólo una risa sarcástica, un gesto fastidiado, un mínimo encorvamiento de ceja, el engaño en el que todos creen creer. Pues basta ese tipo de gesto para destruir el acuerdo, tan frágil es. Si el escritor contracultural, el arúspice de barrio latino, respondiera en verdad con gruñidos a cada invitación, si en verdad fuera desagradable su trato, aun así insistirían, aun así tendría asegurada su biografía póstuma, llena de terribles testimonios de su decadencia. Acepta los convites porque es débil su carne y se complace en la veneración que le dispensan en vida. Y es éste el punto que se pone en juego, que permite el acuerdo tácito. Engalano vuestra velada, a condición de que no desnuden mi talón de Aquiles, propone el escritor áspero sin decirlo; no lo haremos mientras mantenga usted la ambigüedad de su natural desdeñoso y los modales de quien está más allá incluso de aceptar un compromiso social, le responden sin decirlo. De este modo se perpetúa la mutua devoción de productores y consumidores", resopló Garbeld.
Gustav Who, Arrebatos, La Joya, 1978
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