Salmo pluvial
Tormenta
Érase una caverna de agua sombría el cielo;
el trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
y una remota brisa de conturbado vuelo,
se acidulaba en tenue frescura de limón.
Como caliente polen exhaló el campo seco
un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
se vio el caudal con vívidos azules florecer.
Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal;
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
como un inmenso techo de hierro y de cristal.
Lluvia
Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
o en pajonales de agua se espesaba revuelto,
descerrajando al paso su pródigo arcabuz.
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,
descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,
transparente y dorada bajo un rayo de sol.
Calma
Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.
Plenitud
El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.
Leopoldo Lugones (Villa María del Río Seco, 1874-Tigre, 1938), El libro de los paisajes, Otero y García, Editores, Buenos Aires, 1917
Ilustración: Atardecer con laguna, Ernesto Laroche
Para quienes somos cordobeses, leer a Lugones tiene algo especial, conocemos la lluvia, la tormenta, la calma y la plenitud de la que hablan sus versos, una perdiz atraviesa el pensamiento mientras digo esto. Un abrazo y gracias por la publicación de este intenso poeta.
ResponderBorrarPerdón, Lily Chavez es quien hizo el comentario que antecede.
ResponderBorrarTormenta, lluvia, calma, plenitud; es todo lo que le deseo para el día de la fecha. Gracias, Irene
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