miércoles, diciembre 16, 2020

Cesare Pavese / Mito




Llegará el día en que el joven dios será un hombre,
sin pena, con la muerta sonrisa del hombre
que ha comprendido. También el sol pasa remoto,
enrojeciendo las playas. Llegará el día en que el dios
no sabrá ya dónde estaban las playas de aquel tiempo.

Uno se despierta una mañana en que está muerto el verano
y en los ojos se acumulan todavía resplandores,
como ayer, y en los oídos, los fragores del sol
hecho sangre. Ha cambiado el color del mundo.
La montaña no toca más el cielo; las nubes
no se amontonan más como frutos; el agua
no transparenta más un guijarro. El cuerpo de un hombre
pensativo se dobla donde un dios respiraba.

El gran sol acabó, y el olor a tierra,
y la calle libre, coloreada de gente
que ignoraba la muerte. No se muere en verano.
Si alguno desaparecía, estaba el joven dios,
que vivía por todos e ignoraba la muerte.
Sobre él, la tristeza era una sombra de nube.
Su paso asombraba la tierra.

Ahora pesa
el cansancio sobre todos los miembros del hombre,
sin pena: el calmo cansancio del alba
que abre a un día de lluvia. Las playas oscurecidas
no conocen al joven, que en un tiempo bastaba
con que las mirase. Ni el mar del aire revive
ante su aliento. Se tuercen los labios del hombre
resignado, al sonreír delante de la tierra.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908- Turín, Italia, 1950), Trabajar Cansa. Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, Griselda García Editora, Ediciones del Dock, Cartografías, Buenos Aires, 2018
Versión de Jorge Aulicino




Mito

Verrà il giorno che il giovane dio sarà un uomo,
senza pena, col morto sorriso dell'uomo
che ha compreso. Anche il sole trascorre remoto
arrossando le spiagge. Verrà il giorno che il dio
non saprà più dov'erano le spiagge d'un tempo.

Ci si sveglia un mattino che è morta l'estate,
e negli occhi tumultuano ancora splendori
come ieri, e all'orecchio i fragori del sole
fatto sangue. È mutato il colore del mondo.
La montagna non tocca piú il cielo; le nubi
non s'ammassano piú come frutti; nell'acqua
non traspare più un ciottolo. Il corpo di un uomo
pensieroso si piega, dove un dio respirava.

Il gran sole è finito, e l'odore di terra,
e la libera strada, colorata di gente
che ignorava la morte. Non si muore d'estate.
Se qualcuno spariva, c'era il giovane dio
che viveva per tutti e ignorava la morte.
Su di lui la tristezza era un'ombra di nube.
Il suo passo stupiva la terra.

Ora pesa
la stanchezza su tutte le membra dell'uomo,
senza pena, la calma stanchezza dell'alba
che apre un giorno di pioggia. Le spiagge oscurate
non conoscono il giovane, che un tempo bastava
le guardasse. Né il mare dell'aria rivive
al respiro. Si piegano le labbra dell'uomo
rassegnate, a sorridere davanti alla terra.

Poesie, Mondadori, 1969

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