La primera parte de este poema,
aquí
Debe dar placer
VII
Impone órdenes mientras piensa en ellas,
como el zorro y la serpiente. Es cosa de valientes.
A continuación construye capitolios y en sus pasillos,
más blancos que la cera, sonoros, tal como es la fama,
coloca estatuas de hombres sensatos,
que superaron al búho más culto, los más eruditos
elefantes. Pero imponer
no es descubrir. Descubrir un orden como si fuera
una estación, para descubrir el verano y reconocerlo,
descubrir el invierno y reconocerlo bien, encontrar,
no imponer, no haber razonado en absoluto,
llegar de la nada al clima principal,
es posible, posible, posible. Debe
ser posible. Debe ser que con el tiempo
la realidad vendrá de sus capitalizaciones rudimentarias
pareciendo, al principio, una bestia escupida, distinta,
entibiada por una leche desesperada. Para encontrar la realidad,
para ser despojado de toda ficción excepto una,
la ficción de un absoluto — Ángel,
mantente en silencio en tu nube luminosa y escucha
la melodía luminosa del sonido adecuado.
VIII
¿En qué debo creer? Si el ángel en su nube,
contemplando sereno el abismo violento,
tañe sus cuerdas para tocar la gloria suprema,
salta hacia abajo a través de revelaciones nocturnas y
con sus alas desplegadas, no necesita sino un espacio profundo,
olvida el centro dorado, el destino dorado,
crece cobijado en la marcha inmóvil de su vuelo,
¿Debo imaginar a este ángel menos satisfecho?
¿Son suyas las alas, el embrujado aire lapislázuli?
¿Es él o soy yo quien experimenta esto?
Seré yo entonces quien continúa diciendo que hay una hora
plena de felicidad expresable, en la que no tengo
necesidad, soy feliz, olvido la mano dorada de la necesidad,
estoy satisfecho, sin la majestuosidad consoladora,
y si hay una hora hay un día,
hay un mes, un año, hay un tiempo
en que la majestuosidad es un espejo del yo:
No tengo pero yo soy y como soy, soy.
¿Con qué llenamos esta regiones externas sino
con reflexiones, las escapadas de la muerte,
Cenicienta realizándose a sí misma bajo el techo?
IX
Silba en voz alta, reyezuelo debilucho. Puedo
hacer todo lo que hacen los ángeles. Me divierto como ellos,
como los hombres también, como hombres a la luz aislada,
ángeles gozosos. Silba, corneta forzada,
que llamas para encontrar pareja, cerca del nido,
corneta de gallos, silba y toca y detente de golpe,
petirrojo, detente en tus preludios, practica
meras repeticiones. Estas cosas implican al menos
una ocupación, un ejercicio, un trabajo,
algo con finalidad en sí y, por tanto, bueno:
una de las vastas repeticiones con finalidad
en sí mismas, y por lo tanto buenas, girar
y girar y girar, simplemente girar,
hasta que solo girar es un bien último,
el modo en que el vino llega a la mesa en una madera.
Y nos divertimos como hombres, el modo en que una hoja
sobre la mesa gira su giro constante,
para que la miremos con placer, la vemos
girando en su excéntrica medida. Tal vez
el hombre-héroe no es el monstruo excepcional,
pero él de la repetición es el máximo maestro.
X
Gorda niña, terrestre, mi verano, mi noche,
¿Por qué te encuentro indiferente, te veo allí
en un contorno en movimiento, un cambio no terminado aun?
Eres familiar y sin embargo eres una aberración.
Educado, señora, solo estoy bajo
un árbol, esta sensación casual requiere
que te nombre simplemente, sin gasto de palabras.
Controla tus evasiones, aférrate a ti misma.
Aun así, cuando pienso en ti fuerte o cansada,
inclinada sobre el trabajo, ansiosa, satisfecha, sola,
sigues siendo más que una figura natural. Te
conviertes en el fantasma de pies delicados, la distorsión
irracional, sin embargo fragante, sin embargo querida.
Eso es: a mayor distorsión racional
la ficción que surge del sentimiento. Sí, eso.
Lo comprenderán un día en la Sorbona.
Regresaremos de la conferencia al anochecer,
contentos de que lo irracional sea racional,
hasta que tocado por el sentimiento, en una calle dorada,
te llame por tu nombre, mi verde, mi Mundo fluyente.
Habrás terminado de girar excepto en el cristal.
Coda
Soldado, hay una guerra entre la mente
y el cielo, entre el pensamiento y el día y la noche. Es
por eso que el poeta siempre está en el sol,
emparcha la luna a sus cadencias virgilianas
en su habitación, de arriba a abajo,
de arriba a abajo. Es una guerra que nunca termina.
Sin embargo, depende de la tuya. Las dos son una.
Son un plural, una derecha y una izquierda, un par,
dos paralelas que se encuentran solo en
la reunión de sus sombras, o
en un libro en una barraca, una carta de Malasia.
