El llanto de la excavadora
II
Pobre como un gato del Coliseo,
vivía en un arrabal todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad
y del campo, apretado cada día
en un omnibus agonizante:
y cada ida, cada regreso
era un calvario de sudor y de ansias.
Largas caminatas en una calina calurosa,
largos crepúsculos delante de papeles
amontonados sobre la mesa, calles de barro,
tapias, casillas bañadas de cal,
y sin marcos, con cortinas por puertas...
Pasan el aceitunero, el botellero,
viniendo de algún otro suburbio,
con la polvorienta mercancía que parece
fruto del robo, y una facha cruel
de jóvenes envejecidos por los vicios
de quien tiene una madre dura y hambrienta.
Renovado por el mundo nuevo,
libre - una llama, un aliento
que no sé decir, a la realidad
que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hervía en la periferia meridional,
daba un sentido de serena piedad-.
Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo sin límite,
crecía, nutrida de la alegría
de quien amaba, aun sin ser amado.
Y todo se iluminaba de este amor.
Tal vez todavía de muchacho, heroicamente
y sin embargo maduro en la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en ese mundo
de suburbios tristes, beduinos,
de terrenos amarillos pulidos
siempre por un viento sin paz,
viniese del mar caliente de Fiumicino,
o del campo, donde se perdía
la ciudad entre los tugurios; en ese mundo
que sólo podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta neblina,
agujereado de miles de filas iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre viejos campos y caseríos soporizados.
Los papeles y el polvo que la ciega
ventolera trajinaba de aquí para allá,
las pobres voces sin eco
de mujercitas venidas de los montes
Sabinos, del Adriático, y aquí
acampadas ahora con turbas
de enfermizos y duros chiquilines
estridentes con remeras rotas,
en grises, quemados calzoncillos,
los soles africanos, las lluvias febriles
que convertían en torrentes de barro
las calles, los micros en la terminal,
estacionados en su esquina
entre una última faja de hierba blanca
y algún ácido basural en llamas...
era el centro del mundo, y era
el centro de la historia mi amor
por aquello: y en esta
madurez que por ser naciente
era todavía amor, todo estaba
por volverse claro -¡era
claro!- Aquel barrio desnudo al viento,
no romano, no meridional,
no obrero, era la vida
en su luz más actual:
vida, y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,
como lo quiere el rústico periódico
de la célula, la última
tapa del semanario: hueso
de la existencia cotidiana,
pura, por ser hasta demasiado
próxima, absoluta por ser
demasiado míseramente humana.
III
Y ahora regreso, rico de aquellos años
tan nuevos que no habría nunca pensado
que los sabría viejos en un alma
de ellos lejana, como de todo pasado.
Subo los paseos del Gianicolo, me paro
en un cruce liberty, en una larga arboleda,
en un pedazo de muro -ya al término
de la ciudad sobre la ondulada llanura
que se abre sobre el mar-. Y renace
en el alma -inerte y oscura
como la noche abandonada al perfume-
una simiente ya muy madura
par dar todavía fruto, en el cúmulo
de una vida que se ha vuelto cansada y amarga...
He aquí Villa Pamphili *, y en la luz
que tranquila reverbera
sobre los nuevos muros, la calle donde vivo.
Cerca de mi casa, sobre una hierba
reducida a una oscura baba,
un rastro sobre las zanjas recién excavadas,
en la toba -caída toda rabia
destructora-, rampante contra ralos edificios
y pedazos de cielo, inanimada,
una excavadora...
¿Qué pena me invade delante de estas herramientas
supinas, esparcidas aquí y allá en el fango,
delante de esta lona roja
que pende de un caballete, en la esquina
en la que la noche parece más triste?
¿Por qué, ante esta apagada mancha de sangre
mi consciencia tan ciegamente resiste,
se arrincona, casi por un obsesivo
remordimiento que toda, en el fondo, la acongoja?
¿Por qué dentro de mí este sentimiento
de jornadas para siempre inobservadas
que son como el muerto firmamento
en el que blanquea esta excavadora?
Me desvisto en una de las mil habitaciones
donde se duerme en la calle Fonteiana.
En todo puedes excavar, tiempo: esperanzas,
pasiones. Pero no sobre estas formas
puras de la vida... Se reduce
a ellas el hombre, cuando son rebasadas
experiencia y confianza
en el mundo... ¡Ah días de Rebibbia **
que yo creía perdidos en una luz
de necesidad, y ahora sé tan libres!
