martes, junio 18, 2013

Poemas elegidos, 33


Jonio González
(Buenos Aires, 1954)

Matrimonio, de Gregory Corso
A la hora de elegir un poema fundamental en mi formación como poeta (por pretencioso que suene), no dudé ni por un instante en elegir "Matrimonio", de Gregory Corso. Cuando lo descubrí, a los dieciocho años, en compañía de Miguel Gaya, fue como si se abriera una puerta cuya existencia ni siquiera sospechaba. Y no sólo por su ataque directo a los convencionalismos, sino sobre todo por su “fuerza dionisíaca de emoción y espontaneidad”, como ha escrito Sarah Duff, que contrastaba con todo lo que conocía hasta el momento, incluidos los coloquialistas que tanto me entusiasmaban y que de algún modo seguían atados a cierto pasado. Corso (y Ginsberg, Creeley, Ferlinghetti, O’Hara poco después) era algo absolutamente nuevo, que no podía relacionar con ninguna tradición propia, algo descarnado en el sentido más profundo, y al mismo tiempo lleno de una extraña vitalidad individual. La traducción que leí era, por supuesto, la de Ediciones del Mediodía, plagada de errores pero con un ritmo muy conseguido que aún resuena en mi mente. Pocos poemas conozco cuyas múltiples versiones sean tan distintas entre sí, de modo que para contribuir al desconcierto general he decidido aportar la mía.



Matrimonio

¿Debería casarme? ¿Debería ser bueno?
¿Sorprender a mi joven vecina con mi traje de terciopelo y mi gorra de Fausto?
Llevarla a cementerios en lugar de al cine
hablarle de bañeras de hombre lobo y clarinetes en do
y después desearla y besarla y todos los preparativos
y ella sin dejarse ir y yo entendiendo por qué
diciéndole sin enojarme ¡Debes sentir! ¡Es maravilloso sentir!
y en lugar de eso tomarla en mis brazos y apoyarla contra una lápida vieja y torcida
y cortejarla toda la noche las constelaciones en el cielo...

Cuando me presentara a sus padres
la espalda recta, por fin bien peinado, estrangulado por una corbata,
me sentaría con las rodillas juntas en su sofá de los interrogatorios
y no preguntaría ¿Dónde está el baño?
¿De qué otro modo sentirme distinto de lo que soy,
pensando casi todo el tiempo en los capítulos de Flash Gordon...
Oh, qué terrible debe de ser para un hombre joven
sentarse delante de una familia y la familia pensando
¡Nunca lo habíamos visto! ¡Quiere a nuestra Mary Lou!
Después del té y las galletas caseras preguntarían ¿Cómo se gana la vida?
¿Debería decirlo? ¿Seguiría gustándoles?
Dirían muy bien, casaos, no perdemos una hija
sino que ganamos un hijo...
¿Podría entonces preguntar dónde está el baño?

¡Oh, Dios, y la boda! Toda la familia y los amigos de ella
y sólo un puñado de los míos, andrajosos y barbudos
esperando para arrojarse sobre los tragos y la comida.
¡Y el cura! Mirándome como si me masturbara
preguntándome ¿Tomas a esta mujer por tu legítima esposa?
¿Y qué diría yo, temblando? ¡Diría Pastel de Cola!
Besaría a la novia mientras todos esos cursis me dan palmadas en la espalda
¡Ella es toda tuya, muchacho! ¡Ja, ja, ja!
Y en sus ojos podrías ver alguna impúdica escena de la luna de miel...

Después todo ese arroz absurdo y latas y zapatos ruidosos
¡Cataratas del Niágara! ¡Hordas de nosotros! ¡Maridos! ¡Esposas! ¡Flores! ¡Bombones!
Todos entrando en hoteles acogedores
Todos para hacer lo mismo esa noche
El indiferente conserje sabe lo que va a pasar
Los zombis del hall lo saben
El ascensorista que silba lo sabe
El botones que me guiña un ojo lo sabe
¡Todos lo saben! ¡Casi me siento inclinado a no hacer nada!
¡A quedarme toda la noche de pie! ¡A mirar a los ojos al conserje!
Gritándole: ¡Me niego a la luna de miel! ¡Me niego a la luna de miel!
corriendo desenfrenadamente por esas suites climatizadas
vociferando ¡Vientre de radio! ¡Excavadora!
¡Oh, viviría en Niágara para siempre! en una cueva oscura debajo de las cataratas
Me quedaría sentado allí como el Lunamielero Loco ideando modos de romper matrimonios,
un azote de bigamia un santo del divorcio...

