Libro Cuatro
La corrida al mar III
¿Te has
olvidado de tu virginal propósito,
el lenguaje?
¿Qué lenguaje?
“El pasado es para los que
vivieron en el
pasado”, es todo lo que ella me dijo.
¡Shh! el viejo
duerme
— de no ser
por las mareas, no hay río,
silencioso ahora,
retorciéndose y girando
en sus sueños •
¡El
océano bosteza!
Casi es
la hora
—¿y supiste
alguna vez de una mujer de
sesenta años embarazada •
?
¡Escucha!
alguien viene
por el camino, • ¿tal vez no sea
demasiado
tarde? Demasiado tarde •
Jonathan fue bautizado en oct. 29, 1752; se casó con Gritie
(¿Haring?).
Nació y fue criado en Hoppertown (Hohokus), pero en 1779 mane-
jaba la molienda y el aserradero en Wagaraw, ahora
propiedad de los Alyeas.
En la noche de abril 21, 1779, su esposa se despertó por
un ruido, como
si alguien tratara de entrar a la parte inferior del molino,
donde, para mayor seguridad,
él guardaba sus caballos. “Yawntan,” dijo ella en holandés,
“alguien está robando los caballos.”
Él encendió una linterna, abrió la parte superior de la puerta
y enfrentó a los merodeadores. In-
mediatamente sonó un disparo a través de la parte
inferior de la puerta, hiriéndolo en el abdomen.
Retrocedió tambaleándose hacia la casa y se desplomó en
la cama; tapándose con las cobijas.
Un grupo de Tories, enmascarados y disfrazados, se
abalanzó al interior y obligando
a la joven esposa a sostener una vela, atacaron
brutalmente al postrado. Una vez que logró
hacerse con una de las bayonetas, sosteniéndola durante
un momento, le gritó a su
agresor, “Andries, este es un rencor viejo”. Con
redoblada furia, los inhumanos salvajes
lo apuñalaron, hasta que murió con un gemido. Sus dos
pequeños hijos que solían dormir
en la cama corrediza de abajo, fueron espantados testigos
del asesinato de su padre.
Cuando los asesinos se fueron, su esposa y un vecino
quitaron la sangre de la cama
a manos llenas. El hombre asesinado recibió diecinueve o
veinte crueles estocadas. Se cree
que fue algún vecino el que condujo a los Tories al
ataque, no tanto por razones políti-
cas o económicas, sino más bien por razones de venganza
personal. Hopper era capitán
de la milicia del Condado de Bergen. Uno de sus hijos fue
Albert, bautizado en octubre 6, 1776.
Se cuenta que los hijos de Jonathan se mudaron a
Cincinnati, y allí alcanzaron cierta notorie-
dad.
Vamos,
a ponerse en marcha. La marea ha subido
Leise, leise! Lentement! Che va piano,
va lontano! La virtud,
gatita mía, es
una compleja recompensa en todas
las lenguas, que
se obtiene gradualmente.
• lo que me recuerda a
un viejo amigo,
ahora muerto •
—mientras él aun se dedicaba
al negocio de hotelería, una joven mujer alta y más bien
bella se acercó
a su escritorio un día para preguntar si en el local había
algún libro interesante
para leer. Él, interesado en la literatura, como ella
sabía, le respondió que su
departamento estaba repleto de ellos y que, aunque no
podía salir en ese momento
— Aquí están mis llaves, suba y sírvase usted misma.
Ella le agradeció y
se fue. Él se olvidó de ella por completo.
Después de almorzar también él
fue a sus habitaciones sin recordar que no tenía llaves
hasta que se paró frente a la puerta.
Pero la puerta estaba sin llave y cuando entró, había una
chica desnuda sobre la cama.
Se sorprendió un poco. Tanto que todo lo que hizo fue
quitarse su ropa y recostarse a su la-
do. Era tan cómodo que pronto se durmió profundamente.
Ella debió haberse dormido
también.
Más tarde se despertaron
al mismo tiempo, muy descansados.
— otro,
una vez me dio
un cenicero
viejo, un pedazo de
porcelana
con
una leyenda, La Vertue
est toute dans Peffort
fraguada en el
material,
bermellón
sobre blanco, una
venera esmaltada •
para
las
cenizas, un depósito adecuado
para una leyenda,
un pensamiento tranquilizador:
La Virtud es sagrada
en el esfuerzo
por ser virtuoso •
Esto
requiere connivencia,
toma formas
complejas, ¡lleva
tiempo!
