La huella
Una luz febril recorría los cielos la noche del viernes santo.
Yo distinguía los perfiles de una ciudad oculta en la sombra y el símbolo de una escala de sones volátiles en el silencio penitente.
Yo me había asomado a la ventana después de consignar en un escrito los azares de una pasión ideal. Yo volvía el discurso al caso Dante, a sus cuitas de amor en la cámara del sobresalto y la amargura.
Yo sufría del arrojo de mi pensamiento. Una forma aviesa imitaba al objeto de mis devaneos y sugería con el ademán la vista de un suplicio.
El temporal, nacido en montes lívidos, fugaba delante de sí el tumulto de las tinieblas y esparcía las voces de una multitud precita. Yo dije entre alabanzas el nombre soberano, cifra de mis anhelos, y el fantasma lacónico se delizó en mi presencia, dejando en su vez un reguero de polvo.
José Antonio Ramos Sucre (Cumaná, 1890-Ginebra, 1930) "El cielo de esmalte", 1929; Obra poética, Colección Archivos, n° 52, Barcelona, 2001
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Ilustración: L'éventail, c.1919, Marie Laurencin
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