Pero debería casarme, debería ser bueno
Qué hermoso sería llegar a casa, a ella
y sentarme junto al fuego y ella en la cocina
joven y amorosa con su delantal deseando un bebé
y tan feliz conmigo que se le quemaría el rosbif
y vendría llorando a mí y yo me levantaría de mi gran sillón
diciendo ¡Diente de Navidad! ¡Cerebros radiantes! ¡Manzana sorda!
¡Oh, Dios, qué buen esposo sería! ¡Sí, debería casarme!
¡Hay tanto por hacer! Como meterme en la casa de Mr. Jones tarde por la noche
y cubrir sus palos de golf con libros noruegos de 1920
como colgar una foto de Rimbaud en el cortacésped
como pegar sellos de Tannu Tuva en toda la cerca
como decirle a la señora Kindhead cuando viniera a recolectar fondos
para la beneficencia ¡Hay presagios desfavorables en el cielo!
Y cuando viniese el alcalde para obtener mi voto decirle
¿Cuándo van a parar con la matanza de ballenas?
Y cuando viniera el lechero dejarle una nota en la botella
Polvo de pingüino, tráigame polvo de pingüino, quiero polvo de pingüino...
Sin embargo, si me casara y vivimos en Connecticut y hay nieve
y ella da a luz un niño y yo estoy sin dormir, agotado,
levantado toda la noche, con la cabeza apoyada contra una ventana inmóvil, el pasado detrás de mí,
en la más común de las situaciones un hombre que tiembla
consciente de sus responsabilidades nada de ramita ni sopa de moneda romana...
¡Oh, lo que sería!
Seguramente le daría por tetina un Tácito de goma
por sonajero una bolsa llena de discos rotos de Bach
le clavaría con tachuelas a Della Francesca en la cuna
le cosería el alfabeto griego en el babero
y construiría un Partenón sin techo como corralito.

No, dudo que fuera esa clase de padre
nada de césped, de nieve, de ventana inmóvil
sino la caliente, hedionda, dura ciudad de Nueva York
siete pisos sin ascensor, cucarachas y ratas en las paredes
una gorda esposa del Reich gritando sobre las patatas ¡Consigue un trabajo!
Y cinco mocosos con la nariz chorreante enamorados de Batman
Y todos los vecinos sin dientes y con el pelo erizado
como esas multitudes de brujas del siglo XVIII
todos queriendo entrar y ver la tele
Y el casero que quiere su alquiler
Tienda de comestibles Compañía de Gas y Electricidad Cruz Azul Caballeros de Colón
Imposible recostarse y soñar nieve telefónica, aparcamiento fantasma...
¡No! ¡No debería casarme y no debería casarme nunca!
Pero... imagina que fuera a casarme con una mujer hermosa y sofisticada
alta y pálida con un elegante vestido negro y unos guantes largos y negros
que sostiene una boquilla en una mano y un vaso de whisky con soda en la otra
y que viviéramos en un ático con una ventana enorme
desde la cual pudiéramos ver todo Nueva York y aun más lejos en días claros
No, no puedo imaginarme casado en ese agradable sueño carcelario...

Oh, pero ¿qué hay del amor? Me olvido del amor
no es que sea incapaz de amar
es sólo que el amor me parece tan extraño como usar zapatos...
Nunca quise casarme con una chica que fuera como mi madre
E Ingrid Bergman siempre fue imposible
Y quizá haya una chica ahora mismo pero ya estará casada
Y los hombres no me gustan y...
¡pero tiene que haber alguien!
Porque qué pasa si tengo sesenta años y no estoy casado,
solo en un cuarto alquilado con manchas de pis en los calzoncillos
¡y todos los demás casados! ¡Todos en el universo casados menos yo!

Ah, sin embargo sé que si hubiese una mujer posible como yo soy posible
el matrimonio sería posible...
Como ELLA en su bagatela solitaria y exótica esperando a su amante egipcio
así espero yo, desprovisto de dos mil años y el baño de la vida.

Gregory Nunzio Corso (Nueva York, 1930-Minessota, 2001)
Versión de Jonio González

Foto: Jonio González por Daniel Mordzinski

1 comentario:

  1. Sí, la horrible, toda horrible, cualquier horriblemente horrible luna de miel. Tremendos comentario y poema. Como para llorar treinta años seguidos. A veces, la poesía, su fervor, no sólo nos cuece a fuego lento; nos recuerda que tantas y tantas veces la vida es sólo horrible.Bueno, es de madrugada, una madrugada un poquito vil.

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