No busques el verbo
de los encantamientos
y tampoco a tigres
fugados del bestiario.
Compara el cielo con el mar
y admira los pródigos trigales;
llora por las brasas de los justos
en el fulgor de la hoguera.
Llama las cosas por sus nombres
como a los girasoles,
soles del campo,
como a Judas,
hipócrita elegido,
como a la esperanza,
loba que no llora,
como a los dioses ebrios,
paganos traidores.
Descansa del jadeo,
para que el mensaje de las aves
rememore la luminosidad del universo,
y evoque el recuerdo
despojado de terror y espanto.
Luis María Sobrón (Nogoyá, Argentina, 1931-Mar del Plata, Argentina, 2010), La memoria encendida, Vinciguerra, Buenos Aires, 2002
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