(palabras con vida propia)
Hace años que no entro a un galpón,
pero la palabra galpón tiene olor a campo en la
noche,
ropa de trabajo colgada de un clavo,
un pico y una pala que cavan como una idea fija,
conversaciones sobre mangas de langostas.
De estas cosas
vienen silencios a la charla, viejos cuentos
ocultos en la palabra galpón:
¿conoce la historia
del que quiso despedirse al saber que se moría
y sus amigos oyeron que una guitarra tocaba una
zamba,
la "7 de Abril"?
Creencias sin pruebas,
eso es la fe,
y un relincho que crece más allá del alambrado,
desatendido de la ley de gravedad.
La palabra galpón
tiene vida propia;
como la palabra perro, que cuando aparece
no hace falta que se ponga a ladrar.
*
(el alma en problemas)
El alma de ese viejo no necesita profecías: sabe que
pronto quedará sin trabajo.
Falta poco para que no tenga qué hacer, a quien
cuidar o vigilar;
y qué hará entonces
con su tendencia al monólogo interior,
con el dilema de las premoniciones,
con la paradoja de ser alma y vivir pendiente de
sudores, sexo, tejido adiposo, sistema
hormonal.
Pronto
quedará sin trabajo y pide un plazo: que ese viejo
siga con su fiesta de cumpleaños, su memoria en
estado ambulatorio, sus paseos por la vereda
del sol;
ella es joven todavía, vivaz y disoluta, y no tiene
experiencia en ya no estar;
sabe que falta poco y se asusta,
sabe que un alma sirve para una sóla vez.
Santiago Sylvester (Salta, Argentina, 1942)
Antología personal (1974-2022),
Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2022
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Foto: Página 12
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