(Al salir de Istria).
Como de las ventanas de los trenes que salían de Zágreb
en las madrugadas eslavas, que salían de Búdapest
en las noches melancólicas magiares,
como en las formaciones que partían
en las mañanas heladas de la estación de Trieste
de las cuevas de hierro de Údine o Milán,
ahora yo ya no veo
nada de ciudad desde los rieles:
solo unas tapias marrones, unos ranchos
que se fugan por el borde de la vía;
muros sin revocar,
obras en construcción, ladrillos,
montículos de arena, sacos
de cal, cemento;
óxido, carteles, autos
volcados por los que asoma el pasto
que crece entre los hierros;
una retama que se dobla con el viento,
un tallo que persiste en un paisaje
de Marte, en un desierto.
Porque están todos muertos
yo me visto de negro.
O tal vez sean ellos, mis difuntos,
los que dejan por las noches
en mis cestos
su ropa oscura.
Diego Bentivegna ((Munro, Argentina, 1973), La pura luz, Cabiria, Buenos Aires, 2015
Foto: Diego Bentivegna en FB
Como de las ventanas de los trenes que salían de Zágreb
en las madrugadas eslavas, que salían de Búdapest
en las noches melancólicas magiares,
como en las formaciones que partían
en las mañanas heladas de la estación de Trieste
de las cuevas de hierro de Údine o Milán,
ahora yo ya no veo
nada de ciudad desde los rieles:
solo unas tapias marrones, unos ranchos
que se fugan por el borde de la vía;
muros sin revocar,
obras en construcción, ladrillos,
montículos de arena, sacos
de cal, cemento;
óxido, carteles, autos
volcados por los que asoma el pasto
que crece entre los hierros;
una retama que se dobla con el viento,
un tallo que persiste en un paisaje
de Marte, en un desierto.
Porque están todos muertos
yo me visto de negro.
O tal vez sean ellos, mis difuntos,
los que dejan por las noches
en mis cestos
su ropa oscura.
Diego Bentivegna ((Munro, Argentina, 1973), La pura luz, Cabiria, Buenos Aires, 2015
Foto: Diego Bentivegna en FB
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