Avería
Fue en la isla del Astrolabio
allí decidimos encallar.
donde las brújulas enloquecen
y los océanos forman
un hipnótico
abismo.
Elegimos el vértice helado
de la gran naranja
para cometer el naufragio.
Era preciso, necesario:
no existe palabra para definir el estrago,
la ley nos condenaría
por esa deliberada meta.
En el hielo del islote
dejamos los últimos mensajes
la bitácora del capitán,
envuelta en lienzos de mortaja
unos granos de pimienta,
brillaron como gemas sobre la nieve,
y la osamenta de nuestro amado perro,
muerto al trasponer el paralelo 60.
Luego de la ceremonia
fue el momento de irnos a pique:
la nave, intacta
desprovista de daño alguno,
y nosotros,
irremediablemente averiados.
Bitácora con tigres y el otro
Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho,
debería ser poético, ya que profundamente lo es.
J.L.B.
Los tigres de arena viajarán conmigo hoy:
atravesaremos la jornada de tedio y violencia
serán la ciudad, la sala de espera,
la indiferencia de los prójimos,
la miseria bajo los puentes
quienes pongan a prueba la premisa;
cada momento de la vida es poético.
El poeta mismo arrastra una condena
su muerte no lo ha liberado pues él mismo
se encargó de destruir el olvido,
ese ominoso castigo que decía anhelar en vida.
Gustaba adornar sus sienes con linajes vacíos,
e imaginar su silueta recortada en bronce.
Ahora volvamos al instante
y a la verdad poética
que deben encontrarse en un punto determinado
aunque
¿podrá un río incesante de automóviles
y basura
ser comparado con el paisaje helado del río Charles
en la glorificada Boston?
¿Vale la imagen para
rememorar a Heráclito, maestro?
Una mujer muy joven
espera el ómnibus a mi lado,
no necesitamos mirarnos
con sus dieciocho años
sabe que quien la observa es ella misma,
desde ese cuerpo tan semejante
al de su madre.
El caudal creciente de autos y camiones
ha desbaratado la perfección de la mañana
la frescura de la lluvia de hace un instante
ahogada en cientos de miles
de caños de escape
ambas lo percibimos al mismo tiempo.
El instante es poético
el río fluye
ambas hemos estado frente a él
y hemos contemplado la destrucción
aquel día ella lloraba sin lágrimas
había dibujado su adentro
con trazos desgarrados,
un río rojo de tristeza sin fin,
y la destrucción -como hoy- salía de las bocas humeantes
atronaba la canción sin sentido.
La paloma embistió los cables de alta tensión
y cayó sobre el río de asfalto
veintiséis ruedas de un mismo camión
pasaron sobre su breve cuerpo.
El lagarto overo atrapado en la cuneta
me interpeló con sus ojos aquella mañana
tanto él como yo
insensatos
pretendíamos huir
aún
sabiendo
que eso
no es
posible.
María Martha Dechecco (Córdoba, Argentina, 1967)