Nobilísimos hieráticos
gracias por el silencio,
la privación, la santa
gnosis de la distancia,
el ayuno de los ojos, el veto de los velos,
la negra cuerdita que anuda a los cielos
con ciento cincuenta veces siete de nudos de seda
cada temblor del pulso,
el augusto canon del amor inconmovible,
la danza divina de la reserva:
incendio imperial que enciende
como en Teófano el griego y en Andrés Diácono,
los miles Tabor de oro de vuestras cúpulas,
abre ojos en el corazón de las azulísimas explanadas,
reviste los torreones de Sangre…
Que la proximidad extingue
como lluvia de cenizas.
Cristina Campo, seudónimo de Vittoria Guerrini (Bolonia, Italia, 1923-Roma 1977). Este poema fue publicado en Conoscenza Religiosa, I, 1977, p.97, dirigida por Elémire Zolla, pocos días antes de la muerte de la autora
Versión de Ángel Faretta
Nota del traductor:
Quien firmara Cristina Campo fue una escritora italiana, muy religiosa, confinada en buen parte de su vida por una enfermedad; que tradujera a Simone Weil al italiano y que diera a conocer su obra. Se relacionó con el pensador también más que confidencial y esquivo, Andrea Emo, con quien mantuvo una extensa correspondencia. Férrea opositora a las modificaciones cultuales introducidas por el así llamado “concilio vaticano segundo”, y compañera vital e intelectual de Elémire Zolla en sus últimos años se inclinó, como en este poema, por la liturgia bizantina como más fiel al ritual católico.
Desde hace unos años se ha vuelto “escritora de culto”; pero ella no tiene la culpa. Su compañero Elémire Zolla ha dicho (2002) que en vida, y tras los años del ‘68 en adelante, nadie le tocaba el timbre, y que tras su muerte fue silenciada por toda la prensa llamada “cultural”. Una excepción, Roberto Calasso que escribiera su necrológica para el Corriere della Sera.
Nobilissimi ierei,
grazie per il silenzio,
l'astensione, la santa
gnosi della distanza,
il digiuno degli occhi, il veto dei veli,
la nera cordicella che annoda ai cieli
con centocinquanta volte sette nodi di seta
ogni tremito del polso,
l’augusto cànone dell’amore incommosso,
la danza divina del riserbo:
incendio imperiale che accende
come in Teofano il Greco e in Andrea Diacono,
di mille Tabor l’oro delle vostre cupole,
apre occhi del cuore negli azzurrissimi spalti,
riveste i torrioni di Sangue...
Che prossimità spegne
come pioggia di cenere.
Ref.:
La nuez de oro, Selecciones de Amadeo Mandarino, 2006
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