Y cuando la noche se incrusta en las calles, o los vasos se llenan de whisky
mientras los insectos se marean en la luz, y hay sillas tumbadas en los cafetines
de mala muerte, en la plena deshora
y hay viajantes de comercio cortándose las venas en hoteles de lujo
uno sabe, lo sabe cualquiera, vos aunque te des vuelta o te desangres en el baño
de un palacio,
que en el principio del principio era el vacío
lo que se abisma,
el lenguaje que no dice, la voz que se cierra, lo indeterminado del mundo,
llamar dios por decir algo, por nombrar eso que no tiene nombre ni lengua,
nombrar lo que nunca, lo que jamás, la oscuridad que resplandece
para ser más oscuridad, la voluntad de nada,
la distancia
la pura inexistencia, el brillo vacilante de una cosa
al morir.
Y podrá ser luego la fiesta de los días, la brisa de un incierto paraíso
las horas como largos candelabros,
los deseos incendiarios de los cuerpos,
eso
que será siempre
una marca, una forma inventada
de la ausencia.
Liliana Díaz Mindurry (Buenos Aires, 1953), Abismarse, inédito
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