Lautréamont vuelve
Habla sentado a la mesa de cara
a la cuesta de Villiers de L’Isle-Adam.
Lo había encontrado en una esquina lejana,
Corrientes y Rodríguez Peña,
una noche después del Círculo.
Tenía 19, 20 años.
La tapa roja de Pellegrini,
la primera lectura en el 12 hasta Constitución,
y después en el Roca hasta Temperley.
Las noches en la pieza. La novelita.
Ducasse, el endemoniado.
Al poco tiempo lo fue a buscar a París
al Faubourg Montmartre.
Todavía estaba la placa en la cour:
“¿Quién abre la puerta de mi cámara funeraria?
Había dicho que nadie entrase.
Sea quien sea, aléjese”.
Letras doradas gastadas con fondo negro.
Después siguió camino a Charleville.
Se creía rimbaldiano.
Pasaron unos años y volvió a estar
meses y meses enfrente de ese número 7.
Tendría que haber reconocido la voz.
Pero se habían perdido de vista.
O él se había perdido. Como su fe.
Tanto tiempo en los caminos polvorientos
del desencanto y el abandono.
Llegó a pensar que Maeterlinck tenía razón
y la belleza indecible de fulgores cegadores
eran ahora ilegible demencia voluntaria.
Se fue de París y regresó. Dos veces.
No sintió ninguna mano en el hombro.
Había vuelto del destierro del polvo, sí,
pero difícilmente diría que había vuelto a creer.
Alguien le entregó un libro de tapas verdes,
la primera Pléiade para un tipo de cincuenta.
Pensó en Maeterlinck; abrió la cámara.
Entonces, ahí, en la cuesta de Villiers,
estaba de pie el endemoniado
esperando bajo los focos pálidos de otro siglo.
Rivelli en Ajaccio
En el ocaso ignorado de Ajaccio
muere el poeta Jorge Rivelli.
En la calle desierta y apestada del viejo Ajaccio
este domingo de junio
muere de muerte incierta el poeta Jorge Rivelli.
Nadie lo reconoce
en la explanada junto al puerto.
Nadie pronuncia su nombre
en la plaza del Mariscal Foch.
Pero no por ello
es menos poeta el poeta Jorge Rivelli
ni es menos muerte su muerte.
Acaba de morir antes de la noche,
cuando las gaviotas gigantes
rapiñan voraces las bolsas de basura.
Cuando el chico sentado en el umbral
alarga el cigarrillo por puro tedio.
Cuando los barcos se mecen solos
y los capitanes en casa piensan en el mar.
Es en este momento que el poeta Jorge Rivelli
viene a morir a Ajaccio, a mi lado.
Mariano Rolando Andrade (Buenos Aires, 1973)
Buenos Aires, 2023
Más poemas de Mariano Rolando Andrade en Otra Iglesia Es Imposible
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Foto: Gentileza del autor
Qué bueno recordar a Jorge Rivelli y traerlo a tu poema. Alfredo Lemon
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