-Sigo creyendo en la National Geographic -dijo Garbeld cerrando el cuarto tomo. -Supongo que cree en ella como en los hermanos Grimm -le dijo el barman. -No, mejor que en ellos; pero, ¿por qué supone que no tiene para contarnos algo más que fábulas? -Pues pertenece al tiempo en que el Imperio confundía en una prístina religión al salvaje, a la vegetación y a las tierras incógnitas -repuso el barman. -Ahora, fíjese don Garbeld, no hay casi nada incógnito y todo viaje es urbano, de ciudad en ciudad, entre andurriales, campos y palacios, en vehículos veloces que nos aislan de la brisa y el frío. -Reconozco que se puede ir de El Cairo a Alejandría sin sentir el rigor del sol, en un auto refrigerado, por ejemplo. Eso nos ahorra el clima, pero no la sensación de ensueño intemporal que nos rodea en los desiertos -dijo Garbeld.
Gustav Who. Garbeld y el barman, Osaka, 1997
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