La patria, un objeto reciente
(Aquí la vida hace como que existe)
Habla la palabra antes de poder decir.
La mortalidad de su materia es lo que
da para empezar: a punto de quedarse
deseada encuentra la perla y el apodo.
Vida como dádiva duradera, como ha
sido la del aprendiz, y detrás hay otro.
De sí por saberlo sería huir a su ritmo
más allá del llano atravesando la verja
del paje que pregunta por el anfitrión.
A tiempo de poner lo que nunca nació,
la mañana derrama ramalajes de brillo,
el rubor que a la voz anuncia naciones,
nada más que la zancadilla de siempre.
Llega la lluvia, la costumbre del cobre
y el rocío que por cierto cae en desuso.
Todo cambia, nada viene a lo invisible,
la luna en el heno hace la desazón, el
invierno al venado que alcanza a ceder.
Por su voz ha oído del sino disminuido,
en lados idealizado como adorno, o no.
Podría resumirse así: el margen de los
abejorros origina a los gerundios, y la
canción, llevada al grazno del susurro.
El cuerpo dispuesto por la posibilidad.
Árbol, revoleo, y va la brizna por libre
a abrir la brecha hasta que esté abierta.
La casa encuentra un coto encarnizado,
nácar de cardo para perder el recuerdo.
De toda su estatura, hace decir al cielo
(duerme la piel a pesar de lo que pasa).
Los ojos dan por verdad a las palabras,
las cosas buscan un lugar en la mirada.
Eduardo Espina (Montevideo, 1954), El cutis patrio, Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2009
---
Foto: © Alex Garza/Altazor
(Aquí la vida hace como que existe)
Habla la palabra antes de poder decir.
La mortalidad de su materia es lo que
da para empezar: a punto de quedarse
deseada encuentra la perla y el apodo.
Vida como dádiva duradera, como ha
sido la del aprendiz, y detrás hay otro.
De sí por saberlo sería huir a su ritmo
más allá del llano atravesando la verja
del paje que pregunta por el anfitrión.
A tiempo de poner lo que nunca nació,
la mañana derrama ramalajes de brillo,
el rubor que a la voz anuncia naciones,
nada más que la zancadilla de siempre.
Llega la lluvia, la costumbre del cobre
y el rocío que por cierto cae en desuso.
Todo cambia, nada viene a lo invisible,
la luna en el heno hace la desazón, el
invierno al venado que alcanza a ceder.
Por su voz ha oído del sino disminuido,
en lados idealizado como adorno, o no.
Podría resumirse así: el margen de los
abejorros origina a los gerundios, y la
canción, llevada al grazno del susurro.
El cuerpo dispuesto por la posibilidad.
Árbol, revoleo, y va la brizna por libre
a abrir la brecha hasta que esté abierta.
La casa encuentra un coto encarnizado,
nácar de cardo para perder el recuerdo.
De toda su estatura, hace decir al cielo
(duerme la piel a pesar de lo que pasa).
Los ojos dan por verdad a las palabras,
las cosas buscan un lugar en la mirada.
Eduardo Espina (Montevideo, 1954), El cutis patrio, Editorial Mansalva, Buenos Aires, 2009
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Foto: © Alex Garza/Altazor
Act. 2024
cuánta certeza.
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