viernes, diciembre 12, 2008

Arthur Rimbaud / Adiós




























Adiós

¡El otoño ya! - Pero por qué añorar un sol eterno, cuando estamos empeñados en descubrir la claridad divina - lejos de las gentes que mueren en las estaciones.
El otoño. Nuestra barca en lo alto de las brumas inmóviles vira hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme de cielo manchado de fuego y lodo. ¡Ah!, los harapos podridos, el pan empapado en lluvia, la embriaguez, los mil amores que me han crucificado! ¿No acabará nunca esta vampira, soberana de millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados? Vuelvo a verme, la piel devorada por el fango y la peste, lleno de gusanos los cabellos y las axilas y con gusanos aun mayores en el corazón, tendido entre desconocidos sin edad, sin sentimiento... Hubiera podido morir allí... ¡Horrible evocación! Execro la miseria.
¡Y temo al invierno por ser la estación del confort!
-A veces veo en el cielo playas sin fin cubiertas de blancas naciones jubilosas. Por encima de mí, un enorme navío de oro agita sus pabellones multicolores en la brisa de la mañana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y bien! ¡Debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! ¡Bella gloria de artista y de narrador perdida!
¡Yo! ¡Yo que me consideré ángel o mago, dispensado de toda moral, soy restituido a la tierra con un deber que hay que buscar, y una rugosa realidad que es necesario estrechar! ¡Patán!
¿Me engaño? ¿La caridad sería, para mí, hermana de la muerte?
En fin, pediré perdón por haberme nutrido de falsedad. ¡Y adelante!
¡Pero ni una mano amiga! ¿Y adónde pedir socorro?

***

Si, la nueva hora al menos es muy severa.
Porque puedo decir que alcancé la victoria: el rechinar de dientes, los silbos del fuego, los suspiros pestíferos se moderan. Todos los inmundos recuerdos se desvanecen. Mis últimos pensamientos escapan -celos de los mendigos, los bandoleros, los amigos de la muerte, los retardados de toda especie-. Condenados, ¡si yo me vengase!
Hay que ser absolutamente moderno.
Nada de cánticos: conservar lo ganado. ¡Dura noche! La sangre reseca humea en mi rostro, y detrás de mí sólo tengo ese horrible y diminuto arbusto... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es el placer de Dios, únicamente.
Entretanto, es la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y de auténtica ternura. Y al llegar la aurora, armados de ardiente paciencia, entraremos en las espléndidas ciudades.
¡Qué hablaba yo de mano amiga! Es una ventaja considerable poder reírme de los viejos amores engañosos y cubrir de vergüenza esas parejas embusteras -he visto allá el infierno de las mujeres - y me será posible poseer la verdad en un alma y en un cuerpo.

Abril-agosto, 1873 *

Arthur Rimbaud (Charleville, Francia, 1854 – Marsella, Francia, 1891), Una temporada en el infierno, traducción de Oliverio Girondo y Enrique Molina, Fabril Editora, Buenos Aires, 1971

* Rimbaud escribió el poema completo en su pueblo de nacimiento, a los 19 años, alejado del infierno que había encontrado en París. Especialmente por su relación con Paul Verlaine y el aplastamiento de la Comuna, en 1871. Vio a Verlaine por última vez en 1875. Desde entonces, se dedicó a viajar. Durante 14 años, a partir de 1880, vivió en Adén. En 1884 se estableció en Harar como traficante de marfil y armas. En 1887 escribía a su familia desde El Cairo, donde había quedado varado tras el fracaso de una caravana: "Estos días me encuentro aquejado de reumatismo en los riñones, que me duelen mucho; también tengo reuma en la pierna izquierda, que de vez en cuando me paraliza, también tengo un dolor articular en la rodilla izquierda y más reuma (ya antiguo) en el hombro derecho; tengo el pelo completamente gris. Parece que mi vida periclita." (Arthur Rimbaud, Cartas abisinias, Tusquet, Barcelona, 1980). Regresó a Francia enfermo de cáncer de huesos. Murió después de la amputación de una pierna. (N. del Ad.)

