jueves, diciembre 05, 2013

Leonardo Sinisgalli / Lucania




















Al peregrino que se asoma a sus pasos de montaña
o a quien desciende por el desfiladero de Alburni
o a quien hace el camino de las ovejas por las cuestas de la Serra,
al milano que rompe el filo del horizonte
con un reptil entre las garras, al emigrante, al soldado,
a quien regresa de los santuarios o del exilio, al que duerme
en los rediles, al pastor, al aparcero, al mercader,
la Lucania abre sus páramos,
sus valles donde los ríos corren lentos
como ríos de polvo.

El espíritu del silencio está en todas partes
en mi dolorosa provincia. Desde Elea a Metaponto,
sofístico, de oro, problemático y penetrante,
devora el óleo de las iglesias, se pone el capote
en las casas, se hace monje en las grutas, crece
con la hierba en los umbrales de los viejos pueblos derruidos.

El sol sesgado sobre las plantas de laurel, el buen sol
con sus grandes cuernos, el fragante paladar,
el sol ávido de chicos, ¡ahí va, por las plazas!
Tiene el andar cansino del buey, y sobre la hierba
sobre los adoquines deja grandes lamparones llenos de larvas.

Tierra de madres gruesas, de padres oscuros
y lustrosos como esqueletos, llena de gallos
y de perros, de bosques y de caleras, tierra
magra donde el grano crece penosamente
carosella,* maíz, granofino)
y el vino no es llamativo
(menta del Agri, albahaca del Basento)
y la aceituna tiene el gusto del olvido,
el sabor del llanto.

En un aire volcánico, fuertemente inflamable,
los árboles respiran con un latido inusitado;
las encinas engrosan sus troncos con la sustancia del cielo.
Montones de escombros quedan intactos durante siglos:
nadie mueve una piedra para no horrorizarse.
Debajo de cada piedra, digo, tiene el infierno su ombligo.
Sólo un muchacho puede asomarse a los bordes
del abismo para recoger el néctar
entre los matorrales hirvientes de mosquitos y tarántulas.

Yo regresaré vivo a tus lluvias rojas.
Volveré sin culpas a batir el tambor,
a atar el mulo a la puerta,
a recoger caracoles en los huertos.
¿Oiré humear el rastrojo, la maleza,
las zanjas, oiré al mirlo cantar
bajo las camas, oiré a la gata
cantar sobre los sepulcros?

Leonardo Sinisgalli (Montemurro, Lucania, 1908-Roma, 1981), I nuovi Campi Elisi, Mondadori, Milán, 1947
Versión de Jorge Aulicino

* Carosella:variedad de trigo casi salvaje que se conoce desde la época del Imperio. No se ha determinado si deriva de "caruso" (en Sicilia, niño rapado) por su característica espiga pelada, o del término botánico cariosside (cariópside). Esto último se nos ocurre menos probable (N. del T.)

Foto: Hacca

Lucania

Al pellegrino che s’affaccia ai suoi valichi,
a chi scende per la stretta degli Alburni
o fa il cammino delle pecore lungo le coste della Serra,
al nibbio che rompe il filo dell’orizzonte
con un rettile negli artigli, all’emigrante, al soldato,
a chi torna dai santuari o dall’esilio,  a chi dorme
negli ovili, al pastore, al mezzadro, al mercante
la Lucania apre le sue lande,
le sue valli dove i fiumi scorrono lenti 
come fiumi di polvere.

Lo spirito del silenzio sta nei luoghi
della mia dolorosa provincia. Da Elea a Metaponto,
sofistico e d’oro, problematico e sottile,
divora l’olio nelle chiese, mette il cappuccio
nelle case, fa il monaco nelle grotte, cresce
con l’erba alle soglie dei vecchi paesi franati.

Il sole sbieco sui lauri, il sole buono
con le grandi corna, l’odoroso palato,
il sole avido di bambini, eccolo per le piazze!
Ha il passo pigro del bue, e sull’erba
sulle selci lascia le grandi chiazze zeppe di larve.

Terra di mamme grasse, di padri scuri
e lustri come scheletri, piena di galli
e di cani, di boschi e di calcare, terra
magra dove il grano cresce a stento
(carosella, granturco, granofino)
e il vino non è squillante
(menta dell’Agri, basilico del Basento)
e l’uliva ha il gusto dell’oblio,
il sapore del pianto.

In un’aria vulcanica, fortemente accensibile,
gli alberi respirano con un palpito inconsueto;
le querce ingrossano i ceppi con la sostanza del cielo.
Cumuli di macerie restano intatte per secoli:
nessuno rivolta una pietra per non inorridire.
Sotto ogni pietra, dico, ha l’inferno il suo ombelico.
Solo un ragazzo può sporgersi agli orli
dell’abisso per cogliere il nettare
tra i cespi brulicanti di zanzare e di tarantole.

Io tornerò vivo sotto le tue piogge rosse,
tornerò senza colpe a battere il tamburo,
a legare il mulo alla porta,
a raccogliere lumache negli orti.
Udrò fumare le stoppie, le sterpaie,
le fosse, udrò il merlo cantare
sotto i letti, udrò la gatta
cantare sui sepolcri?

Este poema fue reproducido en Poesie

2 comentarios:

  1. Poema que conserva un nombre ancestral unido al no menos antiguo espíritu de una tierra.
    Tierra a la que le cambiaron el nombre probablemente queriendo ocultar su espíritu, ahora ya preservado por siempre en este poema.

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  2. Alicia Silva Rey05 diciembre, 2013 08:49

    Ah. DIVINO. Gracias.

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