"En este cuarto vivió Mr. Bleaney
durante mucho tiempo,
después lo trasladaron".
Cortinas estampadas y descoloridas
más largas que la línea del alféizar.
La única ventana da a un basural.
"Mr. Bleaney se ocupaba personalmente
del jardincito".
Cama, silla recta, bombita de 60 W
nada de perchas detrás de la puerta
ni lugar para bolsas o libros.
"La alquilo", digo, y resulta
que me tumbo en la que fue su cama,
apago los cigarrillos en su cenicero
y me tapono con algodones para evitar
el estruendo del televisor que se hizo comprar.
Sé sus horarios precisos, que prefería las salsas
al jugo, y que salía muy poco.
Siempre lo mismo: verano en lo de los Frinton
y navidad en lo de su hermana, en Stoke.
Ahora, si se quedaba inmóvil frente al viento
gélido que desgarraba las nubes, o si metido
en su camita pensaba que eso era el hogar,
sin dejar de temblar, aterrorizado con la idea
de que somos lo que vivimos y cómo vivimos,
y que a esa altura de su vida alquilar un cuarto
era todo lo que merecía, bueno, nunca lo sabré.
Philip Larkin (Coventry, Inglaterra, 1922- Hull, Inglaterra, 1985), Las bodas de Pentecostés y otros poemas, traducción de Santiago Espel, La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2014
---
Foto: The New Yorker/Rogers/Camera Press/Redux
durante mucho tiempo,
después lo trasladaron".
Cortinas estampadas y descoloridas
más largas que la línea del alféizar.
La única ventana da a un basural.
"Mr. Bleaney se ocupaba personalmente
del jardincito".
Cama, silla recta, bombita de 60 W
nada de perchas detrás de la puerta
ni lugar para bolsas o libros.
"La alquilo", digo, y resulta
que me tumbo en la que fue su cama,
apago los cigarrillos en su cenicero
y me tapono con algodones para evitar
el estruendo del televisor que se hizo comprar.
Sé sus horarios precisos, que prefería las salsas
al jugo, y que salía muy poco.
Siempre lo mismo: verano en lo de los Frinton
y navidad en lo de su hermana, en Stoke.
Ahora, si se quedaba inmóvil frente al viento
gélido que desgarraba las nubes, o si metido
en su camita pensaba que eso era el hogar,
sin dejar de temblar, aterrorizado con la idea
de que somos lo que vivimos y cómo vivimos,
y que a esa altura de su vida alquilar un cuarto
era todo lo que merecía, bueno, nunca lo sabré.
Philip Larkin (Coventry, Inglaterra, 1922- Hull, Inglaterra, 1985), Las bodas de Pentecostés y otros poemas, traducción de Santiago Espel, La Carta de Oliver, Buenos Aires, 2014
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Foto: The New Yorker/Rogers/Camera Press/Redux
Poor mr. B!
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