1.
Deberíamos remontarnos en el tiempo
hasta el instante exacto del inicio de la
rebelión: calcular el insumo sensible que
se usó para la combustión, las nocturnas
escaramuzas que se parecen a una fiesta,
las refriegas secretas, el continuo desgaste
de los materiales a causa de la fricción.
Descubriríamos allí por la rasgada manga
del gabán, por la mancha roja en la solapa,
por esa nube con forma de pantalón,
que toda revuelta ocurre muy por detrás
de los ojos, o bajo la lengua –sabe en la
boca a esa hogaza de tierra dada vuelta–
que posee el don que nada predice y suena
como en mitad de nuestra noche sideral
a un golpe seco de aldabón.
9.
Imaginemos por un momento que nos hallamos
en las horas previas a la creación del mundo.
Veríamos mejor el futuro quizás desde una
colina, u oteando el interior de un pozo, oyendo
brotar de noche el agua de vertiente. Quizá más
devota que nunca fuese la lectura de los signos
que resisten siempre una nueva interpretación.
Ya no se trabajaría desde el alba hasta la caída
del sol puliendo lentes, con los que se ve aquello
que huye de sí a cada hora, nunca igual al del día
anterior. Habría de a ratos en el aire un perfume
como de pólvora mojada, a humo de estiércol,
a pasas de Corinto maceradas. Todo quizá
sirviese para la combustión, para ese mito
de un fuego impensado y que aún nos falta.
17.
Eso que ahora ves, ya no existe, aunque se lo señale
elevando el índice hacia un punto oscuro del más allá.
Eso que se extinguió, lo que ya no es sino bajo la forma
de un sutil espejismo que nos llega en la noche cuando
se detienen los vientos, y tienen los perfumes silvestres
el peso exacto de una anunciación. Puede que sea hoy
la meta el instante, mensurable, indiscernible, que haya
signos que todavía se puedan descifrar. Hay quienes se
pasan el día sin hablar oyendo de cerca el río del silencio,
y escriben un obituario por noche para guardarlos luego
en los bolsillos de un gabán. En cambio, nosotros, con la
maleta de lo nuestro, viajamos con el boleto de ida hacia
el centro dorado de un desierto, con el de regreso al ojo
inmóvil de una hermosa tempestad.
Marcelo Rizzi (Rosario, Argentina, 1961)
De Todos los Mares,
Capilla del Monte,
Córdoba, Argentina, 2024
Más poemas de Marcelo Rizzi en Otra Iglesia Es Imposible, Op. Cit., El Poeta Ocasional, La Pecera, Vallejo & Co.
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