Una concha •
No nos
obsesionemos con los primos libidinosos
de la
infancia. ¿Por qué
lo haríamos? O
incluso con
algo
tan simple en comparación
como el diente
de león
compuesto
que
cambia de lado
durante la noche • La virtud,
una
máscara: la máscara,
virtuosa •
Mata la oración explícita, ¿no crees? y expande nuestro
significa-
do — con secuencias verbales. Oraciones, pero no oraciones
gramati-
cales: trampas hechas por académicos. ¿Piensas que hay
alguna
virtud en eso? ¿más que dormir? ¿o reanimarnos?
Ella
solía llamarme su
ratón
de campo
ahora
que ella se ha ido pienso
en
ella como en el Cielo
Ella
me hizo creer en
él •
un poco
¿Adónde más
pudo ir ella?
Había
Algo
grandioso
sobre
ella •
No se pone
tanto énfasis en
hombre
y mujer como
en la edad: ambos
quieren
la misma
cosa •
entretenerse.
Imagíname a mí
en su funeral.
Yo sentado
bien
atrás. Estúpido,
quizás pero no
más
que
cualquier funeral.
Podrías
pensar que ella tenía
un pase
privado.
Creo
que lo tenía; algunas
personas,
no muchas,
te hacen
sentir así.
Está
en ellas.
La virtud, ella
diría •
(su versión
de ella)
es una vieja
zorra,
impredecible. Y
así la
recuerdo,
incorporando,
como ella lo
hacía, con torpeza,
no
está acostumbrada a
este tipo de
charla, que —
No hace nada, hace
como solía
¡haz,
haz! La amaba.
Todas las
profesiones, todas las artes,
idiotas, asesinos
de la mayor
carencia y
deformidad, las partes estables
que conforman
la mente de un hombre— vuela
tras él atacando
ojos y oídos:
pequeños pájaros
que siguen a cuervos
depredadores, en
éxtasis • por temor
y audacia
El cerebro es
débil. Falla el dominio,
nunca un hecho.
Para
introducirse a sí mismo,
mantener
unidas a las esposas en una esposa y
al mismo
tiempo diluirla,
a la única
entre todas •
Debilidad,
la debilidad
lo persigue, la realización solo
un sueño o en un
sueño. No hay una mente
que pueda
hacerlo todo, corre mansa
en el esfuerzo:
toute dans l’ effort
El
Presidente canoso
(de Haiti), sus
mujeres e hijos,
al
borde del agua,
transpirando,
comienza al final, luego
de demoras, hurras,
canciones para desfiles
sobre el agua
azul •
en un avión
privado
con su
secretaria rubia.
Dispersos,
la intensidad
del conocimiento
desciende en masa otra vez—
suvenir
de la infancia,
el
cráneo de piedra blanca •
Estaba
Margaret de pechos grandes
y ojos desafiantes
que llevaba
su cabeza, donde
su pequeño cerebro se agitaba,
según la mente
deseaba,
en el mejor de
los casos, ser llevada. Estaba
Lucille, cabello
dorado y ojos azules, muy
recta, que
para el
asombro de muchos, se casó con el
encargado de
una cantina y perdió su modestia.
Estaba la
amorosa Alma, que escribía con mano
firme, cuya
boca nunca anhelaba
alivio. Y la
fría Nancy, con pequeños
pechos firmes •
¿Te acuerdas?
• una frente
alta, nunca
sonreía más que lo
suficiente pero
su boca
ancha era helada,
¡con un placer que estremecía
espalda y
rodillas! cuyas palabras eran
pocas y nunca
demasiadas. Había
otras —
tímidas, las híper entusiastas,
las aburridas,
lástima por ellas, mirando
desde las
sucias ventanas, incompetentes, indiferentes,
llegando
demasiado tarde y algunas, demasiado borrachas
por eso— o por
cualquier cosa— para mantenerse despiertas
y más— resplandecientes
moscas en apuros
atrapadas en
las redes de Su pelo, de quien
no pueden quejarse,
fijadas en
la red
invisible— del campo,
medio
despiertas— todas deseosas. Ni una
que huya, ni
una • una fragancia
de heno
cortado, frente al rapaz,
el “grande” •
El paradero de la
tumba de Peter el Enano era desconocido, has-
ta fines del siglo pasado, cuando en 1885, P. Doremos,
enterra-
dor, mientras sacaba cuerpos del sótano de la vieja
iglesia para
hacer lugar para un nuevo horno, desenterró un pequeño
ataúd y
junto a él una gran caja En el ataúd había un esqueleto
sin cabeza que
supuso era de un niño hasta que abrió la caja grande y
encontró
en su interior un cráneo enorme. Al consultar en los
archivos de entierros
descubrió que Peter el Enano había sido sepultado.