Junto al corazón, entonces, por díficiles
casos que lo habían desviado
del camino hacia un destino humano,
ganando en ardor la claridad
negada, y en ingenuidad
el negado equilibrio -a la claridad
al equilibrio llegaba todavía,
en esos días, la mente-. Y el ciego
duelo, signo de toda mi lucha
con el mundo, rechazaba, así,
adultas aunque inexpertas ideologías...
Se hacía, el mundo, sujeto
no tanto de misterio como de historia.
Se multiplicaba por mil la dicha
de conocerlo -como
cada hombre, humildemente, lo conoce-.
Marx o Gobetti, Gramsci o Croce,
estuvieron vivos en la viva experiencia.
Cambió la materia de un decenio de oscura
vocación, se me gastó en hacer claro aquello
que más parecía ser ideal figura
de una ideal generación;
en cada página, en cada línea
que escribí, en el exilio de Rebibbia,
tenía aquel fervor, aquella presunción,
aquella gratitud. Nuevo
en mi nueva condición
de viejo trabajo y de vieja miseria,
los pocos amigos que llegaban
a mí, en las mañanas o las noches
olvidadas sobre la Penitenciaría,
me vieron dentro de una luz viva:
afable, violento revolucionario
en el corazón y la lengua. Un hombre florecía.
Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino
* Zona actualmente de uno de lo más importantes parques de Roma, en torno al antiguo palacio de Dora Pamphili.
** Area suburbana en la zona nordeste de Roma, sede de una prisión. Pasolini la describe, hacia 1950, en el canto II de este poema.
Il pianto della scavatrice
II
Povero come un gatto del Colosseo,/ vivevo in una borgata tutta calce /e polverone, lontano dalla città //e dalla campagna, stretto ogni giorno /in un autobus rantolante: /e ogni andata, ogni ritorno // era un calvario di sudore e di ansie./ Lunghe camminate in una calda caligine,/l unghi crepuscoli davanti alle carte//ammucchiate sul tavolo, tra strade di fango,/ muriccioli, casette bagnate di calce /e senza infissi, con tende per porte...// Passano l'olivaio, lo straccivendolo, /venendo da qualche altra borgata, /con l'impolverata merce che pareva //frutto di furto, e una faccia crudele / di giovani invecchiati tra i vizi / di chi ha una madre dura e affamata. // Rinnovato dal mondo nuovo,/ libero - una vampa, un fiato / che non so dire, alla realtà //che umile e sporca, confusa e immensa,/ brulicava nella meridionale periferia, / dava un senso di serena pietà. // Un'anima in me, che non era solo mia,/ una piccola anima in quel mondo sconfinato,/ cresceva, nutrita dall'allegria // di chi amava, anche se non riamato./ E tutto si illuminava, a questo amore. / Forse ancora di ragazzo, eroicamente,// e però maturato dall'esperienza / che nasceva ai piedi della storia. / Ero al centro del mondo, in quel mondo // di borgate tristi, beduine, / di gialle praterie sfregate / da un vento sempre senza pace, // venisse dal caldo mare di Fiumicino, /o dall'agro, dove si perdeva/ la città fra i tuguri; in quel mondo //che poteva soltanto dominare,/ quadrato spettro giallognolo/ nella giallognola foschia, // bucato da mille file uguali/ di finestre sbarrate, il Penitenziario /tra vecchi campi e sopiti casali. // Le cartacce e la polvere che cieco// il venticello trascinava qua e là,/ le povere voci senza eco // di donnette venute dai monti/ Sabini, dall'Adriatico, e qua / accampate ormai con torme // di deperiti e duri ragazzini/ stridenti nelle canottiere a pezzi,/ nei grigi, bruciati calzoncini,// i soli africani, le piogge agitate/che rendevano torrenti di fango / le strade, gli autobus ai capolinea // affondati nel loro angolo / tra un'ultima striscia d'erba bianca / e qualche acido, ardente immondezzaio... // era il centro del mondo, com'era / al centro della storia il mio amore /per esso: e in questa // maturità che per essere nascente/era ancora amore, tutto era/ per divenire chiaro - era,// chiaro! Quel borgo nudo al vento,/ non romano, non meridionale,/ non operaio, era la vita // nella sua luce più attuale:/ vita, e luce della vita, piena/ nel caos non ancora proletario,// come la vuole il rozzo giornale/ della cellula, l'ultimo/ sventolio del rotocalco: quotidiana, / pura, per essere fin troppo / prossima, assoluta per essere//fin troppo miseramente umana.
