Cierta hora
Sobre la llanura verde
sobre su extensísima superficie
frutos maduros están por caer
de las plantas y los espinos.
Nace una luz rosada
detrás del horizonte
que todo lo cubre,
incluso
los restos olvidados del corazón,
sus restos desperdigados
su parte más oscura. En medio de los sedimentos
y el vendaval, que han hecho una labor minuciosa,
la luz lo cubre
todo
después de los meses
de crudo invierno:
deshace la visión del día,
el espejismo de la razón.
Restos
En el parque de la ciudad universitaria
el abrumador silencio de las cosas
empuja el cuerpo,
y filtra
su fuerza -como un agua helada-
entre los brazos.
Escucho ritmos ignorados,
miro
a la manera de un ser ajeno
los restos
que el río trae. Rozamos la superficie
de mínimas gemas, aquí están ¿ves? Todo
es suave: desperdicios,
ramas, artesanías
trabajadas por el agua.
El cúmulo de objetos
se parece
a muchas palabras
pronombres
cuyos orígenes desconocemos.
Los elementos y los desechos del río
tienen algo de vital. Su núcleo más duro
no se puede tocar
ni tampoco tiene sentido intentarlo.
Es inútil. El presente pesa
como un vendaval.
El canto
de los viajeros
-ahogados al amanecer-
sigue sucediendo
en algún sitio. Parece raro,
aunque es así. Por algún motivo
que ignoramos
hay hechos dispersos
voces olvidadas
murmullos
en medio del agua
y la desintegración
que son el signo de algo,
eso que nunca nombraremos del todo
y que, no obstante,
más que un peso
resulta
finalmente
un secreto sostén.
Carlos Battilana (Paso de los Libres, Argentina, 1964)
Caleta Olivia,
Florida, Buenos Aires, 2021
Foto: Gentileza del autor
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