Pero tu guerra termina. Y después de ella regresas
con seis carnes y doce vinos de doce o sin ellos
para caminar otra habitación. . . Señor y camarada,
el soldado es pobre sin los versos del poeta,
sus insignificantes currículos, los sonidos que se pegan,
modulando inevitablemente en la sangre.
Y guerra por guerra, cada una tiene su estilo ardiente.
Con qué facilidad el héroe ficcional se vuelve real;
Con qué alegría muere el soldado —si debe— con las palabras adecuadas,
o vive alimentándose de la palabra fiel.
Wallace Stevens (Reading, Pennsylvania, 1879 - Hartford, Connecticut, 1955),
Notes Towards a Supreme Fiction, 1942
Versión de Silvia Camerotto
de
Notes Towards a Supreme Fiction, 1942
VII He imposes orders as he thinks of them, /As the fox and snake do. It is a brave affair. /Next he builds capitols and in their corridors, /Whiter than wax, sonorous, fame as it is, /He establishes statues of reasonable men, /Who surpassed the most literate owl, the most erudite /Of elephants. But to impose is not /To discover. To discover an order as of /A season, to discover summer and know it, /To discover winter and know it well, to find, /Not to impose, not to have reasoned at all, /Out of nothing to have come on major weather, /It is possible, possible, possible. It must /Be possible. It must be that in time /The real will from its rude compoundings come, /Seeming, at first, a beast disgorged, unlike, /Warmed by a desperate milk. To find the real, /To be stripped of every fiction except one, /The fiction of an absolute–Angel, /Be silent in your luminous cloud and hear /The luminous melody of proper sound. //VIII What am I to believe? If the angel in his cloud, /Serenely gazing at the violent abyss, /Plucks on his strings to pluck abysmal glory, /Leaps downward through evening’s revelations, and /On his spredden wings, needs nothing but deep space, /Forgets the gold centre, the golden destiny, /Grows warm in the motionless motion of his flight, /Am I that imagine this angel less satisfied? /Are the wings his, the lapis-haunted air? /Is it he or is it I that experience this? /Is it I then that keep saying there is an hour /Filled with expressible bliss, in which I have /No need, am happy, forget need’s golden hand, /Am satisfied without solacing majesty, /And if there is an hour there is a day, /There is a month, a year, there is a time /In which majesty is a mirror of the self: /I have not but I am and as I am, I am. /These external regions, what do we fill them with /Except reflections, the escapades of death, /Cinderella fulfilling herself beneath the roof? //IX Whistle aloud, too weedy wren. I can /Do all that angels can. I enjoy like them, /Like men besides, like men in light secluded, /Enjoying angels. Whistle, forced bugler, /That bugles for the mate, nearby the nest, /Cock bugler, whistle and bugle and stop just short, /Red robin, stop in your preludes, practicing /Mere repetitions. These things at least comprise /An occupation, an exercise, a work, /A thing final in itself and, therefore, good: /One of the vast repetitions final in /Themselves, and therefore good, the going round /And round and round, the merely going round, /Until merely going round is a final good, /The way wine comes at a table in a wood. /And we enjoy like men, the way a leaf /Above the table spins its constant spin, /So that we look at it with pleasure, look /At it spinning its eccentric measure. Perhaps, /The man-hero is not the exceptional monster, /But he that of repetition is most master. //X Fat girl, terrestrial, my summer, my night, /How is it I find you in difference, see you there /In a moving contour, a change not quite completed? /You are familiar yet an aberration. /Civil, madam, I am but underneath /A tree, this unprovoked sensation requires /That I should name you flatly, waste no words. /Check your evasions, hold you to yourself. /Even so when I think of you as strong or tired, /Bent over work, anxious, content, alone, /You remain the more than natural figure. You /Become the soft-footed phantom, the irrational /Distortion, however fragrant, however dear. /That’s it: the more than rational distortion, /The fiction that results from feeling. Yes, that. /They will get it straight one day at the Sorbonne. /We shall return at twilight from the lecture, /Pleased that the irrational is rational, /Until flicked by feeling, in a gildered street, /I call you by name, my green, my fluent mundo. /You will have stopped revolving except in crystal. //Coda Soldier, there is a war between the mind /And sky, between thought and day and night. It is /For that the poet is always in the sun, /Patches the moon together in his room /To his Virgilian cadences, up down, /Up down. It is a war that never ends. /Yet it depends on yours. The two are one. /They are a plural, a right and left, a pair, /Two parallels that meet if only in /The meeting of their shadows, or that meet /In a book in a barrack, a letter from Malay. /But your war ends. And after it you return /With six meats and twelve wines or else without /To walk another room . . . Monsieur and comrade, /The soldier is poor without the poet’s lines, /His petty syllabi, the sounds that stick, /Inevitably modulating, in the blood. /And war for war, each has its gallant kind. /How simply the fictive hero becomes the real; /How gladly with proper words the soldier dies, /If he must, or lives on the bread of faithful speech.
Ilustración: A Winged Figure Seated Upon a Rock (A Study for the Stevenson Memorial), 1903, Abbot Handerson Thayer