sábado, enero 16, 2021

Cesare Pavese / Casa en construcción




Con las cañitas, despareció también la sombra. Ya el sol, al sesgo,
atraviesa las arcadas y se descarga por los huecos
que serán ventanas. Trabajan un poco los albañiles,
tanto cuanto dura la mañana. De vez en cuando se lamentan
por el tiempo en que aquí susurraban las cañas
y un caminante acalorado podía tirarse sobre el pasto.

Los muchachos comienzan a llegar cuando el sol está más alto.
No le temen al calor. Los pilares aislados contra el cielo
son un campo de juego mejor que los árboles
o la calle de siempre. Los ladrillos desnudos
se llenan de azul, para cuando los huecos
sean cerrados, y para ellos es una dicha mirarse desde abajo
la cabeza sobre los recuadros de cielo. Lástima el buen tiempo,
porque un chaparrón allá arriba, en aquellos vanos,
les gustaría a los muchachos. Sería lavar la casa.

Ciertamente anoche -se puede ir- era mejor:
el rocío bañaba los ladrillos y, tendidos entre los muros,
veían las estrellas. Hasta podían encender
un buen fuego, y alguno atacarlos y agarrarse a piedrazos.
Una piedra, de noche, puede matar sin ruido.
Están, además, las culebras que bajan por los muros
y que caen como una piedra, sólo que más blandas.
Qué sucede de noche allí adentro, lo sabe solo el viejo,
al que se ve por la mañana bajando las colinas.
Deja brasas allí adentro y tiene la barba chamuscada
por la llama y ya absorbió tanta agua que, como el terreno,
no podría cambiar de color. Hacer reír a todos
porque dice que los otros se hacen la casa
con sudor, y él duerme allí sin sudar. Pero un viejo
no debería permanecer en la noche al aire libre.
Se entiende de una pareja en un prado: están el hombre y la mujer
que se tienen apretados y después vuelven a casa.
Pero este viejo no tiene una casa y se mueve a duras penas.
Realmente algo le sucede allí adentro,
porque todavía a la mañana barbotea para sí.

Después de un rato, los albañiles se tiran a la sombra.
Es el momento en que el sol ha impregnado cada cosa
y cada ladrillo quema las manos al tocarlo.
Se ha visto ya una culebra desplomarse, huyendo,
en el pozo de cal: es el momento en que el calor
enloquece hasta a los animales. Se bebe una vuelta
y se ven las colinas todo alrededor, quemadas,
tremolar en el sol. Solamente un tonto
seguiría trabajando y, de hecho, aquel viejo
a esta hora atraviesa las viñas robando zapallos.
Pero hay muchachos sobre los andamios, que suben y bajan.
Una vez una piedra terminó sobre el cráneo
del patrón, y todos interrumpieron el trabajo
para llevarlo al torrente y lavarle la cara.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Trabajar cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino

Imagen: Cesare Pavese en Varigotti, Liguria, años '40 Mondadori/Getty Images

Otra Iglesia Es Imposible - Fondazione Cesare Pavese - Grisielda García Editoria - Ediciones del Dock - Editorial Cartografías - Op.Cit. - Dardanelos - De Sibilas y Pitias - Eterna Cadencia - Nosotros - Indie Hoy


Casa in costruzione

Coi canneti è scomparsa anche l'ombra. Già il sole, di sghembo,
attraversa le arcate e si sfoga per i vuoti
che saranno finestre: lavorano un po’ i muratori,
fin che dura il mattino. Ogni tanto rimpiangono
quando qui ci frusciavano ancora le canne,
e un passante accaldato poteva gettarsi sull'erba.

I ragazzi cominciano a giungere a sole più alto.
Non lo temono il caldo. I pilastri isolati del cielo
sono un campo di gioco migliore che gli alberi
o la solita strada. I mattoni scoperti
si riempion d'azzurro, per quando le volte
saran chiuse, e ai ragazzi è una gioia vedersi dal fondo
sopra il capo i riquadri di cielo. Peccato il sereno,
che un rovescio di pioggia lassù da quei vuoti
piacerebbe ai ragazzi. Sarebbe un lavare la casa.

Certamente stanotte -poterci venire- era meglio:
la rugiada bagnava i mattoni e, distesi tra i muri,
si vedevan le stelle. Magari potevano accendere
un bel fuoco e qualcuno assalirli e pigliarse a sassate.
Una pietra di notte può uccidre senza rumore.
Poi ci sono le biscie che scendeno i muri
e che cadono como una pietra, soltanto piú molli.

Cosa accada di notte là dentro, lo sa solo il vecchio
che al matino si vede discendere per le colline.
Lascia braci di fuoco là dentro e ha la barba strinata
dalla vampa e ha già preso tant'acqua, che, como il terreno,
non potrebbe cambiare colore. Fa ridere tutti
perché dice che gli altri si fanno la casa
col sudore e lui senza sudare ci dorme. Ma un vecchio
non dovrebbe durare alla notte scoperta. 
Si capisce una coppia in un prato: c'è l'uomo e la donna
che si tengono stretti, e poi tornano a casa.
Ma quel vecchio non ha piú una casa e si muove a fatica.
Certamente qualcosa gi accade lì dentro,
perché ancora al mattino borbotta tra sé.

Dopo un po’ i muratori si buttano all'ombra.
È il momento che il sole ha investito ogni cosa
e un mattone a toccarlo ci scotta le mani.
S'è già visto una biscia piombare fuggendo
nella pozza di calce: è il momento che il caldo
fa impazzire perfino le bestie. Si beve una volta
e si vedono le altre colline ogn'intorno, bruciate,
tremolare nel sole. Soltanto uno scemo
resterebbe al lavoro e difatti quel vecchio
a quest'ora traversa le vigne, rubando le zucche.
Poi ci sono i ragazzi sui ponti, che salgono e scendeno.
Una volta una pietra è finita sul cranio
del padrone e hanno tutti interrotto il lavoro
per portarlo al torrente e lavargli la faccia.

Poesie, Mondadori, 1969

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