El vino triste (2)
La cuestión es sentarse sin hacerse notar.
Todo lo demás viene solo. Tres sorbos
y vuelven las ganas de pensarlo a solas.
Se abre de par en par un fondo de lejanos zumbidos,
cada cosa se pierde y se vuelve un milagro
haber nacido y mirar el vaso. El trabajo
(un hombre solo no puede no pensar en el trabajo)
vuelve a ser el antiguo destino que es bueno sufrir
para poder pensarse. Luego los ojos se quedan
en medio del aire, dolientes, como ciegos.
Si ese hombre se para y va a casa a dormir
parece un ciego que ha perdido el camino. Cualquiera
puede aparecerse en una esquina y molerlo a golpes.
Puede aparecer una mujer y acostarse en la calle,
joven y bella, bajo otro hombre, gimiendo,
como en un tiempo una mujer gemía con él.
Pero ese hombre no ve. Va a casa a dormir
y la vida no es más que un zumbido de silencio.
Desnudo ese hombre mostraría miembros agotados
y pelos animales, aquí y allá. ¿Quién diría
que a ese hombre lo recorren venas tibias
donde en un tiempo iba ardiendo la vida? Nadie
creería que en un tiempo una mujer haya acariciado
ese cuerpo, y besado ese cuerpo que tiembla,
y que lo bañó en lágrimas, ahora que el hombre,
llegado a casa, no puede dormir, pero gime.
La paz que reina
El placer del viejo es sorprender las últimas estrellas
en el alba, después tomar otra vuelta y vagar por la calle.
Uno siempre supo que el mundo se termina así:
nos encontramos entre rostros de gente inaudita
y no basta mirarlos y pensarlos con calma.
Mi viejo comienza al alba a vagar por las calles
y ninguno sabe que mira y nos piensa,
él, que en un tiempo era joven, como era joven el mundo.
No hay ni un perro que sepa cómo es el cuerpo del viejo,
desnudo y débil, y cómo transcurre la mañana para él,
mientras ve los cuerpos de jóvenes y mujeres
y de todos sabe el vigor. Pero los ojos de los jóvenes,
que no se ocupan del viejo, recorren la calle,
inquietos, y tienen todos una vida que el viejo no sabe.
Ciertamente, las calles son siempre las mismas
y la mañana tiene el mismo esplendor. Pero un joven
que golpeara y apedreara a mi viejo
no sería más que justo. Mi viejo no sabe,
aunque piensa cada cosa, que esta es la suerte:
pensar en los jóvenes y los viejos que son toda la vida.
Inquieto se pone también el viejo al pensar que un día
serán viejos también ellos, y quién sabe
con qué mirada los desconocidos mirarán las cosas.
Pero una mirada sobre el mundo la tiene cualquiera
y a la mañana cada cosa se despierta. Envejeciendo,
todavía es un placer sorprender el alba
y descender la calle entre la muchedumbre viva.
Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, Italia, 1908 - Turín, Italia, 1950), Poemas inéditos, Barnacle, Buenos Aires, 2023
Versiones de Jorge Aulicino
Imagen: Recorte de la portada de Poemas inéditos, con retrato de Cesare Pavese por Merlina H. Cisnero. Abajo, la imagen completa.
Il vino triste (2)
La fatica è sedersi senza farsi notare.
Tutto il resto poi viene da sé. Tre sorsate
e ritorna la voglia di pensarci da solo.
Si spalanca uno sfondo di lontani ronzii,
ogni cosa si sperde, e diventa un miracolo
esser nato e guardare il bicchiere. Il lavoro
(l’uomo solo non può non pensare al lavoro)
ridiventa l’antico destino che è bello soffrire
per poterci pensare. Poi gli occhi fissano
a mezz’aria, dolenti, come fossero ciechi.
Se quest’uomo si rialza e va a casa a dormire,
pare un cieco che a perso la strada. Chiunque
può sbucare da un angolo e pestarlo di colpi.
Può sbucare una donna e distendersi in strada,
bella e giovane, sotto un altr’uomo, gemendo
come un tempo una donna gemeva con lui.
Ma quest’uomo non vede. Va a casa a dormire
e la vita non è che un ronzio di silenzio.
A spogliarlo, quest’uomo, si trovano membra sfinite
e del pelo brutale, qua e là. Chi direbbe
che in quest’uomo trascorrono tiepide vene
dove un tempo la vita bruciava? Nessuno
crederebbe che un tempo una donna abbia fatto carezza
su quel corpo e baciato quel corpo, che trema,
e bagnato di lacrime, adesso che l’uomo,
giunto a casa a dormire, non riesce, ma geme.
La pace che regna
Il piacere del vecchio è sorprendere le ultime stelle
sotto l’alba, poi bere una volta e girare per strada.
Uno ha sempre saputo che il mondo finisce così:
ci si trova tra visi di gente inaudita,
e non basta guardarli e pensarci con calma.
Il mio vecchio comincia dall’alba a girare le strade
e nessuno s’accorge che guarda e ci pensa,
lui, che un tempo era giovane, com’è giovane il mondo.
Non c’è un cane che sappia com’è il corpo del vecchio,
nudo e debole, e come il mattino trascorra per lui,
mentre lui vede i corpi di giovani e donne
e di tutti conosce il vigore. Ma gli occhi dei giovani
che non badano al vecchio, trascorrono in strada
inquieti, e hanno tutti una vita che il vecchio non sa.
Certamente, le strade son sempre le stesse
e il mattino ha lo stesso splendore. Ma un giovane
che picchiasse e piombasse sui sassi il mio vecchio
non sarebbe che giusto. E il mio vecchio non sa,
benché pensi a ogni cosa, che questa è la sorte:
pensa ai giovani e ai vecchi che son tutta la vita.
Inquieto è anche il vecchio al pensiero che un giorno
saran vecchi anche questi, e nessuno saprà
con che sguardo gli ignoti urteranno le cose.
Ma un’occhiata sul mondo la stende chiunque
e al mattino ogni cosa si sveglia. Invecchiando,
sarà ancora un piacere sorprendere l’alba
e discendere in strada tra la folla vivente.
Librazo! Para degustarlo de a poco. Gran trabajo Jorge. Edición al cuidado de Barnacle. Los abrazo desde Córdoba. Alfredo
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