breve participación en un café para halagar a unos amigos de
la alta burguesía
cuando dejamos de decirnos quisiera morir
para decirnos buenas noches
comienza –según Pasolini– el teatro de la charla:
la civilización prefiere a veces suavizar
su urgencia de hora cero
para corregir un tono
(no es un fracaso total
como tampoco es total el fracaso
del arte contemporáneo:
la boca enjuagada con limón
dice Musil
nos permite proseguir
con los asombros conocidos)
por otra parte un zumbido
piensa Meyerhold
es lo que debiéramos representar
cuando los actores de las épocas de transición
se vuelven auténticos y escarban
en el porvenir de la persona
un zumbido que no impida
ni envuelva: ni distorsión
ni atmósfera sexy sobre las palabras
puro acompañamiento de fondo
y sin embargo
lo único audible
el punto y la línea
ay crepúsculo perdón
siempre invitado a socorrernos
en el velorio de la lengua
no somos justos con tus otros instantes tornasolados:
mirá cómo sonríe mi imagen plegada
por la brisa en el agua de la pileta
dejaste que mi sudor se secara despacio
y me posaste sobre el recuadro celeste de cemento
estoy acá porque salté del cielo a la tierra
y descanso como un esbozo dispuesto a ser retomado
*
la especie que imagina habita la tierra
posados como objetos que laten cuando reciben la luz
no somos la sede de una nueva evidencia
lloramos con las pupilas contraídas en un punto ciego
que no es el centro del paisaje
alguien habrá ensanchado otra vez este camino de tierra
para que luzca como el que es
(el que no es sigue demasiado iluminado)
entornado mi corazón
pasan por mí reflejos de una materia que no roza contra nada
la tierra rueda alrededor de un sol desmantelado
por el pillaje óptico
el poema retoma su divulgación con los ojos cerrados
y yo como el lagarto me arrastro vertical
hacia el calor
los crisantemos
también las ratas los olieron
(no es así como querés que empiece tu discurso
la tierra ya no nos pertenece
menos aún el cielo
el lirismo suele apaciguarse
con cualquiera de las contingencias conocidas)
un decadente echa mano a remedios inadecuados
pensó Nietzsche (mientras las viejas verduleras italianas
le ofrecían las uvas más dulces)
empezá entonces por escribir: hay crisantemos
y que un ángel o una rata pasen
sin que nada alrededor se paralice
(para qué presumimos de usar palabras
como nombres)
Pablo Caramelo (Junín, Argentina, 1964), Dormancia, El Jardín de las Delicias, Buenos Aires, 2020
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Foto: Pablo Caramelo/Facebook
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