El bostezo, el paseo circular,
el prisionero, la majestad,
como la más implacable de las formas.
Diríase que combina en su derrota
la reflexión de la mente
con la mirada de sus antecesores,
pero contemplándolo
nuestra curiosidad es una derrota mayor
porque no somos lo que aquéllos vieron,
los excéntricos solitarios y duros
lanzados por visiones
a completar entre las fieras un mensaje:
Jeremías y el tigre,
Elías y el tigre,
Amos y el tigre,
los comprometidos
a dar con el seno de las cosas.
Es que hace siglos
firmamos una improbable paz,
la selva fue arrasada, hecha yermo,
y ya no precisamos del tigre;
y el hedor de su carne, el agua turbia,
el brillo mustio de la piel,
aceleran su decepción, su muerte,
en tanto se pregunta, nos pregunta,
qué será de nosotros que aceptamos
depender de una verdad
y no adivinamos en su jaula,
permanentemente,
al Hombre colgado de las rejas.
Nos duele, en el parque
la inquietud de los mirones es desigual,
hay quien se disculpa
por su pasiva ceguera,
quien se ofende con el tigre
por haber sido cruel,
quien se olvida yendo
tras el grito amistoso de los monos.
Alberto Girri (Buenos Aires, 1919 - 1991), "La penitencia y el mérito", 1957, Obra poética I, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1977
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Foto: Altazor
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