Poema
I
Caen en la tarde pesadas flores amarillas.
Un pez de plata se dibuja en la sombra del estanque.
El día ha crecido.
Un tenue centelleo del cielo hiere
El próximo sueño.
II
El muro es alto, y el follaje abarca el paisaje.
Inclinado sobre la frente destrozada de la noche
Tus ojos aguardan, tu oído piensa.
El delgadísimo hilo de la página blanca
Quiere encontrar su canto: tu error, tu deseo, tu nada.
III
El pájaro vuela desde su más honda frescura.
El pájaro dibuja signos: sobre el cielo, entre las ramas,
En la tierra.
Su arrojo no es libertad, ni esperanza, ni anhelo.
Pero canta, cautivo de su luz,
Dueño misterioso del quejido del alba.
IV
No es tu no estar. No es tu ausencia
(Esa transfigurada sombra que la aguja
de los días siembra y borra). No es la memoria.
Si no es el peso de los muertos que soy.
De los que he de ser aguardando tu sombra.
Territorio
Lo que surge. Lo que se alza. Aquello
Que la noche no cambia ni la vigilia
Adormece. Esas vivas banderas heladas
Persistiendo en el fuego del corazón.
Lugares. Espectáculos de la íntima pobreza
Que socavan y ambulan los labios de la dicha.
Ciudad sueña
El pensamiento hace dibujos en el agua
La memoria tiende a un espacio vacío y de esplendor
El lenguaje es un lugar
esperando la música del vacío
el paisaje del agua
Jorge García Sabal (Balcarce, Argentina, 1948 - Buenos Aires, 1996), El fuego de las aguas, Ediciones Botella al Mar, Buenos Aires, 1979
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Foto: Gentileza de Enrique Solinas
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