Amarillo,
para genio, dijo el ponja. Amarillo
es tu color. El
sol. Todos miraron.
Y tú, púrpura,
agregó, viento sobre agua.
¡Mi serpiente,
mi río! genia de los campos,
Kra, adorada
mí, no corrompida por la mente,
centinela de palomas,
la que recuerda las
cataratas, ¡apasionada
de gaviotas! Conocedora
de mareas, contadora
de horas, menguantes y
crecientes,
enumeradora de copos de nieve, indagadora
a través del
delgado hielo, cuyos corpúsculos son
pescardos, cuya
bebida, arena •
¡Brindemos por
el bebé,
que crezca!
Brindemos por
el labio
que desgarra
para hacerle lugar
en un mundo
obstinado.
¡Y brindemos
por la cima
desde donde se
lanzó la semilla!
En un valle
profundo entre colinas, casi oculta
por el denso follaje
yacía la pequeña aldea.
Dominada por
las Cataratas la zona alrededor
era una
hermosa tierra salvaje donde la montaña rosada
y el bosque
violeta crecía: un lugar habitado solo
por tramperos
extraviados e indios errantes.
Un grabado en colores
de Paul Sandby, un famoso
acuarelista
del siglo dieciocho,
un curioso
grabado en la Biblioteca Pública
muestra las
viejas Cataratas reestudiadas a partir de un dibujo
hecho por subgobernador
Pownall (excelente trabajo) según las
vio en el año
1700.
La wigwam y el
tomahawk, la tribu Totowa •
a cada
lado del río, granjas que yacen en
la
tranquilidad de esos días coloniales: una vieja y amable
estirpe
holandesa, resistente a permanecer y
a estar sujeta,
aunque no rápidas para superarse.
Ropa hecha a
mano. La gente crio su propia
estirpe. Muebles
toscos, pisos arenados, sillas
con asientos
de mimbre, un estante con vajilla de peltre
de Brittania.
Las esposas hilaban y tejían —muchas cosas
que hoy serían
impresentables o de mal gusto
los estados de
Benson y Doremus fueron durante años
los únicos del
lado norte del río.
Estimado Doc: Desde la última vez que le escribí me he
establecido, y estoy trabajando
en un periódico laborista (N. J. Labor Herald, AFL) en
Newark. El
dueño es un legislador y así tengo la oportunidad de ver
muchas de
las intimidades que rodean la vida política de este
vecin-
dario que para mí siempre ha tenido el atractivo del
resto del paisa-
je, y un poco más, ya que es paisaje vivo y activo.
¿Sabía usted qué del lado oeste de
la municipalidad, hay calle que se
llama la Bolsa por el continuo ir y venir político y banca-
rio que existe allí?
También he estado yendo por las calles y
descubriendo bares—
en especial alrededor de las Mill y River. ¿Conoce esta parte de
Paterson? He visto tantas cosas — negros, gitanos, un cantinero
incoherente en una taberna suspendida sobre el río, llena de gas,
lista para explotar, con la ventana mirando hacia el río sobrepintada
para que la gente no pueda verlo. Me pregunto, más que nada, si
ha visto la calle River, porque está realmente en el centro de lo que
debemos conocer.
Sigo esperando escribirle una
larga carta sobre cosas profundas que
podría mostrarle, y que haré algún día— el aspecto de las calles y la
gente,
eventos ocurridos aquí y allá.
A.G.
• • • • • • • • • •
William Carlos Williams (Rutherford, Estados Unidos, 1883-1963), Paterson, New Directions, New York, 1963
Versión © Silvia Camerotto
Ilustración: A History of Paterson
Book Four
The Run to the Sea
III
Haven't you forgot your virgin
purpose,
the language?
What language? “The past is for
those who
lived in the past," is all she
told me.
Shh! the old man's
asleep
— all but for the tides, there is
no river,
silent now, twists and turns
in his dreams •
The ocean
yawns!
It is almost the hour
—and did you ever know of a sixty
year
woman with child • ?
Listen!
someone's coming up the path, •
perhaps
it is not too late? Too late •
Jonathan, bap. Oct. 29, 1752; m. Gritie (Haring?). He
was born
and brought up at Hoppertown (Hohokus), but in 1779
was run-
ning the grist and saw-mill at Wagaraw, now owned by
the Alyeas.