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Ilustración: Un rincón de mesa (1872), óleo sobre tela de Henri Fantin-Latour (1836-1904). En el ángulo izquierdo, Paul Verlaine (Metz, 1844-París, 1896) y Arthur Rimbaud. Detalle: todos los circunstantes vestidos con ropa oscura son literatos; el único con ropa gris y cuyo aspecto responde al clisé de poeta decimonónico es Camile Pelletan (París, 1846-1915), político de izquierda. Musée d'Orsay, París

Adieu
L'automne, déjà ! - Mais pourquoi regretter un éternel soleil, si nous sommes engagés à la découverte de la clarté divine, - loin des gens qui meurent sur les saisons.
L'automne. Notre barque élevée dans les brumes immobiles tourne vers le port de la misère, la cité énorme au ciel taché de feu et de boue. Ah ! les haillons pourris, le pain trempé de pluie, l'ivresse, les mille amours qui m'ont crucifié ! Elle ne finira donc point cette goule reine de millions d'âmes et de corps morts et qui seront jugés ! Je me revois la peau rongée par la boue et la peste, des vers plein les cheveux et les aisselles et encore de plus gros vers dans le coeur, étendu parmi les inconnus sans âge, sans sentiment... J'aurais pu y mourir... L'affreuse évocation ! J'exècre la misère.
Et je redoute l'hiver parce que c'est la saison du comfort !
- Quelquefois je vois au ciel des plages sans fin couvertes de blanches nations en joie. Un grand vaisseau d'or, au-dessus de moi, agite ses pavillons multicolores sous les brises du matin. J'ai créé toutes les fêtes, tous les triomphes, tous les drames. J'ai essayé d'inventer de nouvelles fleurs, de nouveaux astres, de nouvelles chairs, de nouvelles langues. J'ai cru acquérir des pouvoirs surnaturels. Eh bien ! je dois enterrer mon imagination et mes souvenirs ! Une belle gloire d'artiste et de conteur emportée !
Moi ! moi qui me suis dit mage ou ange, dispensé de toute morale, je suis rendu au sol, avec un devoir à chercher, et la réalité rugueuse à étreindre ! Paysan !
Suis-je trompé ? la charité serait-elle soeur de la mort, pour moi ?
Enfin, je demanderai pardon pour m'être nourri de mensonge. Et allons.
Mais pas une main amie ! et où puiser le secours ?

***

Oui l'heure nouvelle est au moins très-sévère.
Car je puis dire que la victoire m'est acquise : les grincements de dents, les sifflements de feu, les soupirs empestés se modèrent. Tous les souvenirs immondes s'effacent. Mes derniers regrets détalent, - des jalousies pour les mendiants, les brigands, les amis de la mort, les arriérés de toutes sortes. - Damnés, si je me vengeais !
Il faut être absolument moderne.
Point de cantiques : tenir le pas gagné. Dure nuit ! le sang séché fume sur ma face, et je n'ai rien derrière moi, que cet horrible arbrisseau !... Le combat spirituel est aussi brutal que la bataille d'hommes ; mais la vision de la justice est le plaisir de Dieu seul.
Cependant c'est la veille. Recevons tous les influx de vigueur et de tendresse réelle. Et à l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes.
Que parlais-je de main amie ! Un bel avantage, c'est que je puis rire des vieilles amours mensongères, et frapper de honte ces couples menteurs, - j'ai vu l'enfer des femmes là-bas ; - et il me sera loisible de posséder la vérité dans une âme et un corps.
avril-août, 1873.

1 comentario:

  1. "The man who never alters his opinion is like standing water, and breeds reptiles of the mind". William Blake, 'The Marriage of Heaven and Hell', A memorable fancy.

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