martes, junio 05, 2012

José Hernández / De "La vuelta de Martín Fierro"


La vuelta de Martín Fierro

6


El tiempo sigue en su giro
y nosotros solitarios-
de los indios sanguinarios
no teníamos qué esperar;
el que nos salvó al llegar
era el más hospitalario.

Mostró noble corazón,
cristiano anhelaba ser-
la justicia es un deber,
y sus méritos no callo-
nos regaló unos caballos
y a veces nos vino a ver.

A la voluntad de Dios
ni con la intención resisto-
él nos salvó- pero ah, Cristo!
muchas veces he deseado
no nos hubiera salvado
ni jamás haberlo visto.

Quien recibe beneficios
jamás los debe olvidar-
y al que tiene que rodar
en su vida trabajosa,
le pasan a veces cosas
que son duras de pelar.

Voy dentrando poco a poco
en lo triste del pasaje-
cuando es amargo el brebaje
el corazón no se alegra-
dentró una virgüela negra
que los diezmó a los salvajes.

Al sentir tal mortandá
los indios desesperaos,
gritaban alborotados:
"Cristiano echando gualicho" -
no quedó en los toldos vicho
que no salió redotao.

Sus remedios son secretos,
los tienen las adivinas-
no los conocen las chinas
sino alguna ya muy vieja,
y es la que los aconseja
con mil embustes, la indina.

Allí soporta el paciente
las terribles curaciones,
pues a golpes y estrujones
son los remedios aquellos-
lo agarran de los cabellos
y le arrancan los mechones.

Les hacen mil herejías
que el presenciarlas da horror-
brama el indio de dolor
por los tormentos que pasa,
y untándoló todo en grasa
lo ponen a hervir al sol.

Y puesto allí boca arriba,
al rededor le hacen fuego-
una china viene luego
y al óido le da de gritos-
hay algunos tan malditos
que sanan con este juego.

A otros les cuecen la boca
aunque de dolores cruja;
lo agarran allí y lo estrujan,
labios le queman y dientes
con un güevo bien caliente
de alguna gallina bruja.

Conoce el indio el peligro
y pierde toda esperanza-
si a escapárselés alcanza
dispara como la liebre-
le da delirios la fiebre
y ya le cain con la lanza.

Esas fiebres son terribles,
y aunque de esto no disputo
ni de saber me reputo,
será, decíamos nosotros,
de tanta carne de potro
como comen estos brutos.

Había un gringuito cautivo
que siempre hablaba del barco-
y lo augaron en un charco
por causante de la peste-
tenía los ojos celestes
como potrillito zarco.

Que le dieran esa muerte
dispuso una china vieja-
y aunque se aflije y se queja,
es inútil que resista-
ponía el infeliz la vista
como la pone la oveja.

Nosotros nos alejamos
para no ver tanto estrago-
Cruz se sentía con amagos
de la peste que reinaba,
y la idea nos acosaba
de volver a nuestros pagos.

Pero contra el plan mejor
el destino se revela-
¡la sangre se me congela!
el que nos había salvado,
cayó también atacado
de la fiebre y la virgüela.

No podíamos dudar,
al verlo en tal padecer,
el fin que había de tener-
y Cruz que era tan humano,
"vamos", me dijo, "paisano,
a cumplir con un deber."

Fuimos a estar a su lado
para ayudarlo a curar-
lo vinieron a buscar
y hacerle como a los otros-
lo defendimos nosotros,
no lo dejamos lanciar.

Iba creciendo la plaga
y la mortandá seguía-
a su lado nos tenía
cuidándoló con pacencia,
pero acabó su esistencia
al fin de unos pocos días.

El recuerdo me atormenta,
se renueva mi pesar-
me dan ganas de llorar,
nada a mis penas igualo-
Cruz también cayó muy malo
ya para no levantar.

Todos pueden figurarse
cuánto tuve que sufrir-
yo no hacía sino gemir,
y aumentaba mi aflición
no saber una oración
pa ayudarlo a bien morir.

Se le pasmó la virgüela,
y el pobre estaba en un grito-
me recomendó un hijito
que en su pago había dejado.
"Ha quedado abandonado",
me dijo, "aquel pobrecito."

"Si vuelve, búsquemeló",
me repetía a media voz,
"en el mundo éramos dos,
pues él ya no tiene madre-
que sepa el fin de su padre
y encomiende mi alma a Dios."

Lo apretaba contra el pecho
dominao por el dolor-
era su pena mayor
el morir allá entre infieles-
sufriendo dolores crueles
entregó su alma al Criador.

De rodillas a su lado
yo lo encomendé a Jesús-
faltó a mis ojos la luz,
tuve un terrible desmayo-
cái como herido del rayo
cuando lo vi muerto a Cruz.

José Hernández (Chacras de Perdriel, Buenos Aires, 183 4- Belgrano, Buenos Aires, 1886), Martín Fierro (1872 y 1879), Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1991


Ilustración: Dibujo para una edición ilustrada, EUDEBA, 1962, Juan Carlos Castagnino

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