...cuenta que nació "un 27 de noviembre muy cerca del Parque Centenario, en el número 41 de la calle Vera, en una de las infinitas casas de vecindad de Buenos Aires de entonces, ruinosas, incómodas, heladas"
(...)
"En mi casa --puntualiza-- no había libros, la vida de los pobres de Buenos Aires de hace cincuenta años era muy distinta a la de ahora. Estaban sometidos a las necesidades más elementales, las de la mera sobrevivencia, y se entendía por libros sólo a aquellos que tenían que ver con el estudio. Mi madre, sin embargo, me enseñó a leer a los tres o cuatro años con una edición espuria de Las mil y una noches."
(...)
-¿De qué vive
-Ahora tengo una situación bastante cómoda, si se quiere. Obtuve en 1967 el Premio Nacional de Literatura que significa una pensión que, al reactualizarse, resulta algo razonable.
(...)
-¿Cómo vive con ese dinero?
-Como se puede imaginar. De una manera bastante austera. Pero soy un admirador del principio estoico de la vida y trato de aplicarlo. No con voluntad. En mí es algo natural la prescindencia de un montón de inutilidades. Por otra parte, filosóficamente hablando, desdeño todo mundo intermedio. Me parece que un hombre sólo debe atender los extremos, los de arriba y los de abajo, los de bien abajo.
-¿Cuáles son los de bien abajo?
-La mendicidad, por ejemplo. Y la aristocracia es su opuesto. Esos son dos extremos mentales gracias a los cuales uno puede acceder a la libertad.
-En concreto, ¿usted cómo se aproxima a esos extremos?
-Lo concreto es la actitud. Es decir, yo puedo ser un pobre de solemnidad pero tener ideales de clase media, por lo tanto eso es lo concreto. De la misma manera que en el mundo de Buenos Aires ya no existen más ciertos tipo humanos porque han sido arrasados por la sociedad de consumo, el conformismo, y sobre todo esas políticas, ese populismo mal entendido; me refiero, concretamente, a lo que antes en Buenos Aires se llamaba el reo.
-Concretamente, usted es un reo.
-Sí. De la misma manera que Carlitos Chaplin fue un reo. Y Gardel. Y Alfredo Palacios. Todos reemplazados por lo que vulgarmente se ha dado en llamar mersa, ese tipo moderno que tiene ideales de rastacuero y de snob. El reo, en cambio, era un contemplador de la vida y buscaba lo mejor a través de la manera de conducirse, no a través de la posesividad de los objetos. Esa filosofía ha sido arrasada por completo.
-¿En qué se parecen un reo y un aristócrata?
-Son las dos caras de la misma moneda, es decir, que en ambos sus ideales están signados por la búsqueda de la verdad en el sentido más personal de cada uno. No tienen la impostura del chanta, no representan nunca lo que no son, clara característica ésta del estilo de nuestra época.
***
-¿Cómo es ese acto de concentración?
-Nada exótico ni especial. A través de los objetos diarios, el mate, por ejemplo, como cualquier otro instrumento puede ser un objeto de meditación. Más tarde leo, o hago cosas de tipo práctico. Hacia el mediodía salgo siempre, a caminar por las calles, a ejercer lo que podríamos llamar mi percepción, la percepción de lo real a través del mundo apariencial, y a ejercer la posibilidad de que dentro de esa rutina de ver siempre las mismas cosas, siempre lo mismo, se perciba algo que está en constante movimiento, diferenciándose, ya sea la cara una persona, quizás un ruido, un edificio que están demoliendo, o construyendo...
-¿Qué es lo que busca realmente en esos momentos?
-Yo tengo la idea obsesiva de que vivimos constantemente dentro de un mundo apariencial, es decir, de que hay una especie de maya (1) que nos hace ver cosas, donde podemos meter el dedo pero a la que nunca llegamos. Detrás de esa maya existe lo que podríamos llamar realidad real, que sólo puede aprehenderse a través de la percepción.
-¿Qué esconden esas apariencias?
-Ya se lo dije: la real realidad. Cuesta aceptar esa idea, es cierto, porque uno mismo es una apariencia. Pero hay varias razones por las cuales tenemos que aceptar las cosas así. En primer lugar, porque uno no se puede dorar la píldora y creerse un liberado en vida, a punto tal de que suponga que vive trascendiendo esa apariencia. Pero desde el punto de vista que a mí me interesa, lo que estoy sosteniendo es que ese estado de irrealidad en que se encuentra casi todo, o todo, se debe en gran medida a la capacidad de atención muy reducida con que se mueven los hombres.
Entrevista de Pablo Ananías con Alberto Girri, publicada en enero de 1983 en el diario Tiempo Argentino, reproducida en Obra Completa, Tomo IV, Corregidor, Buenos Aires, 1984
(1) La imagen visual que construye Girri (hurgar con el dedo en la maya) permite inferir que utiliza el término maya de la tradición hinduista en el sentido de "velo" o ilusión (de otro modo, sería un error tipográfico, pues debería decir malla).Pero en esa tradición el maya o la maya no es estrictamente virtualidad (así lo comprende Girri): forma parte constitutiva del mundo; es la realidad sin entidad metafísica propia, el mundo de los fenómenos; no estrictamente un engaño, sino una manifestación del principio primordial que en rigor no tiene entidad alguna, es neutro y verdadero. Ha creado sin finalidad todo lo que podemos ver y lo resolverá en un proceso de reabsorción, al que la teoría científica llamaría hoy Big Crunch. (N. de R.)
