El tren se detuvo en Vorkuta
I
supe el nombre porque alguien despejó la nieve
de un cartel
para que viéramos
por las rendijas del vagón
que todas las estaciones del infierno
son heladas y tienen nombre
espero
una señal del viento
o del hielo
entre la gritería de los rusos que envuelven
el silencio transpirado de este vagón
las señales no existen
hacia donde vamos no hay nombre
que pueda pronunciarse
Los diarios de Edmund tienen tapas azules
II
Bosques de haya, arbustos de frambuesa en la casa
hay un baúl
olvidado
en el invierno de Siedice
tan largo que parece
durar para siempre
donde las palabras extienden el mapa
de un territorio desvanecido
la lejanía parece
el territorio de los diarios
que nada dicen sin Edmund
diarios que nadie leyó
que se desvanecerían en polvo
si alguien los tocara
parece el recuerdo
de un árbol de grosellas
solitario
en mitad del jardín
sin saber cómo será
exactamente
un árbol de grosellas
en el jardín trasero
de una casa en Siedice
las palabras dicen
que nada podemos decirnos
ni él a mí
ni yo a nadie
dicen: excepto darle forma a un mundo
en el paisaje blanco y liso del poema
Ana Wajszczuk (Quilmes, Argentina, 1975) Revista Ñ n° 965, Buenos Aires, 26.03.22
Caleta Olivia,
Buenos Aires, 2022
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