[Canción]
¿Adónde se irán volando por esos cielos,
brasitas negras que lustra la oscuridad?
Detrás de su vuelo errante mis ojos gozan
la inmensidad.
Veleros de la tormenta se van las nubes,
en surcos de luz dorada se pone el sol
y, como sílabas negras, las golondrinas
dicen adiós.
Vuela, vuela, vuela, golondrina,
vuelve del más allá.
Vuelve desde el fondo de la vida
sobre la luz, cruzando el mar.
Un cielo de barriletes muestra la tarde,
el viento en las arboledas cantando va
y desandando los días mi pensamiento,
también se va.
Cuando se acorten los días junto a mi sombra
y en mi alma caiga sangrando el atardecer,
yo levantaré los ojos pidiendo al cielo
volverte a ver.
c.1962
Jaime Dávalos (Salta, Argentina, 1921-1981)
Nota del Administrador
La letra de esta canción fue trascrita aquí escuchando la propia interpretación del autor, con la música y el acompañamiento de Eduardo Falú. No dispongo de más datos sobre la grabación. Las primeras y principales diferencias con las letras que se suelen publicar en Internet están en la primera estrofa. Dávalos menciona a las golondrinas en plural. El segundo verso suele trascribirse como "brasita negra que lustra la claridad", mientras que Dávalos canta: "brasitas negras que lustra la oscuridad". Esto es, la golondrinas son lustradas por la oscuridad (tienen el lustre de la oscuridad), no "lustran la claridad", figura que a mi juicio carece de sentido. Comentario, quizá, del poema popular de Gustavo Adolfo Bécquer, la canción solicita el regreso de la eternidad que el vuelo de las golondrinas sugiere, mientras que el poeta sevillano postula que el momento eterno no se repite, pues las golondrinas que vuelven no son las mismas. Bécquer parece sin embargo dueño de los momentos irrepetibles (la llegada de las golondrinas, el florecer de las madreselvas) y finalmente se lo enrostra a la amada perdida: "Pero mudo y absorto y de rodillas/ como se adora a Dios ante su altar,/ como yo te he querido... desengáñate,/ ¡así... no te querrán!", mientras que Dávalos espera ver esas "silabas negras" cuando lo alcance la sombra. Es mejor poema el del salteño, y más inmediatamente reclutador de emociones, por su soberbia, el del sevillano.
Adjunto I
Cuenta Jaime Dávalos acerca de esta canción: "En el patio de casa aparecían de pronto con los primeros calores, un día, llenando con sus chirridos de alborozo aquel ámbito de nuestros juegos donde el Tata estaba casi siempre sentado en su sillón de mimbre leyendo. Las campanas de San Alfonso contribuían entonces a insuflarle encantamiento a la visita de las golondrinas en aquellos cielos donde grandes nubarrones anunciaban la próxima estación de las lluvias. Los días eran largos y se demoraban en la agonía de la tarde. Lo recuerdo. Una tarde así en la que salía de la convalecencia de una larga gripe, ¡vi tan nítido el aire! Me subí al techo y de espaldas sobre las chapas de zinc aún tibias, miré hacia arriba tratando de abarcar la vasta redondez comba del cielo de una sola mirada, sin pestañear; quería ver todas las golondrinas de una vez, sin necesidad de seguirlas una por una en el vuelo loco con que garabateaban el azul hondo, tiritante de la luz.
"En el horizonte cenizo del arrabal a ras de los techos, los barriletes subían como fantasmales rayas coleando, nadando hacia las primeras estrellas pálidas, y el viento hacia saludar gravemente a los árboles. No sé cuanto tiempo permanecí echado así, pero me despertaron de aquella fiesta de la contemplación los maullidos de aquellos gatos que ya sentían también, como las golondrinas y yo, el advenimiento de la primavera.
"Cuando Eduardo (Falú) me hizo oír la música de lo que después sería 'Las golondrinas', voló mi pensamiento tiempo atrás y desandando los días recuperó el alborozo triste de aquellas tardes de la infancia; los conmovidos versos de Gustavo Adolfo Bécquer; algo que me dictaba Leopoldo Lugones; y la vida, esa que siempre se nutre de la literatura sin temor de canjear entre ambas, de plagiarse o imitarse porque las dos son autoras de un sueño en el que devenimos polvo. La música, repito, con su fuerza evocadora citó en mí las palabras donde la experiencia sensible de los días lejanos quedó apenas atrapada, tan apenas como en la red de vuelos de las golondrinas en el ancho cielo del asombro" (Jaime Dávalos,
Yo soy quién pinta las uvas, 1980).
Folklore del Norte
POEMA DE LAS GOLONDRINAS (Jaime Dávalos)
Amo las golondrinas
porque son como mi alma
fugaces visitantes de lo desconocido.
Aparecen de pronto,
cuando la primavera en el aire
decide la derrota del frío.
Me traen de los cielos remotos de la tierra
la nostalgia despacio
y el ansía de infinito
con que mi sangre
viene venciéndola a la muerte
y afirmando la vida
a través de los siglos.
Las veo,
entre celajes de nubes ampulosas
que copia en el espejo de las aguas el río,
festejar la tormenta que presienten
volando al ras del agua
ebrias de librar su instinto.
Porque son como flechas del arco iris
jugando en el azul abierto
su secreto destino.
Yo creo,
que a mi vienen
desde el fondo del tiempo
para que no me olvide
de mi origen divino.
Adjunto II
[RIMA LIII
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán! - Gustavo Adolfo Bécquer]