lunes, marzo 14, 2011

Enrique Lihn / De "Estación de los desamparados", 2


Despierten de una vez personas imaginarias...

Despierten de una vez personas imaginarias.
La insuficiencia de lo real es notoria y la mía real.
Alguien tendría que venir que ocupara mi lugar y el de todos los otros
pautando con una voz absolutamente desconocida
y una sola palabra este diálogo de sordos.

A lo menos envíeme alguno de sus pequeños agentes.
Sepa que necesito de una ayuda impensable
mezclada a todo, como es natural.

Despiérteme en el lugar donde no existe la única Paulina
capaz de hacerme ver la verdadera idiotez
de las palabras y la irrealidad de quien en ellas se apoye
mientras le dicte yo, por fin, el murmullo de todo
lo que perdí, disipado por la reconciliación.

Llame a la puerta de una y otra casa quien desenrede este nudo
/sin tocarlo ni manos
pues todas ellas estrangulan
hasta las más amables cuando se desestrechan.

Trátese de un fantasma o de un objeto mágico. Nadie ni nada
sorprenderá a un sujeto que cree en el horóscopo.
Luz del atardecer que ojalá no duplicara
esta lámpara bajo la cual el papel es de arena
y mi llamado el viento que respiro y lo borra.

Despierte ese nombre imposible de escuchar y no se hable de dios ni de nadie
/entre nosotros.
Lo recibiré en estado de ebriedad
como en los tiempos de siempre, con toda vulgaridad.

Tenga a bien ser del sexo femenino, que me sepa
enfermo de cuidado,
animal de cuidado
y que conozca el camino, si lo hay, de acceso al punto X
donde coincidirían este mundo y el otro.
Se lo suplico.

Enrique Lihn (Santiago de Chile, 1919-1988), Estación de los desamparados, Premia Editora, México DF, 1982
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Ilustración: La recompensa del adivino, 1913, Giorgio de Chirico

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