III
E ora rincaso, ricco di quegli anni / così nuovi che non avrei mai pensato / di saperli vecchi in un'anima // a essi lontana, come a ogni passato. / Salgo i viali del Gianicolo, fermo / da un bivio liberty, a un largo alberato, // a un troncone di mura - ormai al termine / della città sull'ondulata pianura / che si apre sul mare. E mi rigermina // nell'anima - inerte e scura / come la notte abbandonata al profumo / una semenza ormai troppo matura // per dare ancora frutto, nel cumulo / di una vita tornata stanca e acerba... // Ecco Villa Pamphili, e nel lume // che tranquillo riverbera / sui nuovi muri, la via dove abito. / Presso la mia casa, su un'erba // ridotta a un'oscura bava, / una traccia sulle voragini scavate / di fresco, nel tufo - caduta ogni rabbia // di distruzione - rampa contro radi palazzi / e pezzi di cielo, inanimata, / una scavatrice... // Che pena m'invade, davanti a questi / attrezzi supini, sparsi qua e là nel fango, / davanti a questo canovaccio rosso // che pende a un cavalletto, nell'angolo / dove la notte sembra più triste? / Perché, a questa spenta tinta di sangue, // la mia coscienza così ciecamente resiste, / si nasconde, quasi per un ossesso / rimorso che tutta, nel fondo, la contrista? // Perché dentro in me è lo stesso senso / di giornate per sempre inadempite / che è nel morto firmamento // in cui sbianca questa scavatrice? // Mi spoglio in una delle mille stanze / dove a via Fonteiana si dorme. / Su tutto puoi scavare, tempo: speranze // passioni. Ma non su queste forme / pure della vita... Si riduce / ad esse l'uomo, quando colme // siano esperienza e fiducia / nel mondo... Ah, giorni di Rebibbia, / che io credevo persi in una luce // di necessità, e che ora so così liberi! // Insieme al cuore, allora, pei difficili / casi che ne avevano sperduto / il corso verso un destino umano, // guadagnando in ardore la chiarezza / negata, e in ingenuità / il negato equilibrio - alla chiarezza // all'equilibrio giungeva anche, / in quei giorni, la mente. E il cieco/ rimpianto, segno di ogni mia // lotta col mondo, respingevano, ecco, / adulte benché inesperte ideologie... / Si faceva, il mondo, soggetto // non più di mistero ma di storia. / Si moltiplicava per mille la gioia / del conoscerlo - come // ogni uomo, umilmente, conosce. / Marx o Gobetti, Gramsci o Croce, / furono vivi nelle vive esperienze. // Mutò la materia di un decennio d'oscura / vocazione, se mi spesi a far chiaro ciò / che più pareva essere ideale figura // a una ideale generazione; / in ogni pagina, in ogni riga / che scrivevo, nell'esilio di Rebibbia, // c'era quel fervore, quella presunzione, / quella gratitudine. Nuovo / nella mia nuova condizione // di vecchio lavoro e di vecchia miseria, / i pochi amici che venivano / da me, nelle mattine o nelle sere // dimenticate sul Penitenziario, / mi videro dentro una luce viva: / mite, violento rivoluzionario // nel cuore e nella lingua. Un uomo fioriva
II
Pobre como un gato del Coliseo,
vivía en un arrabal todo cal
y polvareda, lejos de la ciudad
y del campo, apretado cada día
en un omnibus agonizante:
y cada ida, cada regreso
era un calvario de sudor y de ansias.
Largas caminatas en una calina calurosa,
largos crepúsculos delante de papeles
amontonados sobre la mesa, calles de barro,
tapias, casillas bañadas de cal,
y sin marcos, con cortinas por puertas...
Pasan el aceitunero, el botellero,
viniendo de algún otro suburbio,
con la polvorienta mercancía que parece
fruto del robo, y una facha cruel
de jóvenes envejecidos por los vicios
de quien tiene una madre dura y hambrienta.
