A Thomas de Quincey
Para hablarte,
no quiero saber nada de tu amado Lactancio,
ni de la indulgencia servil de tu leyenda,
ni de la droga que piensa,
ni de tu seria abominación del veneno.
Esta es mi confesión preliminar.
Thomas de Quincey,
tú, el imaginador para quien el amor era una clepsidra rota,
tú, que hacías gestos de burla
y mirabas a los hombres como planetas extraviados,
ven hoy a recorrer mi colección de máscaras, sabor del espejo,
albergue de la tregua cotidiana.
Ven, acuéstate en un propicio cielo de pizarra,
hombre-dios buscando el ansioso, húmedo caer de las palomas
sobre un arrabal de niñas hambrientas.
Tirso, tirso y frente enriquecida de gas,
toda vergüenza es inhumana y para anunciarte
marcharon por la noche las infinitas caballerías del desvelo.
Ven, dame el puro equilibrio de tu mundo
nunca rebajado a comparar la muerte con la ambigüedad del sueño.
Tirso del pensamiento,
me rescataste del cielo y yo te lo agradezco.
Ríe entonces de lo que el orden y el nivel te hubieran
reservado:
"Yo era célebre y admirado,
ahora me comen los gusanos"
Thomas de Quincey.
Alberto Girri (Buenos Aires, 1919-1991), "Playa sola" (1946), Obra poética I, Corregidor, Buenos Aires, 1977
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Foto: Alberto Girri por Tito La Penna, 1985 Otra Iglesia Es Imposible
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