Con la hiedra que tapa las murallas
de la ciudad gobernada por bárbaros atilas,
se tejen los cedazos y bozales del pueblo,
y también las coronas mugrosas
que distinguen la jerarquía de los mercaderes de ultramar.
Como un ruido de gárgaras que empujan
las últimas piedras de su vida,
el anciano jefe habla a su reducida parentela
de sobrinos y edecanes.
Ordena sobre la mesa de cebar
el mundo y sus caminos.
Afuera las frituras levantan sus harinas.
al calor cenagoso en el polvo viajante.
Los mercados se asfixian y entristecen
en la pulpa deprimida de sus ramos.
Las azoteas se desintegran ruidosas
como decrépitas serpientes.
Mujeres taconean en las puertas
por algunas monedas miserables.
Muchos corretean las aceras
huyendo de una geografía y una sombra.
Hay olor a fogonazos y cenizas
enredado en los árboles del parque.
Las gentes hablan un idioma temible.
El acero y la ráfaga dibujan los mapas
y acuñan las letras de un nuevo silabario.
Gustavalo Valle (Caracas, 1967), Ciudad imaginaria, Monte Avila, Caracas, 2006
de la ciudad gobernada por bárbaros atilas,
se tejen los cedazos y bozales del pueblo,
y también las coronas mugrosas
que distinguen la jerarquía de los mercaderes de ultramar.
Como un ruido de gárgaras que empujan
las últimas piedras de su vida,
el anciano jefe habla a su reducida parentela
de sobrinos y edecanes.
Ordena sobre la mesa de cebar
el mundo y sus caminos.
Afuera las frituras levantan sus harinas.
al calor cenagoso en el polvo viajante.
Los mercados se asfixian y entristecen
en la pulpa deprimida de sus ramos.
Las azoteas se desintegran ruidosas
como decrépitas serpientes.
Mujeres taconean en las puertas
por algunas monedas miserables.
Muchos corretean las aceras
huyendo de una geografía y una sombra.
Hay olor a fogonazos y cenizas
enredado en los árboles del parque.
Las gentes hablan un idioma temible.
El acero y la ráfaga dibujan los mapas
y acuñan las letras de un nuevo silabario.
Gustavalo Valle (Caracas, 1967), Ciudad imaginaria, Monte Avila, Caracas, 2006
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