Renovado por el mundo nuevo,
libre - una llama, un aliento
que no sé decir, a la realidad
que humilde y sucia, confusa e inmensa,
hervía en la periferia meridional,
daba un sentido de serena piedad-.
Un alma en mí, que no era sólo mía,
un alma pequeña en ese mundo sin límite,
crecía, nutrida de la alegría
de quien amaba, aun sin ser amado.
Y todo se iluminaba de este amor.
Tal vez todavía de muchacho, heroicamente
y sin embargo maduro en la experiencia
que nacía a los pies de la historia.
Estaba en el centro del mundo en ese mundo
de suburbios tristes, beduinos,
de terrenos amarillos pulidos
siempre por un viento sin paz,
viniese del mar caliente de Fiumicino,
o del campo, donde se perdía
la ciudad entre los tugurios; en ese mundo
que sólo podía dominar,
cuadrado espectro amarillento
en la amarillenta neblina,
agujereado de miles de filas iguales
de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
entre viejos campos y caseríos soporizados.
Los papeles y el polvo que la ciega
ventolera trajinaba de aquí para allá,
las pobres voces sin eco
de mujercitas venidas de los montes
Sabinos, del Adriático, y aquí
acampadas ahora con turbas
de enfermizos y duros chiquilines
estridentes con remeras rotas,
en grises, quemados calzoncillos,
los soles africanos, las lluvias febriles
que convertían en torrentes de barro
las calles, los micros en la terminal,
estacionados en su esquina
entre una última faja de hierba blanca
y algún ácido basural en llamas...
era el centro del mundo, y era
el centro de la historia mi amor
por aquello: y en esta
madurez que por ser naciente
era todavía amor, todo estaba
por volverse claro -¡era
claro!- Aquel barrio desnudo al viento,
no romano, no meridional,
no obrero, era la vida
en su luz más actual:
vida, y luz de la vida, plena
en el caos aún no proletario,
como lo quiere el rústico periódico
de la célula, la última
tapa del semanario: hueso
de la existencia cotidiana,
pura, por ser hasta demasiado
próxima, absoluta por ser
demasiado míseramente humana.
III
Y ahora regreso, rico de aquellos años
tan nuevos que no habría nunca pensado
que los sabría viejos en un alma
de ellos lejana, como de todo pasado.
Subo los paseos del Gianicolo, me paro
en un cruce liberty, en una larga arboleda,
en un pedazo de muro -ya al término
de la ciudad sobre la ondulada llanura
que se abre sobre el mar-. Y renace
en el alma -inerte y oscura
como la noche abandonada al perfume-
una simiente ya muy madura
par dar todavía fruto, en el cúmulo
de una vida que se ha vuelto cansada y amarga...
He aquí Villa Pamphili *, y en la luz
que tranquila reverbera
sobre los nuevos muros, la calle donde vivo.
Cerca de mi casa, sobre una hierba
reducida a una oscura baba,
un rastro sobre las zanjas recién excavadas,
en la toba -caída toda rabia
destructora-, rampante contra ralos edificios
y pedazos de cielo, inanimada,
una excavadora...
¿Qué pena me invade delante de estas herramientas
supinas, esparcidas aquí y allá en el fango,
delante de esta lona roja
que pende de un caballete, en la esquina
en la que la noche parece más triste?
¿Por qué, ante esta apagada mancha de sangre
mi consciencia tan ciegamente resiste,
se arrincona, casi por un obsesivo
remordimiento que toda, en el fondo, la acongoja?
¿Por qué dentro de mí este sentimiento
de jornadas para siempre inobservadas
que son como el muerto firmamento
en el que blanquea esta excavadora?
Me desvisto en una de las mil habitaciones
donde se duerme en la calle Fonteiana.
En todo puedes excavar, tiempo: esperanzas,
pasiones. Pero no sobre estas formas
puras de la vida... Se reduce
a ellas el hombre, cuando son rebasadas
experiencia y confianza
en el mundo... ¡Ah días de Rebibbia **
que yo creía perdidos en una luz
de necesidad, y ahora sé tan libres!
Junto al corazón, entonces, por díficiles
casos que lo habían desviado
del camino hacia un destino humano,
ganando en ardor la claridad
negada, y en ingenuidad
el negado equilibrio -a la claridad
al equilibrio llegaba todavía,
en esos días, la mente-. Y el ciego
duelo, signo de toda mi lucha
con el mundo, rechazaba, así,
adultas aunque inexpertas ideologías...
