jueves, marzo 19, 2009

Catulo / Versiones



[XXII]

Ese Sufeno, Varo (tú lo conoces),
tan elegante, ingenioso y refinado,
también hace versos. Más versos que nadie.
Miles de versos, y no como nosotros
en papiros baratos: en papel "Carta Imperial",
rollos nuevos, con estuches nuevos, cintas
de seda, y empastadura de pergamino fino,
rayados con plomo y pulidos con piedra pómez.
Pero lo lees, y el exquisito, el lindo
Sufeno, el dandy de los banquetes,
se transforma en un cuidador de cabras,
en un peón escribiendo poesía.
¡Y nada le halaga tanto como escribir poesía!
Pero, Varo, todos somos Sufeno en una cosa
o en otra, y no nos damos cuenta.
Todos llevamos un Sufeno dentro.


[XXVI]

Furio, no está mal mi pequeña villita azotada
ni por el Austro, ni por el Céfiro,
ni por el fiero Cierzo invernal,
sino por una hipoteca de quince mil doscientos sestercios.
¡Qué diferente condición atmosférica!

(Versiones de Ernesto Cardenal en Catulo y Marcial, Editorial Laia, Barcelona, 1978)

*

[VIII]

Abandona el ridículo, desdichado Catulo;
y lo que ves que ha muerto
considera perdido.
Un tiempo, albos,
ardientes rayos de un sol,
al fulgurar, tú poseías,
cuando pertinaz,
en la muchacha,
succionado, recaías:
la que amamos cual ninguna
debe ser amada.
Allí,
en donde los copiosos
goces resurgían:
los que tu deseabas
y a la muchacha no desencantaban.
Ciertamente, poseías el fulgurar
de un sol, rayos
albos, ardientes.

Ahora, ya ella no lo quiere;
tú, entonces, impedido, tampoco.
No aceches a quien huye, ni agobiado vivas,
sino con ánimo obstinado, paciente,
resiste.
Adiós muchacha. Ya resiste Catulo,
no te persigue -violentándote- ni ruega.
Mas, no hallándote rogada,
dolorida estarás.
Ay de ti, pérfida! Qué vida te reservas?
Quién ahora se te ofrenda?
Por quién bella eres vista?
A quién hoy amarás? De quién
se dirá que perteneces?
A quién has de besar? Qué labios morderás?
Pero, tenaz, tú, Catulo,
resiste.

(Versión de Aldo Oliva en Leaving Salonica)

*

[LI]
Aquel me parece ser un dios, aquél, si no es una impiedad, me parece superar a lo dioses, el que, sentado frente a vos, constantemente te observa y escucha tu dulce reír. Miserable, esto desgarra todos mis sentidos, pues tan pronto como te veo, Lesbia, nada resta de mí... La lengua se entorpece, una tenue llama fluye por debajo de los miembros, los oídos tintinean con su propio sonido, las lámparas gemelas de mi rostro se cubren con noche.
El ocio, Catulo, te molesta, con el ocio te regocijás y te alegrás demasiado: El ocio, otrora, perdió a reyes y prósperas ciudades.

(Leonor Silvestri, Versiones rioplatenses y libres de poemas de Catulo, Diario de una Poeta Mala)

*

[XVI]

Se la meteré y me la chuparán,
Aurelio, comilón, Furio, culastro,
que me consideran basto
porque son mis versos ligeros.
Es adecuado que el poeta
sea personalmente puro,
no que sus versos lo sean.


[LXXXV]

Odio y amo. Me preguntarás cómo lo hago.
No lo sé. Pero sé qué es, y me crucifica.


[LXXXVII / LXXV]

Ninguna mujer puede decir que fue amada
como yo a ti, Lesbia, te amé.
Ningún pacto de amor fue mantenido
con la fidelidad con que mantuve el mío.
Tanto, Lesbia, mi alma has reducido
que no podría quererte aunque fueras buena,
ni dejar de desearte hagas lo que hagas.

(Versiones de Jorge Aulicino)

Caius Valerius Catullus, Verona, 87 aC.-Roma, 54 aC., Carmina 
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Ilustración: El dios Príapo, hijo de Dionisio y Afrodita, con su largo pene. Fresco procedente de Pompeya, siglo I. Gabinete Secreto del Museo Archeologico Nazionale, Nápoles

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