On the night of April 21, 1779, his wife was aroused
by a noise as
of someone trying to get into the lower part of the
mill, where,
for better security, he kept his horses. “Yawntan,”
said she in
Dutch, "someone is stealing your horses."
Lighting a lantern, he
threw open the upper half -door and challenged the
marauders. In-
stantly a shot was fired through the lower half -door,
wounding him
in the abdomen. He staggered back into the house and
fell upon a
bed; covering himself up in the blankets. A party of
Tories, masked
and disguised, rushed in, and, compelling his young
wife to hold
a candle, they savagely attacked the prostrate form.
Once he seized
one of the bayonettes and holding it for a moment,
cried at his as-
sailant. “Andries, this is an old grudge." With redoubled
fury the
inhuman savages bayonetted him, until with a groan he
expired.
His two infant children who were wont to sleep in a
trundle bed
beneath his, were horrified spectators of their
father's massacre.
After the murderers were gone, his wife and a neighbor
took the
blood out of the bed in double handfuls. The murdered
man had
received nineteen or twenty cruel bayonette thrusts.
It was believed
that some neighbor had led the Tories to attack, less
from politi-
cal or pecuniary considerations than from motives of
private re-
venge. Hopper was a captain in the Bergen County
militia. One of
his children was Albert, bap. Oct. 6, 1776. It is said
that Jonathan's
children removed to Cincinnati, and there attained
some promi-
nence.
Come on, get going. The
tide's in
Leise,
leise! Lentement! Che va
piano,
va lontano! Virtue,
my kitten, is a complex reward in
all
languages, achieved slowly.
• which reminds me of
an old friend, now gone •
—while he was
still
in the hotel business, a tall and rather beautiful
young woman came
to his desk one day to ask if there were any
interesting books to
be had on the premises. He, being interested in
literature, as she
knew, replied that his own apartment was full of them
and that,
though he couldn't leave at the moment — Here's my
key, go up
and help yourself.
She
thanked him and
went off. He forgot all about her.
After
lunch he too
went to his rooms not remembering until he was at the
door that
he had no key. But the door was unlatched and as he
entered, a
girl was lying naked on the bed. It startled him a
little. So much
so that all he could do was to remove his own clothes
and lie be-
side her. Quite comfortable, he soon fell into a heavy
sleep. She
also must have slept.
They
wakened later,
Simultaneously, much refresehed.
— another, once gave me
an old ash-tray, a bit of
porcelain inscribed
with the legend, La Vertue
est
toute dans Peffort
baked into the material,
maroon on white, a
glazed
Venerian scallop •
for
ashes, fit repository
for legend, a quieting thought:
Virtue is
wholly
in the effort to be virtuous •
This takes connivance,
takes convoluted forms, takes
time! A sea-shell •
Let's not dwell on
childhood's
lecherous cousins. Why
should we? Or even on
as comparatively simple
a thing as the composite
dandelion that
changes its face overnight • Virtue,
a mask: the mask,
virtuous •
Kill the explicit sentence, don't you think? and
expand our mean-
ing — by verbal sequences. Sentences, but not
grammatical sen-
tences: dead-falls set by schoolmen. Do you think
there is any
virtue in that? better than sleep? to revive us?
She used to call me her
country bumpkin
Now she is gone I think
of her as in Heaven
She made me believe in
it •
a little
Where else could she go?
There was
Something grandiose
about her •
Man and woman are not
much emphasized as
such at that age: both
want the same
thing •
to be amused.
Imagine me
at her funeral. I sat
way back. Stupid,
perhaps but no more so
than any funeral.
You might think she had
a private ticket.
I think she did; some
people, not many,
make you feel that way.
It's in them.
Virtue, she would say •
(her version of it)
is a stout old bird,
unpredictable. And
so I remember her,
adding,
as she did, clumsily,
not being used to
such talk, that —
Nothing does,
does
as it used to do
do do! I loved her.
All the professions, all the arts,
idiots, criminals to the greatest
lack and deformity, the stable
parts
making up a man's mind — fly
after him attacking ears and eyes:
small birds following marauding
crows, in ecstasies • of fear
and daring
The brain is weak. It fails
mastery,
never a fact.
To bring himself in,
hold together wives in one wife and
at the same time scatter it,
the one in all of them •
Weakness,
weakness dogs him, fulfillment only
a dream or in a dream. No one mind
can do it all, runs smooth
in the effort: toute dans l’ effort
The greyhaired President
(of Haiti), his women and children,
at the water's edge,
sweating, leads off finally, after
delays, huzzahs, songs for pageant
reasons
over the blue water •
in a private plane
with his blonde
secretary.