Se hacía, el mundo, sujeto
no tanto de misterio como de historia.
Se multiplicaba por mil la dicha
de conocerlo -como
cada hombre, humildemente, lo conoce-.
Marx o Gobetti, Gramsci o Croce,
estuvieron vivos en la viva experiencia.
Cambió la materia de un decenio de oscura
vocación, se me gastó en hacer claro aquello
que más parecía ser ideal figura
de una ideal generación;
en cada página, en cada línea
que escribí, en el exilio de Rebibbia,
tenía aquel fervor, aquella presunción,
aquella gratitud. Nuevo
en mi nueva condición
de viejo trabajo y de vieja miseria,
los pocos amigos que llegaban
a mí, en las mañanas o las noches
olvidadas sobre la Penitenciaría,
me vieron dentro de una luz viva:
afable, violento revolucionario
en el corazón y la lengua. Un hombre florecía.
Pier Paolo Pasolini (Bolonia, 1922-Ostia, 1975), Le ceneri di Gramsci, 1957
Versión de J. Aulicino
* Zona actualmente de uno de lo más importantes parques de Roma, en torno al antiguo palacio de Dora Pamphili.
** Area suburbana en la zona nordeste de Roma, sede de una prisión. Pasolini la describe, hacia 1950, en el canto II de este poema.
Il pianto della scavatrice
II
Povero come un gatto del Colosseo,/ vivevo in una borgata tutta calce /e polverone, lontano dalla città //e dalla campagna, stretto ogni giorno /in un autobus rantolante: /e ogni andata, ogni ritorno // era un calvario di sudore e di ansie./ Lunghe camminate in una calda caligine,/l unghi crepuscoli davanti alle carte//ammucchiate sul tavolo, tra strade di fango,/ muriccioli, casette bagnate di calce /e senza infissi, con tende per porte...// Passano l'olivaio, lo straccivendolo, /venendo da qualche altra borgata, /con l'impolverata merce che pareva //frutto di furto, e una faccia crudele / di giovani invecchiati tra i vizi / di chi ha una madre dura e affamata. // Rinnovato dal mondo nuovo,/ libero - una vampa, un fiato / che non so dire, alla realtà //che umile e sporca, confusa e immensa,/ brulicava nella meridionale periferia, / dava un senso di serena pietà. // Un'anima in me, che non era solo mia,/ una piccola anima in quel mondo sconfinato,/ cresceva, nutrita dall'allegria // di chi amava, anche se non riamato./ E tutto si illuminava, a questo amore. / Forse ancora di ragazzo, eroicamente,// e però maturato dall'esperienza / che nasceva ai piedi della storia. / Ero al centro del mondo, in quel mondo // di borgate tristi, beduine, / di gialle praterie sfregate / da un vento sempre senza pace, // venisse dal caldo mare di Fiumicino, /o dall'agro, dove si perdeva/ la città fra i tuguri; in quel mondo //che poteva soltanto dominare,/ quadrato spettro giallognolo/ nella giallognola foschia, // bucato da mille file uguali/ di finestre sbarrate, il Penitenziario /tra vecchi campi e sopiti casali. // Le cartacce e la polvere che cieco// il venticello trascinava qua e là,/ le povere voci senza eco // di donnette venute dai monti/ Sabini, dall'Adriatico, e qua / accampate ormai con torme // di deperiti e duri ragazzini/ stridenti nelle canottiere a pezzi,/ nei grigi, bruciati calzoncini,// i soli africani, le piogge agitate/che rendevano torrenti di fango / le strade, gli autobus ai capolinea // affondati nel loro angolo / tra un'ultima striscia d'erba bianca / e qualche acido, ardente immondezzaio... // era il centro del mondo, com'era / al centro della storia il mio amore /per esso: e in questa // maturità che per essere nascente/era ancora amore, tutto era/ per divenire chiaro - era,// chiaro! Quel borgo nudo al vento,/ non romano, non meridionale,/ non operaio, era la vita // nella sua luce più attuale:/ vita, e luce della vita, piena/ nel caos non ancora proletario,// come la vuole il rozzo giornale/ della cellula, l'ultimo/ sventolio del rotocalco: quotidiana, / pura, per essere fin troppo / prossima, assoluta per essere//fin troppo miseramente umana.
