viernes, diciembre 20, 2013

Salvatore Quasimodo / Diálogo




















"Ateantu commotae Erebi de sedibus imis
umbrae ibant tenues simulacraque luce carentum."
Estamos sucios de guerra, Orfeo bulle
de insectos, horadado por los piojos,
y tú estás muerta. El invierno, aquel peso
de hielo, el agua, el aire de la tempestad
fueron contigo y el trueno de eco en eco
en las noches de tierra. Y ahora sé
que te debía un más hondo consentimiento,
pero nuestro tiempo ha sido furia y sangre;
otros se hundían ya en el barro,
tenían las manos, los ojos deshechos,
aullaban misericordia y amor.
Mas, como siempre, es tarde para amar,
perdóname pues. Ahora grito yo también
tu nombre en esta hora meridiana,
lenta de alas, de cuerdas de cigarras,
tensas bajo la corteza de los cipreses.
Ya no sabemos dónde están tus orillas;
había un camino marcado por los poetas,
junto a fuentes que humean desde precipicios
sobre el altiplano. Pero en aquel lugar yo vi,
de muchacho, arbustos de varas violetas,
perros pastores y pájaros de aire tenebroso
y caballos, misteriosos animales
que tras el hombre van con la cabeza en alto.
Los vivos perdieron para siempre
la senda de los muertos y están solos.

Este silencio es ahora más tremendo
que el que divide tu ribera.
"Sombras venían ligeras." Y aquí
el Olona corre tranquilo, y ni un árbol
se mueve en su pozo de raíces,
¿O no eras Eurídice? ¡No eras Eurídice!
Eurídice está viva. ¡Eurídice! ¡Eurídice!

Y tú, sucio de guerra aún, Orfeo,
como tu caballo, sin el látigo,
alza la cabeza; no tiembla ya la tierra,
aúlla de amor, vence si quieres al mundo.

Salvatore Quasimodo (Módica, 1901-Amalfi, 1968), revista Sur, N° 225, Buenos Aires, noviembre y diciembre de 1953
Versión de Alberto Girri y Carlos Viola Soto


Dialogo

"Ateantu commotae Erebi de sedibus imis
umbrae ibant tenues simulacraque luce carentum."
Siamo sporchi di guerra e Orfeo brulica
d'insetti, è bucato dai pidocchi,
e tu sei morta. L'inverno, quel peso
di ghiaccio, l'acqua, l'aria di tempesta,
furono con te, e il tuono di eco in eco
nelle tue notti di terra. Ed ora so
che ti dovevo più forte consenso,
ma il nostro tempo è stato furia e sangue:
altri già affondavano nel fango,
avevano le mani, gli occhi disfatti,
urlavano misericordia e amore.
Ma come è sempre tardi per amare;
perdonami, dunque. Ora grido anch'io
il tuo nome in quest'ora meridiana
pigra d'ali, di corde di cicale
tese dentro le scorze dei cipressi.
Più non sappiamo dov'è la tua sponda;
c'era un varco segnato dai poeti,
presso fonti che fumano da frane
sull'altipiano. Ma in quel luogo io vidi
da ragazzo arbusti di bacche viola,
cani da gregge e uccelli d'aria cupa
e cavalli misteriosi animali
che vanno dietro l'uomo a testa alta.
I vivi hanno perduto per sempre
la strada dei morti e stanno in disparte.

Questo silenzio è ora più tremendo
di quello che divide la tua riva.
"Ombre venivano leggere." E qui
l'Olona scorre tranquillo, non albero
si muove dal suo pozzo di radici.
O non eri Euridice? Non eri Euridice!
Euridice è viva. Euridice! Euridice!

E tu sporco ancora di guerra, Orfeo,
come il tuo cavallo, senza la sferza,
alza il capo, non trema più la terra:
urla d'amore, vinci, se vuoi, il mondo.
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