Fabio Morábito
(Alejandría, 1955)
Trotamundos, de Giuseppe Ungaretti
El traductor vincula dos idiomas, pero también los separa; los vincula y los separa con la misma pasión y, por lo mismo, el arte de la traducción se ejerce en un espacio exiguo, lo que hace del traductor una figura emblemática de nuestro tiempo, porque nuestro tiempo nos exige ser exiguos y las grandes ciudades son prueba de ellos. Se rigen por el principio del espacio exiguo pero suficiente.
En este poema de Ungaretti, el primer poeta a quien traduje en mi vida, no sólo encontré retratada una experiencia vital que pude entender porque era también la mía, sino, sobre todo, una manifestación de lo exigua que es la poesía. Como la traducción, la poesía se nutre de fragmentos mínimos, trozos duros de lenguaje que en el poema se reúnen, pero jamás se funden como en la prosa; siempre estarán a la vista en su soledad gracias al simple hecho de que el poema, gracias al verso, ha renunciado al optimismo del renglón seguido que es propio de la prosa.
Este poema de Ungaretti, del que ofrezco aquí una traducción, está hecho de fragmentos que parecen casi esquirlas de una explosión. El poeta, en lugar de fundirlos para ocultarlos, los exhibe con un candor infantil, como si nos dijera: un poema se hace recogiendo trozos duros del suelo; hay que inclinarse, mirar y recoger (o desechar) un trozo a la vez; y girar la cabeza lo menos posible, pero no olvidar hacerlo. Toda una lección de exigüidad que he tenido siempre presente al escribir poesía.
Trotamundos
En ninguna
parte
de la tierra
puedo
asentarme
En cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
con pena
que
alguna vez
me fue
conocido
Y me separo de él siempre
extranjero
Naciendo
de vuelta de épocas
demasiado vividas
Gozar un solo
minuto de vida
inicial
Busco un país
inocente
Giuseppe Ungaretti (Alejandría, 1888-Roma, 1970)
Foto: Fabio Morábito por Cristina Rodríguez en La Jornada, junio 2011
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ResponderBorraruna dicha, un placer compartir semejante comentario y su motivo, gracias