En la árida tierra está la mitad, sólo la mitad de nuestro cuerpo;
los ojos, todo el rostro, reciben la luz desde la altura.
Los brazos quieren siempre retener esa cabeza que huye;
Y se esfuerzan, y rodean los cabellos flotando en los perfumes
Del oscuro río que por encima lentamente pasa.
Pero nada, ni los brazos más fuertes, ni las raíces más hondas
Logran impedir el vuelo. Y cuando unos dedos tañen la cítara invisible,
Un torso entero se abandona a la corriente,
Todo su cuerpo se interna hacia lo alto.
Y nadie, más tarde, encuentra el rastro de su paso por el suelo,
Nadie descubre la leve ceniza de su voz, que ha existido entre las otras.
Eduardo Jonquières (Buenos Aires, 1918-París, Francia, 2000), Alfredo Veiravé, Los poetas del 40, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968
Envío de Jonio González
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