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"En mi casa --puntualiza-- no había libros, la vida de los pobres de Buenos Aires de hace cincuenta años era muy distinta a la de ahora. Estaban sometidos a las necesidades más elementales, las de la mera sobrevivencia, y se entendía por libros sólo a aquellos que tenían que ver con el estudio. Mi madre, sin embargo, me enseñó a leer a los tres o cuatro años con una edición espuria de Las mil y una noches."
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-¿De qué vive
-Ahora tengo una situación bastante cómoda, si se quiere. Obtuve en 1967 el Premio Nacional de Literatura que significa una pensión que, al reactualizarse, resulta algo razonable.
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-¿Cómo vive con ese dinero?
-Como se puede imaginar. De una manera bastante austera. Pero soy un admirador del principio estoico de la vida y trato de aplicarlo. No con voluntad. En mí es algo natural la prescindencia de un montón de inutilidades. Por otra parte, filosóficamente hablando, desdeño todo mundo intermedio. Me parece que un hombre sólo debe atender los extremos, los de arriba y los de abajo, los de bien abajo.
-¿Cuáles son los de bien abajo?
-La mendicidad, por ejemplo. Y la aristocracia es su opuesto. Esos son dos extremos mentales gracias a los cuales uno puede acceder a la libertad.
-En concreto, ¿usted cómo se aproxima a esos extremos?
-Lo concreto es la actitud. Es decir, yo puedo ser un pobre de solemnidad pero tener ideales de clase media, por lo tanto eso es lo concreto. De la misma manera que en el mundo de Buenos Aires ya no existen más ciertos tipo humanos porque han sido arrasados por la sociedad de consumo, el conformismo, y sobre todo esas políticas, ese populismo mal entendido; me refiero, concretamente, a lo que antes en Buenos Aires se llamaba el reo.
-Concretamente, usted es un reo.
-Sí. De la misma manera que Carlitos Chaplin fue un reo. Y Gardel. Y Alfredo Palacios. Todos reemplazados por lo que vulgarmente se ha dado en llamar mersa, ese tipo moderno que tiene ideales de rastacuero y de snob. El reo, en cambio, era un contemplador de la vida y buscaba lo mejor a través de la manera de conducirse, no a través de la posesividad de los objetos. Esa filosofía ha sido arrasada por completo.
-¿En qué se parecen un reo y un aristócrata?
-Son las dos caras de la misma moneda, es decir, que en ambos sus ideales están signados por la búsqueda de la verdad en el sentido más personal de cada uno. No tienen la impostura del chanta, no representan nunca lo que no son, clara característica ésta del estilo de nuestra época.
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-¿Cómo es ese acto de concentración?
-Nada exótico ni especial. A través de los objetos diarios, el mate, por ejemplo, como cualquier otro instrumento puede ser un objeto de meditación. Más tarde leo, o hago cosas de tipo práctico. Hacia el mediodía salgo siempre, a caminar por las calles, a ejercer lo que podríamos llamar mi percepción, la percepción de lo real a través del mundo apariencial, y a ejercer la posibilidad de que dentro de esa rutina de ver siempre las mismas cosas, siempre lo mismo, se perciba algo que está en constante movimiento, diferenciándose, ya sea la cara una persona, quizás un ruido, un edificio que están demoliendo, o construyendo...
-¿Qué es lo que busca realmente en esos momentos?
-Yo tengo la idea obsesiva de que vivimos constantemente dentro de un mundo apariencial, es decir, de que hay una especie de maya (1) que nos hace ver cosas, donde podemos meter el dedo pero a la que nunca llegamos. Detrás de esa maya existe lo que podríamos llamar realidad real, que sólo puede aprehenderse a través de la percepción.
-¿Qué esconden esas apariencias?
-Ya se lo dije: la real realidad. Cuesta aceptar esa idea, es cierto, porque uno mismo es una apariencia. Pero hay varias razones por las cuales tenemos que aceptar las cosas así. En primer lugar, porque uno no se puede dorar la píldora y creerse un liberado en vida, a punto tal de que suponga que vive trascendiendo esa apariencia. Pero desde el punto de vista que a mí me interesa, lo que estoy sosteniendo es que ese estado de irrealidad en que se encuentra casi todo, o todo, se debe en gran medida a la capacidad de atención muy reducida con que se mueven los hombres.
Entrevista de Pablo Ananías con Alberto Girri, publicada en enero de 1983 en el diario Tiempo Argentino, reproducida en Obra Completa, Tomo IV, Corregidor, Buenos Aires, 1984
(1) La imagen visual que construye Girri (hurgar con el dedo en la maya) permite inferir que utiliza el término maya de la tradición hinduista en el sentido de "velo" o ilusión (de otro modo, sería un error tipográfico, pues debería decir malla).Pero en esa tradición el maya o la maya no es estrictamente virtualidad (así lo comprende Girri): forma parte constitutiva del mundo; es la realidad sin entidad metafísica propia, el mundo de los fenómenos; no estrictamente un engaño, sino una manifestación del principio primordial que en rigor no tiene entidad alguna, es neutro y verdadero. Ha creado sin finalidad todo lo que podemos ver y lo resolverá en un proceso de reabsorción, al que la teoría científica llamaría hoy Big Crunch. (N. de R.)