III
E ora rincaso, ricco di quegli anni / così nuovi che non avrei mai pensato / di saperli vecchi in un'anima // a essi lontana, come a ogni passato. / Salgo i viali del Gianicolo, fermo / da un bivio liberty, a un largo alberato, // a un troncone di mura - ormai al termine / della città sull'ondulata pianura / che si apre sul mare. E mi rigermina // nell'anima - inerte e scura / come la notte abbandonata al profumo / una semenza ormai troppo matura // per dare ancora frutto, nel cumulo / di una vita tornata stanca e acerba... // Ecco Villa Pamphili, e nel lume // che tranquillo riverbera / sui nuovi muri, la via dove abito. / Presso la mia casa, su un'erba // ridotta a un'oscura bava, / una traccia sulle voragini scavate / di fresco, nel tufo - caduta ogni rabbia // di distruzione - rampa contro radi palazzi / e pezzi di cielo, inanimata, / una scavatrice... // Che pena m'invade, davanti a questi / attrezzi supini, sparsi qua e là nel fango, / davanti a questo canovaccio rosso // che pende a un cavalletto, nell'angolo / dove la notte sembra più triste? / Perché, a questa spenta tinta di sangue, // la mia coscienza così ciecamente resiste, / si nasconde, quasi per un ossesso / rimorso che tutta, nel fondo, la contrista? // Perché dentro in me è lo stesso senso / di giornate per sempre inadempite / che è nel morto firmamento // in cui sbianca questa scavatrice? // Mi spoglio in una delle mille stanze / dove a via Fonteiana si dorme. / Su tutto puoi scavare, tempo: speranze // passioni. Ma non su queste forme / pure della vita... Si riduce / ad esse l'uomo, quando colme // siano esperienza e fiducia / nel mondo... Ah, giorni di Rebibbia, / che io credevo persi in una luce // di necessità, e che ora so così liberi! // Insieme al cuore, allora, pei difficili / casi che ne avevano sperduto / il corso verso un destino umano, // guadagnando in ardore la chiarezza / negata, e in ingenuità / il negato equilibrio - alla chiarezza // all'equilibrio giungeva anche, / in quei giorni, la mente. E il cieco/ rimpianto, segno di ogni mia // lotta col mondo, respingevano, ecco, / adulte benché inesperte ideologie... / Si faceva, il mondo, soggetto // non più di mistero ma di storia. / Si moltiplicava per mille la gioia / del conoscerlo - come // ogni uomo, umilmente, conosce. / Marx o Gobetti, Gramsci o Croce, / furono vivi nelle vive esperienze. // Mutò la materia di un decennio d'oscura / vocazione, se mi spesi a far chiaro ciò / che più pareva essere ideale figura // a una ideale generazione; / in ogni pagina, in ogni riga / che scrivevo, nell'esilio di Rebibbia, // c'era quel fervore, quella presunzione, / quella gratitudine. Nuovo / nella mia nuova condizione // di vecchio lavoro e di vecchia miseria, / i pochi amici che venivano / da me, nelle mattine o nelle sere // dimenticate sul Penitenziario, / mi videro dentro una luce viva: / mite, violento rivoluzionario // nel cuore e nella lingua. Un uomo fioriva
---
Foto: Pasolini y su madre, Susanna Colussi, con quien vivió en sus primeros años en Roma: "Vivimos en una casa sin techo y sin revoque, una casa de pobres, en el último arrabal, cerca de una prisión", Poeta delle ceneri, Garzanti, Milán, 1993
Foto: Pasolini y su madre, Susanna Colussi, con quien vivió en sus primeros años en Roma: "Vivimos en una casa sin techo y sin revoque, una casa de pobres, en el último arrabal, cerca de una prisión", Poeta delle ceneri, Garzanti, Milán, 1993
Eduardo Alvarez Tuñón dijo: Conmovedores los poemas de Pasolini e impecable la versión. Querido Jorge como en el caso de Dante vuelvo a sugerirte la publicación conjunta. Realmente muy buenos. Un abrazo
ResponderBorrarEl poema es bellísimo, pero la foto aún más, creo.
ResponderBorrarPoema gramsciano. Maravillosa trducción. Imagen tan conmovedora.
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