A nadie daré una droga mortal
Aquí estoy solo con mis pócimas, mis escalpelos,
mis uñas rotas, mis salpicaduras.
Aquí con mi intranquila conciencia.
Aquí con mi mundo perturbado.
Aquí, con mi cadáver desnudo sobre el mármol
y el tiempo que aquí debería ser abolido.
Somos los mismos. Los que tuvimos un día
la capacidad de asombrarse.
Cartílagos sólo hay, sólo huesos.
Debo suturar desgarros que yo no produje.
Debo hacer coincidir las piezas de un cráneo.
Soy demasiado humano para vivir en paz.
Pero quién se sonreirá por ti algún día.
Pero quién repetirá después las cosas que tú dijiste.
Pero quién cometerá tus mismos errores.
Pero quién asumirá tu desencanto.
Morirse pero contemplar tu propio funeral.
Pero huir y ser testigo de tu fuga.
Pero perderse y participar de tu propia búsqueda.
Pero se trata de estar aquí y en otras partes.
Pero yo soy un cirujano fiel a su juramento
y seguiré cortando tendones, removiendo vísceras
sin lograr ver en ellas el futuro,
y a nadie daré una droga mortal.
Hernán Miranda (Quillota, 1941), Arte de vaticinar, Ediciones Clavileño, Santiago de Chile, 1970
No hay comentarios.:
Publicar un comentario