Gabriel Reches
(Buenos Aires, 1968)
Lavadero, de Gerardo Deniz
Querido Jorge: Voy a tratar de ser honesto en la justificación de lo que elegí. Lo primero que vino a mi mente después de tu invitación, fueron tres frases, de tres poemas distintos, de tres poetas distintos.
Frases que desde el día en que las leí, me acompañaron en distintas escenas de la vida cotidiana. No podría asegurar que afectaron mi escritura, ni siquiera que fueron trascendentales en mi experiencia como lector.
Pero sí intervinieron en mi percepción del mundo, desde el momento en que las abduje de sus poemas de origen hasta la actualidad. Y supongo que seguirán haciéndolo en el futuro.
La primer frase es “el atril hubiera querido aniquilarse”, de "Persona pálida", de Louis Aragon.
La conocí de manos de Aldo Pellegrini en su ya célebre antología de la poesía surrealista, cuando todavía no era mayor de edad.
Me pareció siempre una frase incómoda. Quizá por la extrema carga subjetiva de la cosa frente al sujeto, pero en estado de total derrota o de derrota tal, que te lleva a suponer el lugar irónico de quien enuncia y a la vez, delata el uso de los artificios. El tiempo verbal (hubiera querido) es lo que la distingue.
Una pena que la totalidad del poema no me guste. Y una pena mayor que en otras traducciones se hable de una persona que “con el atril hubiera querido aniquilarse”.
Quien sabe, quizá es Pellegrini quien me cautivara más que Aragon.
Sea como fuere, muchas veces en estos últimos veinte años, frente a una escena de patetismo inofensivo, me encontré pronunciando la frase para mí.
Frente a otras situaciones, de cierto regodeo autorreferencial, estuve a punto de escribir frente al espejo “la contractilidad es una virtud”, del hermoso poema que Marianne Moore le escribió a un caracol. Pensé que era demasiado conocido como para incluirlo aquí en su totalidad.
Por último, la tercera exclusión, es la de los tres últimos versos del poema "Vigilia", de Ungaretti, del libro La alegría: No me he sentido nunca/ tan/ aferrado a la vida, pronunciada luego de una noche despierto sosteniendo los restos de su compañero de batalla masacrado.
A diferencia de "Persona pálida", todo este poema me resulta hermoso. La frase -que rápidamente se volvió “nunca me sentí tan aferrado a la vida”- aún hoy sigue funcionando como un filtro, un tamizador para percibir o reflexionar (una reflexión abreviada, chatarra) en determinadas situaciones; y hasta alguna vez escribí un poema sobre el modo en que mis acciones más banales debían convivir con los residuos de de esa afirmación poética.
El hecho de que Ungaretti haya sido citado al menos dos veces en tu blog, lo deja afuera.
Explicadas las tres exclusiones, elijo a Gerardo Deniz y su poema “Lavadero”, del libro Mundonuevos.
Gana como ganó Reutemann, luego de que otros competidores abandonaran.
Deniz llegó a mis manos hace unos veinte años, a través de un muy querido librero y también poeta, a quien no veo hace mucho, Daniel Schiavi.
Fue en el 92 -mientras Irene Gruss trataba de apaciguar con beatniks y otros yankees mi registro más infantil emparentado con los malditos- que Dani en Gandhi le dio un libro chiquito y gris a mi mujer y le dijo: tiene que leer esto. Creo que fue uno de los regalos que recibí para mi cumpleaños número veinticinco.
Tenía razón. Deniz me divirtió y liberó, con su bufoneo de Rimbaud en el poema “Artocarpa” y con su manera de introducir el humor como desafío conceptual.
Me inquietó su cosmogonía omnipensante de la que puedo asirme nunca del todo, el modo dislocado y a la vez tan orgánico en que ésta se hacía carne en estructuras semánticas y gramaticales; nunca en un desafío formal acrobático, sino más bien, en la yuxtaposición de un orden y un desorden estructural, vital.
La búsqueda de sentido, donde el lenguaje convencional no es tan rendidor como sus posibles fisuras, aquella necesidad comunicativa para la que no son tan útiles las leyes de funcionamiento, sino los bordes y transgresiones. Podría alegarse que esta última afirmación corresponde a la definición genérica de aquello que entenderíamos como poesía.
Podría alegar entonces que Deniz por momentos, es poesía en el sentido más tajante, en estado puro y ya irreductible.
El paralelismo entre el ruido de la espuma de un lavarropas y el murmullo de una masa de militantes derrotados por la propia reflexión es solo muestra de un autor capaz unir sus elucubraciones y la experiencia, como si después de la poesía, todo lo posible formara parte de un nuevo sistema de leyes naturales.
Deniz me transmitió la ilusión de una escritura que acerque un poco los mundos de la percepción con los del pensamiento elaborado y fundamentalmente, la idea de que cada tanto, hoy todavía, te encontrás con tipos que escriben como nadie antes.
Lavadero
El ruido de la espuma que se deshace,
ampliado cuatroscientasmil veces,
se parecería al de una concentración de masas que de pronto,
descubrieran,
simultáneas,
un error garrafal en su ideario político,
y cada quien decidiese regresar a casa sin ostentación,
aunque sin abstenerse tampoco de comentar sotovoche
con los compañeros de mitín.
(El acierto de la presente comparación cala hondo:
diminutas burbujas que revientan/modestos ciudadanos
se dispersan,
consistencia de la espuma/mortalidad entre jíbaros zurdos,
y demás).
Gerardo Deniz (Madrid, 1934, Ciudad de México, 2014)
Foto: Gabriel Reches por Bernardino Ávila en Página 12
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