Scattered, the
fierceness
of knowledge comes flocking down
again—
souvenir of childhood,
the skull of the white
stone •
There was Margaret of
the big breasts
and daring eyes who carried
her head, where her small brain
rattled,
as the mind might wish,
at the best, to be carried. There
was
Lucille, gold hair and blue eyes,
very
straight, who
to the amazement of many, married a
saloon keeper and lost her modesty.
There was loving Alma, who wrote a
steady
hand, whose mouth never wished for
relief. And the cold Nancy, with
small
firm breasts •
You remember?
• a high
forehead, she who never smiled more
than was sufficient but whose broad
mouth was icy with pleasure
startling
the back and knees! whose words
were
few and never wasted. There were
others — half hearted, the
over-eager,
the dull, pity for all of them,
staring
out of dirty windows, hopeless,
indifferent,
come too late and a few, too drunk
with it — or anything — to be awake
to
and more — shining, struggling
flies
caught in the meshes of Her hair,
of whom
there can be no complaint, fast in
the invisible net — from the back
country,
half awakened — all desiring. Not
one
to escape, not one •
a fragrance
of mown hay, facing the rapacious,
the “great” •
The whereabouts of Peter the Dwarfs grave was unknown
un-
til the end of the last century, when, in 1885, P.
Doremus, under-
taker, was moving bodies from the cellar of the old
church to
make room for a new furnace, he disinterred a small
coffin and
beside it a large box. In the coffin was the headless
skeleton of what
he took to be a child until he opened the large box
and found
therein an enormous skull. In referring to the burial
records it was
learned that Peter the Dwarf had been so buried.
Yellow, for genius, the
Jap said. Yellow
is your color. The sun. Everybody
looked.
And you, purple, he added, wind
over water.
My serpent, my river! genius of the
fields,
Kra, my adored one, unspoiled by
the mind,
observer of pigeons, rememberer of
cataracts, voluptuary of gulls!
Knower
of tides, counter of hours, wanings
and
waxings, enumerator of snowflakes,
starer
through thin ice, whose corpuscles
are
minnows, whose drink, sand •
Here's to the baby,
may it thrive!
Here's to the labia
that rive
to give, it place
in a stubborn world.
And here's to the peak
from which the seed was hurled!
In a deep-set valley between hills,
almost hid
by dense foliage lay the little
village.
Dominated by the Falls the
surrounding country
was a beautiful wilderness where
mountain pink
and wood violet throve: a place inhabited only
by straggling trappers and
wandering Indians.
A print in colors by Paul Sandby, a
well known
water color artist of the
eighteenth century,
a rare print in the Public Library
shows the old Falls restudied from
a drawing
made by Lieut. Gov. Pownall
(excellent work) as he
saw it in the year 1700.
The wigwam and the tomahawk, the
Totowa tribe •
On either side lay the river-farms
resting in
the quiet of those colonial days: a
hearty old
Dutch stock, with a toughness to
stick and
hold fast, although not fast in
making improvements.
Clothing homespun. The people raised their own
stock. Rude furniture, sanded
floors, rush
bottomed chair, a pewter shelf of
Brittania
ware. The wives spun and wove —many
things
that might appear disgraceful or
distasteful today
The Benson and Doremus estates for
years were
the only ones on the north side of
the river.
Dear Doc: Since I last wrote I have settled down more,
am working
on a Labor newspaper (N. J. Labor Herald, AFL) in
Newark. The
owner is an Assemblyman and so I have a chance to see
many of
the peripheral intimacies of political life which in
this neighbor-
hood has always had for me the appeal of the rest of
the land-
scape, and a little more, since it is the landscape
alive and busy.
Do you know that
the west side of City Hall, the street, is
nicknamed the Bourse, because of the continual
political and bank-
ing haggle and hassel that goes on there?
Also I have been walking the streets and discovering
the bars —
especially around the great Mill and River streets. Do
you know
this part of Paterson? I have seen so many things —
negroes, gypsies,
an incoherent bartender in a taproom overhanging the
river, filled
with gas, ready to explode, the window facing the
river painted
over so that the people can't see it. I wonder if you
have seen
River Street most of all, because that is really at
the heart of what
is to be known.
I keep
wanting to write you a long letter about deep things I
can show you, and will some day — the look of streets
and people,
events that have happened here and there.
A.G.
• • • • • • • • • •
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